?Televotantes?

Pablo Iglesias se atribuy¨® en un tuit el hito de audiencia de El hormiguero. Y no es cuesti¨®n de discutirle su vanidad ni su telegenia, sino de vincularlas al horario, a la inercia del Real Madrid y a la f¨®rmula ganadora del programa de Pablo Motos. Se desenvolvi¨® con soltura el l¨ªder de Podemos porque es un profesional. Y porque supo bascular entre la seriedad y el espect¨¢culo, pero su implicaci¨®n en la operaci¨®n simpat¨ªa, respuesta evolutiva a los tiempos del ce?o fruncido, deber¨ªa matizar la identificaci¨®n entre telespectadores y votantes. No son los mismos, por mucho que resulte atractivo emular a Javier Krahe delante de 3,8 millones de compatriotas. La prueba est¨¢ en que la encuesta del CIS, a¨²n cocinada por los gastr¨®nomos de G¨¦nova, contrariaba la euforia con un resultado decepcionante (10,8%).

Decepcionante porque Podemos se resigna a la cuarta plaza y porque la posici¨®n gregaria de Iglesias entre los aspirantes a La Moncloa se atiene a una decadencia tan apresurada como la misi¨®n en cohete al asalto de los cielos. El ascenso se antoja tan rotundo como el descenso, especialmente si se arraiga entre los votantes la sensaci¨®n de que el m¨¦rito ¡ªya pret¨¦rito¡ª de Iglesias no necesita de un espaldarazo en las urnas porque consisti¨® en haber zarandeado la pol¨ªtica, en haber avergonzado a la casta y en haber puesto a cavilar la aton¨ªa de los l¨ªderes convencionales.

Empezando por Rajoy y sus evangelistas. Seguros de haber neutralizado la oposici¨®n con el rodillo de su mayor¨ªa absoluta, cometieron el error de descuidar las otras c¨¢maras. Que son las c¨¢maras de televisi¨®n y su repercusi¨®n como alternativa al hemiciclo en una legislatura parad¨®jicamente extraparlamentaria. Rivera e Iglesias nos lo han demostrado con su ubicuidad y su piel de amianto. Nunca hubieran llegado tan lejos sin la televisi¨®n. Pero no han llegado tan lejos s¨®lo por la televisi¨®n.