Ultrasexo
La obra de Mapplethorpe no ha envejecido en absoluto; sus fotos mantienen ese control cl¨¢sico sobre el medio y una radicalidad en los temas
Con frecuencia captaba la propia imagen de chico sexy y guapo, de l¨¢tigos y braguetas, de rompimientos y suturas; de fotos brutales y bell¨ªsimas; de cuerpos escultura afroamericanos y contracultura leather¡ Miraba desafiante a la c¨¢mara ¡ªlo hab¨ªa hecho su amigo Warhol¡ª maquillado o con pajarita, listo para una gala ben¨¦fica; en poses sadomasoquistas, con chaqueta de cuero y pu?al en la mano; guerrillero, travestido, manteniendo a la muerte a raya¡ Formas rigurosas y poses calculadas ¡ªun autorretrato de Durero¡ª; im¨¢genes parad¨®jicas e intensas, sexuales en cada gesto, con esa ultrasexualidad de la d¨¦cada de los ochenta en que todo val¨ªa, o val¨ªa al menos un rato: lo que durara la canci¨®n o la raya.
Qui¨¦n sabe si esa paradoja que salpica la obra de Robert Mapplethorpe es precisamente lo que hace de su trabajo uno de los m¨¢s especiales de aquella ¨¦poca tan llena de fotograf¨ªas ¡ªel que mejor ha envejecido¡ª. Es m¨¢s, ante su obra ¡ªpresentada en el Lacma (Los Angeles County Museum) y el Museo Paul Getty de la misma ciudad hasta el verano¡ª el espectador tiene la sensaci¨®n n¨ªtida de estar frente a una propuesta art¨ªstica que no ha envejecido en absoluto: las instant¨¢neas del artista estadounidense, fallecido de sida en 1989, con poco m¨¢s de 40 a?os ¡ªen plena crisis de la enfermedad¡ª, siguen manteniendo esa mezcla inesperada de control cl¨¢sico sobre el medio ¡ªa ratos casi conservador en el modo de iluminar, la sintaxis fotogr¨¢fica, el uso del blanco y negro¡¡ª y una poderosa radicalidad en los temas tratados.
De hecho, sus im¨¢genes, a menudo muy expl¨ªcitas, hablan de un deseo poco convencional donde el sadomasoquismo se mezcla con el homoerotismo ¡ªa ratos dulce como el famoso abrazo de los dos j¨®venes vestidos con una corona y a ratos brutal como el cuerpo afroamericano sin rostro, elegantemente trajeado, de cuyos pantalones emerge indiscreto el pene¡ª; la sexualidad alternativa y desgarrada de su amiga Patty Smith; andr¨®gina en el caso de la body builder Lisa Lyon; o descarada en el delicioso retrato de la ancianita Louise Bourgeois, quien lleva uno de sus falos bajo el brazo a modo de inocente barra de pan.
La contradicci¨®n prodigiosa de Mapplerthorpe es la que las dos exposiciones de Los ?ngeles han sido capaces de recuperar ¡ªdesvelar, se dir¨ªa¡ª, junto a otros materiales extraordinarios de su abultado archivo ¡ª m¨¢s de 3.000 polaroyds, 120.000 negativos, correspondencia¡¡ª, adquirido a medias por ambos museos en 2011. Qui¨¦n sabe si fue su paradoja entre clasicismo y radicalidad lo que hizo del artista uno de los m¨¢s controvertidos del momento, m¨¢s all¨¢ del miedo colectivo al sida en una ¨¦poca en la cual se asociaba de forma directa a la comunidad gay que ¨¦l explicitaba sin tapujos.
Visto el conjunto de las deslumbrantes im¨¢genes a?os despu¨¦s se admira la elegancia del fot¨®grafo casi tanto como su desenvoltura a la hora de tratar los juegos en los m¨¢rgenes. Asombran, sobre todo, esas formas desimplicadas, convertido el deseo alternativo de l¨¢tigos y cueros en un ejercicio de estilo tambi¨¦n, cargado no obstante de un eficaz mensaje pol¨ªtico que, pienso ahora, quiz¨¢s hubiera sido menos firme caso de haber presentado las im¨¢genes una menor perfecci¨®n est¨¦tica. ?Puede acaso el arte pol¨ªtico ser bello? Mirando la obra de Mapplerthorpe, la respuesta afirmativa est¨¢ clara. A lo mejor por eso clausuraron la muestra p¨®stuma en la Corcoran Gallery y no por la supuesta ofensa a la moral p¨²blica: las fotos insolentes eran demasiado perfectas. Para los censores el chico guapo y su est¨¦tica refinada y cl¨¢sica no deber¨ªan haberse convertido jam¨¢s en los narradores del ultrasexo en los ochenta. Y, sin embargo, nadie lo relat¨® como ¨¦l. ?
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