La otra herencia de Vargas Llosa
El legado del peruano cobra importancia en la soledad del escritorio, donde los novelistas somos los esclavos m¨¢s libres del mundo ante un oficio incierto
Hace unos meses, en una reuni¨®n de escritores de lengua espa?ola, alguien pidi¨® a los presentes que escogieran un libro de Mario Vargas Llosa. No se trataba de escoger el mejor, ni el que m¨¢s veces hab¨ªa le¨ªdo cada uno de nosotros, sino el que mayor influencia hab¨ªa tenido en nuestras vidas. Alrededor de aquella mesa hab¨ªa hombres y mujeres de varias generaciones, varias nacionalidades y varias tendencias pol¨ªticas, pero pronto el lugar qued¨® someramente dividido en dos bandos: el de los nacidos antes de Conversaci¨®n en La Catedral y el de los nacidos despu¨¦s. Los del primer bando, que comenzaron a publicar libros en la d¨¦cada de los ochenta y aun antes, se enzarzaron en violentas batallas por defender La ciudad y los perros, o La casa verde, o La guerra del fin del mundo; los del segundo, entre los que me contaba yo, hab¨ªamos comenzado a publicar a finales de los noventa o a comienzos del nuevo siglo, y pronto nos dimos cuenta de que nos dominaba una curiosa unanimidad. Todos, sin excepci¨®n, habl¨¢bamos de El pez en el agua, y no lo hac¨ªamos como se habla de un libro admirable, sino como si se tratara de un viejo padrino.
Las mayores ficciones de Vargas Llosa fueron tan determinantes para mi vocaci¨®n como las frases que me fui encontrando
Creo saber por qu¨¦. Entre los muchos legados de la obra de Vargas Llosa, los novelistas de mi lengua han aprovechado sin miramientos sus arquitecturas virtuosas y sus atrevidas invenciones t¨¦cnicas. Pero hay toda una familia, que es la m¨ªa, cuya preocupaci¨®n m¨¢xima durante varios a?os angustiosos se pod¨ªa resumir en palabras simpl¨ªsimas: ?c¨®mo se convierte uno en escritor? El pez en el agua, cuyos cap¨ªtulos impares narran los primeros a?os literarios de Vargas Llosa, se convirti¨® para muchos en una suerte de consejero, una voz que susurraba palabras tranquilizadoras al o¨ªdo de los j¨®venes ansiosos. En sus p¨¢ginas hab¨ªa la vindicaci¨®n de la pasi¨®n literaria, el elogio de la decisi¨®n conflictiva de abandonarlo todo para perseguir esa pasi¨®n y el descubrimiento, por encima de todas las virtudes, de la disciplina: la disciplina sin fisuras, la disciplina que todo lo sacrifica en aras del oficio, la disciplina que no es m¨¢s que una de las m¨¢scaras de la vocaci¨®n. Yo puedo decir, para abandonar la c¨®moda protecci¨®n de los plurales, que las mayores ficciones de Vargas Llosa fueron tan determinantes para el ejercicio de mi vocaci¨®n desaforada como las frases desperdigadas que me fui encontrando por ah¨ª con el paso de los a?os, y en las cuales lo que est¨¢ en juego, m¨¢s que una manera de construir novelas, es una manera de ser novelista. La manera de la obsesi¨®n.
Esta parte del legado de Vargas Llosa ha asumido distintas formas. Podemos encontrarla, por ejemplo, en La literatura es fuego, aquel c¨¦lebre discurso de 1967: la literatura, dice all¨ª Vargas Llosa, ¡°es una pasi¨®n y la pasi¨®n no admite ser compartida¡±. Podemos encontrarla tambi¨¦n en El buitre y el ave F¨¦nix, el libro-entrevista que Ricardo Cano Gaviria public¨® en 1972: ¡°El escritor aut¨¦ntico lo pone absolutamente todo al servicio de su vocaci¨®n¡±, dice Vargas Llosa, y tambi¨¦n: ¡°Para el escritor aut¨¦ntico, escribir es su ¨²nica manera de vivir, algo de lo cual no puede prescindir, del mismo modo que el alcoh¨®lico no puede prescindir del alcohol ni el drogadicto de las drogas¡±. La encontramos en Historia de un deicidio: ¡°Escribir novelas es un acto de rebeli¨®n contra la realidad, contra Dios, contra la creaci¨®n de Dios que es la realidad. Es una tentativa de correcci¨®n, cambio o abolici¨®n de la realidad real, de su sustituci¨®n por la realidad ficticia que el novelista crea¡±. En p¨¢ginas dispersas de Historia de una novela, de La org¨ªa perpetua o de La verdad de las mentiras, Vargas Llosa ha ido construyendo una extra?a forma de mentor port¨¢til. A ¨¦l o a su recuerdo acudimos (s¨¦, por lo pronto, que yo lo sigo haciendo) en momentos de desencanto o de frustraci¨®n. Cualquier novelista sabe que, en el curso de una vida creativa, estos momentos no escasean.
?sta es la otra herencia de Vargas Llosa. Con el paso del tiempo y de los libros, su manera de asumir el hecho literario ha dejado en muchos de sus lectores una huella tan profunda como sus ficciones. Yo puedo decir que ese conjunto de opiniones, declaraciones o ensayos en los que la vocaci¨®n literaria es una pasi¨®n devoradora y excluyente, una guerra en la cual no se toman prisioneros, molde¨® mis percepciones durante varios a?os cr¨ªticos y las sigue moldeando. No creo equivocarme si digo que no estoy solo. Pero eso tampoco importa, pues la herencia de Vargas Llosa cobra importancia justamente en soledad: en la soledad del escritorio, ese lugar donde los novelistas somos los esclavos m¨¢s libres del mundo y donde la vida entera se juega en los azares de un oficio incierto. Es all¨ª donde cobra realidad esa visi¨®n del quehacer literario que lo convierte en vicio, en religi¨®n sin dioses, en destino asumido.
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