Prefiero recordar hacia ma?ana

Una lectura vigorosa, po¨¦tica y expresiva de una tragedia simbolista y surreal, en la que Lorca habla del amor aplazado, idealizado y no consumado, y del tiempo dilapidado en la espera, ante la inexorabilidad de la muerte. Atalaya, compa?¨ªa que hace seis lustros se estren¨® en el teatro textual con este mismo t¨ªtulo, tenido por oscuro y herm¨¦tico, lo hace claro y asequible, pero inquietante, en la puesta en escena de Ricardo Iniesta, apoyada en la labor f¨ªsica excepcional de un grupo de actores diestro, homog¨¦neo y bien acordado, que maneja por menudo el lenguaje del director.

La versi¨®n es fidel¨ªsima a la manuscrita que Lorca ley¨® a algunos amigos (la Xirgu entre ellos) en Huerta de San Vicente, cinco a?os antes de su asesinato, salvo en los detalles escenogr¨¢ficos, pues Iniesta reinterpreta las acotaciones a la luz del teatro de vanguardia contempor¨¢neo de As¨ª que pasen cinco a?os: tanto en el espacio esc¨¦nico como en todo lo que se refiere al juego de los actores, la representaci¨®n de la compa?¨ªa andaluza evoca muy en l¨ªneas generales y en formato m¨¢s peque?o, el estilo, la pl¨¢stica y la cin¨¦tica de los espect¨¢culos de Tairov y Meyerhold, asimilados los de este a trav¨¦s del cine de Eisenstein.

El trabajo de Iniesta con Atalaya puede compararse con el que hace William Christie con Les Arts Florissants, u otros directores y grupos orquestales que reinterpretan la m¨²sica antigua con instrumentos originales, buscando una sonoridad pr¨ªstina genuina: su montaje tiene el aroma, el color y la textura de los que hizo la avanzadilla del teatro sovi¨¦tico coet¨¢neo de Lorca, que en la pr¨¢ctica esc¨¦nica hab¨ªa emprendido en Rusia una ruptura similar a la que el dramaturgo espa?ol efectu¨® en el terreno textual con su ¡®teatro imposible¡¯, que no lo es tanto.

Atalaya sortea con pericia la rutina realista del teatro espa?ol. Di¨¢logos como el del gato con el ni?o muerto y escenas como la de la novia retornada y el jugador de rugby hacen honor al universo de Lorca: tal virtuosismo no se improvisa, y de que cuando se intenta el resultado dista de ser bueno, tenemos un ejemplo notable reciente. La escenograf¨ªa, del propio Iniesta (unas escaleras que, seg¨²n se coloquen e iluminen, transfiguran el espacio), parece inspirada en un dise?o de Exter para una irrealizada revista meyerholdiana o en el decorado de Tres joyas jud¨ªas (1921), montaje dirigido por Aleksandr Granovskii, disc¨ªpulo destacado de Reinhardt. Eficac¨ªsima y sin artificio, la luz de Miguel ?ngel Camacho.

Dentro del gran trabajo coral, se individualizan la tel¨²rica m¨¢scara amarilla de Carmen Gallardo, la prosodia y el canto del maniqu¨ª de Silvia Garz¨®n, la sugestiva voz y presencia de la Mecan¨®grafa andr¨®fuga de Mar¨ªa Sanz, la fuerza fr¨¢gil del Joven de Ra¨²l Sirio Iniesta, la ductilidad de Jer¨®nimo Arenal y la delicadeza de la Novia de Elena Amada Aliaga. No es f¨¢cil, y hacen que lo parezca, actuar en esa escalera tan empinada y estrecha. Aunque alguna escena diste de estar donde se pretende, el conjunto vale muy mucho la pena.