Claudio, el alquimista
Les Arts Florissants ofrecer¨¢ centenar y medio de conciertos durante cinco a?os
Antes de que sus contempor¨¢neos lo deificaran como ¡°il divino Claudio¡± o lo entronizaran como ¡°un Dio terreno¡±, Claudio Monteverdi fue humano. Aprendi¨® gran parte de los secretos de su oficio componiendo madrigales, el g¨¦nero vocal por antonomasia de la m¨²sica profana italiana del siglo XVI que m¨²sicos como Philippe Verdelot, Jacques Arcadelt, Adrian Willaert, Giaches de Wert o Cipriano de Rore, nacidos al norte de los Alpes pero bien pertrechados todos ellos de textos italianos, hab¨ªan llevado antes que ¨¦l a su esplendor, priv¨¢ndolo, por tanto, de la condici¨®n de pionero que s¨ª habr¨ªa de tener en el ¨¢mbito oper¨ªstico. A finales de siglo, con las primeras luces del Barroco ya al acecho, Monteverdi prendi¨®, junto con sus compatriotas Luca Marenzio y Carlo Gesualdo, la llama de la ¨²ltima gran eclosi¨®n del madrigal, cuyo potencial para la autorrenovaci¨®n parec¨ªa inagotable.
Obras de Monteverdi
Les Arts Florissants. Dir.: Paul Agnew. Auditorio Nacional, 7 de marzo.
Con Rore concluy¨® lo que Howard Mayer Brown calific¨® de la ¡°edad de la inocencia¡± del g¨¦nero. Monteverdi realizar¨ªa el tr¨¢nsito completo hasta suministrarle instrumentos y bajo continuo en el culmen que representan sus Madrigales guerrieri, et amorosi, Marenzio acab¨® imbuy¨¦ndolo en sus ¨²ltimas obras maestras de una ¡°mesta gravit¨¤¡±, mientras que Gesualdo lo pobl¨® de retorcimientos y rel¨¢mpagos crom¨¢ticos cuya osad¨ªa sigue destellando cuatro siglos despu¨¦s. En sus ocho libros publicados en vida, entre 1587 y 1638, Monteverdi lo prob¨® todo, como un alquimista incansable que introduc¨ªa versos y notas en retortas, matraces y atanores, observando los efectos que produc¨ªa la m¨²sica en las palabras en funci¨®n de c¨®mo, qu¨¦ y cu¨¢ndo cantaran y entraran ¨Cescalon¨¢ndose, solap¨¢ndose¨C las voces. Escrut¨® el poder de la disonancia, el magnetismo de la consonancia, con las voces pivotando en torno a una misma palabra, pero en s¨ªlabas diferentes, con peque?os desfases que lograban multiplicar por diez, o por cien, la carga sem¨¢ntica de poemas firmados por Petrarca, por Bembo, por Guarini o por Torquato Tasso, la flor y nata de la poes¨ªa italiana.
Un jovenc¨ªsimo Paul Agnew realiz¨® grabaciones cuasipioneras de los madrigales de Monteverdi hace un cuarto de siglo con The Consort of Musicke y, ahora, cargado de experiencia, comanda el proyecto de Les Arts Florissants de interpretarlos como opera omnia: 161 madrigales que van a ofrecer en m¨¢s de centenar y medio de conciertos durante cinco a?os. A Madrid han tra¨ªdo una selecci¨®n de los tres primeros libros, en los que Monteverdi empieza a destilar una voz propia. Sus versiones sonaron en exceso domesticadas y comedidas o, por decirlo en t¨¦rminos pict¨®ricos, tan pertinentes al hablar de madrigales, primaron los tonos ocres y escasearon los colores vivos. Falt¨® la policrom¨ªa consustancial al g¨¦nero y la cautela se impuso a la sorpresa y la asunci¨®n de riesgos, tan saludables en este repertorio. Voces de extraordinaria calidad (con menci¨®n especial para Maud Gnidzaz) y excelente afinaci¨®n no bastan si la m¨²sica no fluye, no se acent¨²an los incesantes contrastes y no se flexibiliza el tempo. Lo mejor se reserv¨® para casi el final, en las versiones de Ch¡¯io non t¡¯ami, cor mio, Poi ch¡¯ella in s¨¦ torn¨° o Baci soavi e cari, este ¨²ltimo ofrecido ya fuera de programa, porque congeniaban mejor con el enfoque elegido, sereno y preciosista. Pero, por acabar con otro s¨ªmil alqu¨ªmico, cu¨¢nta emoci¨®n habr¨ªan a?adido mayores dosis de azufre y azogue.
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