Gigantes y cabezudos
Una invitaci¨®n a sumergirse en la radiante m¨²sica que Van Morrison grab¨® con su banda de Woodstock
Pas¨® el circo y ahora conviene desintoxicarse. Olvidar esos discursos de voces roncas, los orfeones de convencidos, la retroalimentaci¨®n de los medios. Cuesti¨®n de pura higiene.
Propongo una medicina m¨¢s que apetecible: de forma sigilosa, se est¨¢n publicando ediciones ampliadas de los primeros discos de Van Morrison en Warner, esos t¨ªtulos sobre los que se sustent¨® su reputaci¨®n: Astral weeks (1968), Moondance (1970) y su obra m¨¢s festiva, His band and street choir (1970).
Esto es importante. Hasta ahora, Morrison pertenec¨ªa a esa especie ins¨®lita: las estrellas que no explotan su cat¨¢logo de grabaciones, renuentes a remasterizaciones o reediciones enriquecidas. Las explicaciones posibles no favorecen al artista en cuesti¨®n y me las voy a ahorrar: escribiendo de Morrison, resulta tentador deslizarse hacia las desagradables peculiaridades del personaje y puede ocurrir que olvidemos lo que le hizo grande.
Ocurre que Warner Bros. Records s¨ª cuidaba el legado de Morrison, si se me permite decir algo positivo de empresas ahora tan detestadas como las discogr¨¢ficas. Durante casi 50 a?os, se conservaron los descartes, las tomas finalmente no utilizadas. Y eso es lo que ahora aparece, con asombrosa nitidez: grabaciones que nos sit¨²an en primera fila durante el proceso de creaci¨®n. Un raro privilegio, se?oras y se?ores.
Naturalmente, Morrison trabajaba al estilo cl¨¢sico: cantando al frente de sus m¨²sicos, sudando todos juntos (aunque luego se pudieran a?adir cuerdas o coristas). As¨ª que hoy escuchamos, por ejemplo, la toma 22 del tema Moondance y es diferente pero tiene tanto sentido como la publicada. Chap¨® a Steve Woolard, responsable de estas reediciones, la persona que se escuch¨® todas las cintas y decidi¨® qu¨¦ se deb¨ªa rescatar. No, Morrison no se tom¨® ese trabajo: de hecho, su primera reacci¨®n en 2013, al enterarse del proyecto, fue poner el grito en el cielo, ¡°me vuelven a robar¡±. Olvidando convenientemente que Warner pag¨® a tocateja para alejarle de las garras de la mafia, que se hab¨ªa apoderado de su sello anterior, Bang Records.
El fan de Van Morrison est¨¢ habituado a ignorar sus exabruptos y se ha precipitado sobre estos upgrades. Siempre se ha especulado sobre las maravillas que quedaron fuera de Astral weeks; ahora se materializan y¡ bueno, se ha mitificado en exceso Astral weeks. Y sospecho que las reservas de Van ante el disco obedec¨ªan al mal papel que protagoniz¨®, al no querer comunicarse con los m¨²sicos contratados (?imponentes jazzmen!) y al pudor ante unas letras a veces incoherentes.
Pero no vengo buscando jaleo. Disfruten de este Astral weeks enriquecido y sum¨¦rjanse en la radiante m¨²sica que luego grabar¨ªa con los hirsutos instrumentistas de Woodstock. Los dos discos resultantes contienen celebraciones de la vida rural, con rom¨¢nticas invocaciones a la radio o a los gitanos. Tenemos a un Van Morrison enamorado y pante¨ªsta, integrado en una banda que desarrolla fondos espaciosos, donde ¨¦l articula sus sentimientos.
Cantante e instrumentistas improvisan y experimentan. Hay in¨¦ditos ¡ªI've been working, presente en ambos discos¡ª en que, atrapados por el subid¨®n, parecen olvidar el minutaje; al otro extremo, se cuelan tropezones como la versi¨®n de Nobody knows you when you're down and out. Mejor fijarse en I shall sing, un potaje caribe?o tan comercial que Van dej¨® que otros artistas (Art Garfunkel, Boney M) lo llevaran al ¨¦xito. Sus desechos eran oro para el resto del mundo. Son ¡°las cosas de Morrison¡±.
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