En la conciencia del otro
Shostak¨®vich sufri¨® en un grado de crueldad inaudito el choque entre la libertad creadora y el despotismo del poder
Un hombre permanece en pie, de noche, a veces hasta la madrugada, en el rellano, de espaldas a la puerta de su apartamento, que no est¨¢ cerrada, mirando hacia la del ascensor, que se pone en marcha de vez en cuando, estremeci¨¦ndolo con un sobresalto. El hombre fuma y ve la brasa de su cigarrillo en la oscuridad. Tira las colillas al suelo y las pisa. Enciende otro cigarrillo y la llama de la cerilla le ilumina las manos, en las que hay un ligero temblor. Durante mucho rato, horas a veces, no sucede nada. El hombre sigue en pie, con el abrigo puesto, como a punto de marcharse, aunque no se mueve, con una peque?a maleta a los pies, en la que guarda unas pocas cosas esenciales, una muda de ropa, el cepillo de dientes, el dent¨ªfrico, tres paquetes de cigarrillos.
Cada vez que se pone en marcha el mecanismo del ascensor contiene el aliento. Quiz¨¢s ni se atreve a dar una calada. Alguien ha llegado al edificio y espera abajo el ascensor. Seg¨²n lo oye subir, va contando los pisos. Es un alivio cuando se detiene antes de llegar al suyo. Oye pasos, llamadas bruscas en alguna puerta, pero al menos esta vez, esta noche, no es probable que le toque a ¨¦l. Otras veces el ascensor sigue subiendo, y ¨¦l ya piensa que ahora s¨ª, que se detendr¨¢ en su misma planta y se abrir¨¢ la puerta y al encender la luz del rellano lo encontrar¨¢n dispuesto, d¨®cil, formal, con su abrigo oscuro y su maleta en la mano. Pero cuando parec¨ªa que ya estaba deteni¨¦ndose el ascensor, pasa de largo y la luz del interior le alumbra brevemente la cara. Las gafas de concha, el perfil, el flequillo le dan un aire de juventud en el que parece preservada su cualidad de alumno muy brillante, casi de ni?o prodigio. Otras veces el ascensor s¨ª se detiene en esa planta y entonces, durante unos segundos, el miedo lo desborda. El coraz¨®n late en el pecho como un timbal sombr¨ªo. Casi es un alivio que por fin hayan llegado, que se acabe la espera. La puerta se abre y es un vecino del rellano que vuelve a casa a deshora, con la llave de su piso en la mano, sorprendido de encontrarse de frente con ¨¦l, como con un son¨¢mbulo, o tambi¨¦n asustado, porque tambi¨¦n ¨¦l tendr¨¢ mucho miedo. El vecino bajar¨¢ la cabeza y har¨¢ como que no lo ha visto. Quiz¨¢s ese mismo vecino desaparecer¨¢ un d¨ªa y nadie preguntar¨¢ qu¨¦ ha sido de ¨¦l. La gente desaparece tan sin huella como esas figuras p¨²blicas que de un d¨ªa para otro quedan borradas de las fotograf¨ªas.
En Mosc¨², en 1937, mucha gente ten¨ªa preparada una peque?a maleta para cuando llegaran en mitad de la noche los agentes de la polic¨ªa pol¨ªtica
Cuando se acerca el amanecer abandona la guardia. Los visitantes nunca llegan de d¨ªa. Los pies y las manos se le quedan helados, las piernas entumecidas por la inmovilidad. Le marea haber fumado tanto. En el suelo quedan las colillas. Entra en el apartamento con la maleta en la mano y cierra con sigilo, como si volviera a deshoras de alg¨²n viaje. Al pasar junto al cuarto de su hija oye tras la puerta la respiraci¨®n infantil en calma. En su dormitorio deja la maleta al pie de la cama y se tiende en ella sin quitarse el abrigo ni los zapatos. Teme que si baja la guardia y se queda dormido ser¨¢ m¨¢s vulnerable. Su mujer finge que duerme, pero esa respiraci¨®n no puede simularse. Ha estado tan despierta como ¨¦l, desde que apag¨® la luz, y ha permanecido igual de atenta a cualquier sonido del ascensor o de pasos que se acercan. Durante las horas diurnas habr¨¢ una calma relativa, una tregua. Con la noche y el silencio regresar¨¢ el miedo. El hombre volver¨¢ a salir con su abrigo y su peque?a maleta como si emprendiera un viaje, aunque no se mover¨¢ del rellano. Tiene la rara esperanza de que si los espera en la puerta no entrar¨¢n en la casa y no har¨¢n da?o a su mujer y a su hija.
