El flautista de La General
'La flauta m¨¢gica' es una ¨®pera multiuso: a uno y otro extremo, sirve bien como un sencillo cuento protagonizado por variopintos personajes, bien como una honda reflexi¨®n filos¨®fica
Qui¨¦n lo iba a decir, pero la cancelaci¨®n del recital de Jonas Kaufmann el pasado domingo ha permitido que los actos del as¨ª llamado Bicentenario ¡ªmucho m¨¢s simb¨®lico que real¡ª del Teatro ¡ªaqu¨ª s¨ª¡ª Real hayan comenzado no con un recital convencional al uso, sino con un espect¨¢culo oper¨ªstico de enorme atractivo, empaque y originalidad que quiz¨¢ quepa interpretar tambi¨¦n como una linterna que nos alumbra en la direcci¨®n en que quiere avanzarse en los pr¨®ximos a?os. Si este es el caso, estamos doblemente de enhorabuena.
La flauta m¨¢gica es una ¨®pera multiuso: a uno y otro extremo, sirve bien como un sencillo cuento protagonizado por variopintos personajes, bien como una honda reflexi¨®n filos¨®fica sobre la sabidur¨ªa, la virtud, el amor, la fraternidad, la luz y la oscuridad. Uno y otra ¡ªm¨¢s algunas de las posibilidades intermedias¡ª se hallan presentes en esta propuesta conjunta de 1927 (un n¨²mero o a?o tras el que se esconden los talentos del animador Paul Barritt y la escritora Suzanne Andrade, cuyo Golem pudo verse en diciembre en los Teatros del Canal) y el director de escena australiano Barrie Kosky. En ella, sin escenograf¨ªa alguna, los personajes cantan y se mueven sobre la proyecci¨®n casi ininterrumpida de una pel¨ªcula animada de tintes on¨ªricos que fantasea, explica y glosa la acci¨®n. La confluencia e interacci¨®n milim¨¦tricas de im¨¢genes y cantantes (que no pueden verlas, pues las tienen a su espalda) constituye un enorme reto pero, si encajan todas las piezas del puzle, el espectador sigue absorto y fascinado la representaci¨®n.
La ¨®pera ¡ªarte sonoro por excelencia¡ª se hermana as¨ª con el cine mudo, con un homenaje expl¨ªcito a Buster Keaton (transmutado en Papageno) o al Nosferatu de Murnau, que inspira la apariencia y la gestualidad de Monostatos, aunque es mejor trascender lo anecd¨®tico y dejarse llevar por el derroche permanente de ingenio ¡ªvisual y humor¨ªstico¡ª que desfila ante nuestros ojos. Los largu¨ªsimos pasajes hablados originales del Singspiel mozartiano han sido suprimidos por completo (siempre suelen cercenarse en mayor o menor medida) y sustituidos en parte por concisos di¨¢logos proyectados, tambi¨¦n a la manera del cine mudo. Un fortepiano amplificado les pone la banda sonora, y no con cualquier m¨²sica, sino con las fantas¨ªas en Re menor y Do menor de Mozart, a veces debidamente transportadas para no chirriar tonalmente con su entorno inmediato. Tambi¨¦n se prescindi¨® del d¨²o de los dos Sacerdotes del segundo acto, una omisi¨®n menor pero m¨¢s dif¨ªcilmente justificable.
Un espect¨¢culo as¨ª no admite divos, ni siquiera destellos, y el reparto tiene la enorme virtud de su compacidad: nadie destaca sobremanera, ni nadie desentona tampoco ostensiblemente. Joel Prieto se sobrepuso a los nervios iniciales y nos regal¨® un Tamino fresco y juvenil, pero tambi¨¦n noble y resuelto. Joan Mart¨ªn-Royo compone un Papageno perfecto, inspirado en el Johnnie Gray de El maquinista de La General o el proyeccionista de Sherlock Jr.: se ha empapado de las pel¨ªculas de Keaton y, con muy pocos gestos, dibuja un Papageno nost¨¢lgico, nada hiperactivo ni histri¨®nico, como suele ser la norma, sino m¨¢s bien cabizbajo y melanc¨®lico, y corona su caracterizaci¨®n con una voz tersa y ¨¢gil y una excelente dicci¨®n alemana. Sophie Bevan, magn¨ªfica, alcanz¨® su cenit en Ach, ich f¨¹hl's, una de las m¨¢s grandes arias de Mozart, igual que Christof Fischesser dio lo mejor de s¨ª en la no menos portentosa In diesen heil'gen Hallen. Ana Durlovski no posee el m¨¢s bello de los timbres, pero puede con la vertiginosa coloratura de sus dos arias, lo que no es poco. Y ver convertida a su est¨¢tica Reina de la Noche en una inmensa ara?a no pod¨ªa por menos de recordar a otra reina, la inglesa Isabel I, de similar guisa en el Roberto Devereux que inaugur¨® esta temporada.
Ivor Bolton dirige con su br¨ªo y entusiasmo habituales, si bien se roz¨® el exceso en al menos dos momentos: la obertura, que son¨® a ratos confusa y poco articulada, y en la escena de los dos Hombres Armados, un postrer e inequ¨ªvoco homenaje a Bach ¡ªde quien tanto contrapunto imitativo hab¨ªa aprendido¡ª por parte de Mozart, que la marc¨® claramente Adagio y que aqu¨ª perdi¨® buena parte de su solemnidad y trascendencia. Por lo dem¨¢s, Bolton ha hecho un gran trabajo estil¨ªstico con la orquesta, con menci¨®n especial para la flauta de madera de Aniela Frey y el fortepiano d¨²ctil, dram¨¢tico y teatral de Luke Green, que ya fuera un excelente continuista al clave en Alcina.
Volviendo al principio, el Teatro Real parece hallarse en un interesante punto de inflexi¨®n. Si, por resumir, se trata de optar entre Barrie Kosky y Warlikowski (nombre y apellidos casi hom¨®fonos), la elecci¨®n indudable es el australiano. O, recordando el desaguisado del huero y pretencioso Alceste del polaco dirigido tambi¨¦n musicalmente por Ivor Bolton hace dos a?os, si la disyuntiva estriba entre resucitar a Lady Di o a Buster Keaton, la respuesta solo puede ser exclamativa: ?Buster Keaton forever!
Babelia
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