El sosiego y la ira

Durante 14 a?os, Fernando del Paso y los suyos vivieron en Europa, en el sosiego de Londres, por ejemplo. Era un caballero ingl¨¦s entonces; su voz retumbaba como un eco de la cultura que juntaba dos orillas, la de Lorca y la de Rulfo, la orilla de Cervantes y la de Paz, su amigo. Una vez, en casa de Cabrera Infante y de Miriam, esas orillas se confundieron; entre ellos romp¨ªan las costuras del mundo, porque las de ambos eran literaturas asentadas en una geograf¨ªa concreta, M¨¦xico, Cuba, pero se alzaban, se alzan, universales, gracias a la capacidad que tiene el hombre para alcanzar sabidur¨ªa y decirla sin que pese m¨¢s el conocimiento que la alegr¨ªa de contarlo.

En ese entonces era como fue despu¨¦s Fernando del Paso, un hombre sosegado de Guadalajara que trabajaba para la BBC y que transitaba con sigilo por la fama que le dio Jos¨¦ Trigo. Se dir¨ªa que aquel locutor de lujo que ten¨ªa la BBC hablando un espa?ol lleno del acento del mejor castellano era un seud¨®nimo ilustre de otro Fernando del Paso que hab¨ªa escrito ese libro central en lo que en otros sitios se llam¨® boom y que no les toc¨® ni a ¨¦l ni a Cabrera, a quienes s¨ª les ha tocado el Cervantes, por cierto.

El tiempo luego le dio otros honores, pero siempre se me qued¨® en la retina aquel personaje pausado que hablaba de Lorca o de Paz, y persist¨ªa en su moderada pasi¨®n por silenciarse, como si, Borges lo dir¨ªa, fuera en efecto otro. El a?o pasado, ante una multitud, en Guadalajara, M¨¦xico, recibi¨® el abrazo de muchos, Claudio Magris incluido, cuando pronunci¨® desde el estrado, subido a su silla de ruedas, un grito de guerra que entonces sonaba como si estuviera gritando a favor de Lorca y de otros asesinados en las carreteras sucias de la vida: su grito era a favor de los 43 estudiantes que hab¨ªan sido v¨ªctimas del narco en Ayotzinapa.

?l le dijo, con su voz rota, la que en un tiempo fue la voz cl¨¢sica de la BBC en espa?ol, ¡°?Todos somos Ayotzinapa!¡± a Pe?a Nieto, y a pesar de la dificultad para decir tuvo la virtud de gritar letra a letra lo que estaba en el coraz¨®n de los mexicanos.

Luego de decir ese grito (en M¨¦xico todo es un grito, hasta el silencio), Del Paso nos recibi¨® a Ver¨®nica Calder¨®n y a este cronista en su casa llena de los bellos recuerdos de sus viajes por el mundo. Estaba ya preparado para las fotos y ya hab¨ªa contestado por escrito las preguntas que le propuso Ver¨®nica, porque se las ten¨ªa que dictar a su hija, Fernando ya no pod¨ªa decir, pero pod¨ªa gritar, el d¨ªa anterior hab¨ªa gritado.

Cuando lo vimos, entendimos que ¨¦l se burlaba de la edad del tiempo, y hasta del dolor que produce la enfermedad que padece; as¨ª que, para darnos un mensaje burl¨®n, vital como su risa, all¨ª estaba vestido como un artista de rock, con sus gafas de colorines, con su corbata de la era de los Beatles. Era un se?or ingl¨¦s que escrib¨ªa de M¨¦xico porque entonces, en Londres y siempre, fue tan mexicano como Rulfo y como Ayotzinapa.