Donde dije digo, digo Diego
Lo que se cuenta en los libros de historia es siempre revisable; lo de las novelas va a misa
Al menos desde la ¨¦poca de Negra espalda del tiempo (Alfaguara, 1998), aquella ¡°falsa¡± novela que sigue siendo la m¨¢s revolucionaria y audaz (aunque, quiz¨¢, no la mejor) de todas las suyas, Javier Mar¨ªas no ha parado de explicar que lo que se dice en las ficciones es, a la postre, lo ¨²nico verdaderamente irreversible, lo que no tiene vuelta de hoja, lo que queda para siempre. La historia que se cuenta en los libros de historia es siempre revisable (aparecen nuevos documentos, se publican cartas o archivos, llega una nueva generaci¨®n de historiadores ¡°revisionistas¡±), pero la que se cuenta en las novelas ¡ªindependientemente de su calidad¡ª va siempre a misa, es definitiva e inapelable, no admite rectificaciones ni pentimentos (a pesar de lo que podr¨ªa pensarse de las versiones ¡°revisadas¡± de Si te dicen que ca¨ª o ¡ªcon menos intensidad¡ª El jinete polaco). La provisionalidad de lo escrito es a¨²n mayor en el periodismo: ah¨ª casi todo es modificable, rectificable; las hemerotecas son el repositorio de la opini¨®n ef¨ªmera, de la doxa frente al episteme, de lo que un d¨ªa se cuenta de un modo y al siguiente de otro. Quiz¨¢ porque los peri¨®dicos est¨¢n construidos con la materia de lo ef¨ªmero: de lo diario. El asunto no es balad¨ª, porque, como dice uno de los narradores mariescos, ¡°el mundo depende de sus relatores¡± y quiz¨¢ por ello ¡ªdice otro¡ª ¡°no se deber¨ªa contar nunca nada¡±. He pensado mucho en lo que dice Mar¨ªas estos d¨ªas de zafarranchos y sorpresas poselectorales, de insultos y chuler¨ªas, de prepotencias y cobard¨ªas sin cuento, en los que, m¨¢s que nunca, TODOS (t-o-d-o-s) los l¨ªderes en presencia (y alguno en su proverbial ausencia) nos han obsequiado con su tediosa org¨ªa de ¡°donde dije digo, digo Diego¡±, persuadidos, supongo, de que los ciudadanos somos idiotas desmemoriados. Y creo, s¨ª, que la ficci¨®n es uno de los pocos refugios de la verdad (aunque s¨®lo sea la que en ella se cuenta). Por eso he dedicado m¨¢s tiempo a la lectura de ficciones. Y he tenido suerte. Por ejemplo, con los extra?os, estremecedores, inquietantes relatos, algunos vibrantes de morboso erotismo y misterio, incluidos en Cuentos de amor (Alfaguara), del gran Junichiro Tanizaki (1886-1965). Su editor, Carlos Rubio, ha seleccionado 11 (no todos in¨¦ditos en espa?ol) de los dos Tanizakis: del m¨¢s joven, admirador de la cultura occidental y el decadentismo (que transform¨® en ¡°diabolismo¡±), y del maduro, fascinado por la cultura japonesa (tradujo el monumental Genji monogatari, de la escritora Murasaki Shikibu, del siglo XI). Akihiro Yano y Twiggy Hirota han traducido directamente del japon¨¦s (lo que no ha sido siempre la norma con Tanizaki) estos cuentos que constituyen la mejor introducci¨®n a las grandes novelas del autor, como Las hermanas Makioka (1943-1948) o El diario de un viejo loco (1961), ambas en Siruela.
