Un premio Nobel en el club de lectura
J. M. G. Le Cl¨¦zio, que aprendi¨® espa?ol en M¨¦xico, habla con sus lectores en el Congreso de la Lengua Espa?ola en Puerto Rico
?Qu¨¦ hace un escritor franc¨¦s en un congreso de la lengua espa?ola? Hablarla. Empe?ado en demostrar que el cosmopolitismo del espa?ol va m¨¢s all¨¢ de la euforia estad¨ªstica y de su enorme geograf¨ªa transatl¨¢ntica, el presidente del comit¨¦ organizador del congreso de Puerto Rico, H¨¦ctor Feliciano, ha querido invitar a autores que ¡°siendo grandes figuras en otros idiomas hablan el nuestro¡±. Es el caso del premio Nobel de Literatura de 2008, Jean-Marie Gustave Le Cl¨¦zio, que naci¨® en Niza hace 75 a?os pero se ha pasado la vida viajando. ?l dice que ¡°por casualidad¡±.
Este lunes, en una sala del Centro de Convenciones que acoge en San Juan el VII Congreso de la Lengua, rodeado por un c¨ªrculo informal de 40 personas ¨C39 mujeres y un hombre- que hab¨ªan le¨ªdo su obra en distintos clubes de lectura de la isla, el autor de El libro de las huidas arranc¨® con dos advertencias: ¡°Mi espa?ol es callejero y mexicano¡±. Tambi¨¦n dijo que ni siquiera es correcto del todo porque nunca lo ha estudiado formalmente: lo aprendi¨® en las calles de M¨¦xico mientras cumpl¨ªa con el servicio de cooperaci¨®n internacional que se busc¨® cuando era un veintea?ero decidido a evitar la mili francesa. Primero lo mandaron a Tailandia. All¨ª le fue mal, dice tirando de eufemismo, y le dieron a elegir: o el cuartel o M¨¦xico. La elecci¨®n estaba clara y su estancia en Am¨¦rica se prolong¨® m¨¢s de lo previsto cuando, visitando Panam¨¢ conoci¨® a unos ind¨ªgenas: ¡°Como en la selva iban desnudos, para ir al pueblo se vest¨ªan harapos. Pese a todo, parec¨ªan pr¨ªncipes. Me interes¨¦ por ellos y me invitaron a que los visitara. Fui en piragua y me qued¨¦ tres a?os. Viv¨ªa del trueque. Yo les daba arroz que compraba cuando sal¨ªa de la selva y ellos me daban lo que necesitaba¡±. Se march¨®, todav¨ªa lo cuenta con un largo rastro de pena, cuando apareci¨® el narco.
La otra advertencia fue una respuesta a la pregunta de una lectora: ?qu¨¦ supuso para usted el Nobel? Respuesta: ¡°Ganar tiempo. Un escritor necesita tiempo para escribir pero tambi¨¦n necesita ganarse la vida. A veces recurre a oficios que terminan por impedirle escribir. El Nobel significa tiempo. ?Notoriedad? Tambi¨¦n, pero eso se pasa. El primer Nobel fue franc¨¦s, el poeta Sully Prudhomme. Hoy est¨¢ olvidado. Los que hemos ganado el premio sabemos que no duramos muchos¡±.
Durante la charla se habl¨® de lo divino y lo humano, pero la conversaci¨®n de centr¨® en El africano, la novela en la que Le Cl¨¦zio cuenta su infancia en Nigeria, adonde fue para encontrarse con su padre. ¡°Naci¨® un encargo de mi editor¡±, explic¨® el novelista. ¡°Me pidi¨® una autobiograf¨ªa y yo le dije: ¡®Si no tengo vida, ?c¨®mo voy a tener autobiograf¨ªa? Pero conozco a alguien que la tiene: mi padre¡±. Nacido en Isla Mauricio su padre hab¨ªa estudiado medicina tropical en Londres, una formaci¨®n que lo llev¨® a ?frica como m¨¦dico del ej¨¦rcito brit¨¢nico obligado a encargarse de todo: de un parto o de una autopsia. Le Cl¨¦zio naci¨® en Niza en 1940 pero no conoci¨® a su progenitor hasta los siete a?os. La Segunda Guerra Mundial separ¨® a sus padres y a ¨¦l se crio al lado de su madre y su abuela, que se dedicaba a rebuscar verdura por los mercados para darles de comer: ¡°No conoc¨ªa la autoridad. La conoc¨ª cuando conoc¨ª a mi padre, criado en la disciplina inglesa, o sea, a bastonazos. Vargas Llosa me cont¨® que a ¨¦l le pas¨® algo parecido, aunque su padre lo hab¨ªa abandonado. El m¨ªo no. El amor de mis padres, primos hermanos con educaciones opuestas, sobrevivi¨® a la guerra. Me parece admirable. La ¨¦poca era dif¨ªcil y el amor se volvi¨® importante. Ese es un libro que tengo que escribir un d¨ªa¡±.