La escena es real: en Mosc¨², en 1937, mucha gente ten¨ªa preparada una peque?a maleta para cuando llegaran en mitad de la noche los agentes de la polic¨ªa pol¨ªtica. El hombre que prefer¨ªa esperarlos en la puerta de su apartamento era Dmitri Shostak¨®vich. Nunca, en toda su vida adulta, dej¨® de tener miedo, ni un solo d¨ªa. Nunca vinieron a detenerlo. Testigos que estuvieron cerca de ¨¦l se fijaron en el temblor permanente de sus manos, los tics de su cara muy p¨¢lida, el modo en que chupaba los cigarrillos. Los mejores momentos de la m¨²sica de Shostak¨®vich oscilan entre una gradual amenaza, una dulzura de contemplaci¨®n, una energ¨ªa violenta, un estallido de lo grotesco y lo macabro, una retirada a lo m¨¢s secreto y lo m¨¢s sagrado de la conciencia, donde sin embargo no se est¨¢ a salvo del remordimiento y el sarcasmo. A estas alturas, y a pesar del desd¨¦n arrogante que le dedic¨® Pierre Boulez, Shostak¨®vich es uno de los compositores fundamentales del ¨²ltimo siglo. No podemos separar nuestro aprecio por su m¨²sica de los infortunios y los enigmas de su vida, porque Shostak¨®vich sufri¨® en carne propia y en un grado de crueldad inaudito el choque entre la libertad creadora y el despotismo del poder pol¨ªtico. Otros pagaron con sus vidas: ¨¦l con el miedo, con la claudicaci¨®n que lo avergonzaba ¨ªntimamente y que a veces se parec¨ªa demasiado a la indignidad. Pero hay que ser muy cauteloso a la hora de juzgar a quien ha sufrido mucho m¨¢s que uno mismo. Y probablemente es imposible ponerse en su lugar.
Esa es una tarea a la que a veces se atreve la novela: no inventar un personaje y una conciencia, sino adentrarse en la de alguien que ha vivido o vive de verdad
Esa es una tarea a la que a veces se atreve la novela: no inventar un personaje y una conciencia, sino adentrarse en la de alguien que ha vivido o vive de verdad; no solo contar algo de lo que sucedi¨®, sino ver el mundo con sus ojos; imaginar a Shostak¨®vich, por ejemplo, seg¨²n su propio testimonio, de pie en el rellano, con la maleta y el abrigo, fumando ante el ascensor, poniendo o¨ªdo, su o¨ªdo sagaz adiestrado en la m¨²sica.
Acaba de intentarlo Julian Barnes en una novela que yo me apresur¨¦ a comprar porque me gusta mucho Shostak¨®vich y me gusta Julian Barnes, sobre todo cuando escribe de arte y de m¨²sica. Para eso sirve la ficci¨®n, para llegar a donde no se puede de ninguna otra manera, al otro lado del espejo, al interior de esa c¨¢mara sellada que es siempre la conciencia de otra persona. La novela se titula The Noise of Time, y a m¨ª me ha dejado una sensaci¨®n de ausencia. Para inventar lo real hace falta convertir la documentaci¨®n en experiencia propia y autobiograf¨ªa. El Shostak¨®vich de Julian Barnes registra acontecimientos que nos son muy familiares gracias a las fuentes biogr¨¢ficas, pero no parece vivirlos. A trav¨¦s de esa figura extra?amente inerte Barnes nos filtra la informaci¨®n que ha le¨ªdo, en gran parte la misma que hemos le¨ªdo nosotros. La conciencia y la mirada de Shostak¨®vich las intuimos mucho mejor en Testimonio, de Solomon Volkov, casi en cada uno de sus cuartetos de cuerda, en el largo final de su Cuarta sinfon¨ªa.
The Noise of Time. Julian Barnes. Knopf. Nueva York, 2016. 224 p¨¢ginas. 25,95 d¨®lares.
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