Tzara
El 2 de febrero de 1916, mientras Europa se desangraba en la mayor carnicer¨ªa de su historia, se public¨® en un diario de Z¨²rich un comunicado que anunciaba de la pr¨®xima inauguraci¨®n de un ¡°centro de diversi¨®n art¨ªstica¡± cuyas veladas tendr¨ªan lugar en una taberna de Spiegelstrasse. Y, en efecto, el d¨ªa 5 se celebr¨® all¨ª la primera sesi¨®n del Cabaret Voltaire, de la mano de Hugo Ball; su esposa, Emmy Hennings; el joven rumano exilado Tristan Tzara y los pintores Jean Arp, Marcel Janco y Sophie Taeuber: hab¨ªa nacido Dad¨¢. El ¨¦xito de aquellas primeras veladas, en las que ¡ªen contraste con el fragor de los ca?ones y los aullidos de las trincheras¡ª la irreverencia, el sinsentido, el disparate y el juego constitu¨ªan una aut¨¦ntica celebraci¨®n de la vida, fue inmediato. El n¨²mero 1 de la Spiegelstrasse se convirti¨® en el lugar de encuentro de una serie de abigarrados personajes ¡ªexiliados, desertores, esp¨ªas, pacifistas internacionalistas, revolucionarios, intelectuales, artistas¡ª que hab¨ªan escogido la neutral Z¨²rich para escapar de la guerra. De aquel momento ¡ªdel que ahora se celebra el centenario¡ª se ha escrito mucho, pero no sucede lo mismo con uno de sus principales protagonistas. Al Tristan Tzara (1896-1963) poeta y ensayista (sus Oeuvres compl¨¨tes, publicadas por Flammarion y hoy agotad¨ªsimas ocupan cinco vol¨²menes) lo fagotiz¨® Dad¨¢, hasta el punto que pareciera que su importancia hist¨®rica queda relegada al de agitador y pope del movimiento que contribuy¨® a crear. C¨¢tedra public¨® hace un par de a?os una excelente edici¨®n biling¨¹e de su poemario en XX cantos El hombre aproximado (L¡¯homme approximatif) a cargo de Alfredo Rodr¨ªguez L¨®pez-V¨¢zquez, m¨¢s completa y actualizada que la de Fernando Mill¨¢n en Visor (1975). Publicado en 1931, cuando Tzara hab¨ªa aparcado su nihilismo radical y se hab¨ªa reconciliado con el grupo de Breton, el largo poema, mucho m¨¢s cercano al surrealismo que a la lengua explosiva de Dad¨¢, refleja su empe?o en la b¨²squeda de una humanidad ¡ªreconciliada con el mundo y la naturaleza¡ª cuyas ra¨ªces estar¨ªan en el yo primitivo sepultado por la civilizaci¨®n. Una tarea ¡ªnos recuerda su editor¡ª semejante, en su intento de forzar los l¨ªmites de la expresi¨®n po¨¦tica, a la que en el periodo de entreguerras estaban intentando, entre otros, Vallejo (Trilce, 1922), Garc¨ªa Lorca (Poeta en Nueva York, 1929-1930) o Huidobro (Altazor, 1931).
Odio
En los versos finales de Birds in the Night, uno de esos poemas a los que siempre vuelvo y que Cernuda compuso en M¨¦xico en 1956 (e incluy¨® en Desolaci¨®n de la quimera), se formula una de las maldiciones m¨¢s tremendas que he le¨ªdo en poes¨ªa (a excepci¨®n, quiz¨¢, de la de Crises contra Agamen¨®n, en la Iliada). Dice el poeta sevillano: ¡°Alguna vez dese¨® uno / Que la humanidad tuviese una sola cabeza, para as¨ª cort¨¢rsela. / Tal vez exageraba: si fuera s¨®lo una cucaracha, y aplastarla¡±. En estos d¨ªas de misantrop¨ªa y fastidio producidos por el interminable blablabl¨¢ de pol¨ªticos mediocres y ambiciosos, me ha reconfortado la lectura de algunos de los textos incluidos en la muy recomendable antolog¨ªa Oda al odio (Adriana Hidalgo editora), en la que Ariel Magnus ha compilado por orden cronol¨®gico ¡ªdesde el Eclesiast¨¦s hasta Bukowski¡ª algunas de las m¨¢s rotundas imprecaciones de la historia de la literatura. El objeto de algunas de ellas no es nadie en concreto, sino lo que los textos de cubierta de hace algunos a?os llamaban ¡°condici¨®n humana¡±. Y es que hubo una ¨¦poca en la que insultar por escrito no estaba tan mal visto y produc¨ªa satisfacci¨®n, como la que debi¨® sentir Quevedo despu¨¦s de acu?ar para G¨®ngora estos brutales y escatol¨®gicos versos: ¡°Almorrana eres de Apolo / por donde el dios soberano / gracioso, purga inmundicias / y sangre, si est¨¢ enojado¡±. Ya ven, los cl¨¢sicos.?
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