Cuando una lectora le se?ala que en El africano se palpan los paisajes y se toca a los personajes, Le Cl¨¦zio agradece el elogio pero a?ade un matiz:
-¡°Es una realidad hecha de imaginaci¨®n y de instinto¡±.
-¡°De pura memoria no ser¨ªa¡±, replica fulgurante de uno de los presentes. El escritor sonr¨ªe. Y se explica: ¡°Nunca volv¨ª a ese pueblo. Cuando escrib¨ªa el libro iba preguntando a mi hermano, que es dos a?os mayor. Aun as¨ª, no estoy seguro de que sea verdad todo¡±. S¨ª lo es, dijo, la sensaci¨®n imborrable de llegar a ?frica ¨C¡°resplandec¨ªa, era abierto, llena de fruta¡±- desde una Europa de posguerra, ¡°enferma y cerrada¡±. Fue en el trayecto desde Francia hasta Nigeria donde escribi¨® su primer libro: ¡°El viaje duraba mes y medio en barco. Yo ten¨ªa siete a?os y me aburr¨ªa. Me puse a escribir una novela. ?Y de qu¨¦ trataba? De ese viaje¡±.
?Por qu¨¦ no ha vuelto a su pueblo africano? P¨¢lido y espigado, Le Cl¨¦zio deja flotar la pregunta un instante antes de responder: ¡°La guerra de Biafra a finales de los a?os sesenta produjo un mill¨®n de muertos. Fue la primera guerra por hambre de los tiempos modernos porque los yoruba sitiaron a los igbo. La mayor¨ªa de los ni?os que yo conoc¨ª est¨¢n muertos. La colonizaci¨®n cre¨® artificialmente pa¨ªses en los que se oblig¨® a convivir a pueblos que siempre hab¨ªan vivido separados. Dej¨®, adem¨¢s, una herencia nefasta: la corrupci¨®n, que siempre es un resto del poder autoritario¡±. En ese momento son¨® un m¨®vil. Era el del escritor.
Devueltos a la charla, Le Cl¨¦zio sorte¨® con humor una pregunta doble: ?El africano es su obra cumbre? ?Ser¨¢ capaz de volver a escribir algo as¨ª? ¡°?Espero que s¨ª! ?No dicen siempre los escritores que su pr¨®ximo libro ser¨¢ el mejor?¡±. ?l, confes¨®, termin¨® escribiendo igual que termin¨® hablando espa?ol: casualidad. Primero quiso ser pescador, luego marino de la armada francesa, oficio que ten¨ªa vedado como hijo de militar brit¨¢nico: ¡°Se acab¨® el sue?o de ser como Conrad. ?Qu¨¦ me quedaba? Imaginarlo. Y me puse a escribir¡±. Eso s¨ª, siempre escribe, insisti¨®, sobre algo que le ha pasado o que le han contado. ¡°El pez dorado surgi¨® porque una chica africana me cont¨® en Boston que a su abuela la raptaron cuando era un beb¨¦, la metieron en una bolsa y la vendieron en un mercado¡±. La expectaci¨®n se cortaba y Le Cl¨¦zio relaj¨® el ambiente antes de terminar. ¡°Si usted me cuenta su vida¡±, le propuso a la lectora que ten¨ªa en frente, ¡°yo escribo la novela¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.