Simone de Beauvoir, la hermana mayor
Este 14 de abril se cumplen 30 a?os del fallecimiento de la fil¨®sofa y escritora francesa, nacida en 1908 en el parisino bulevar Raspail, sacerdotisa del existencialismo y una de las te¨®ricas clave del feminismo, por mucho que le duela a H¨¦l¨¨ne Cixous y a otras seguidoras del pensamiento de la diferencia, que la ningunean por verla demasiado apegada al discurso ilustrado, es decir, al feminismo de la igualdad. Y si Olympe de Gouges y Mary Wollstonecraft fueron nuestras abuelas y nuestra madre Virginia Woolf, a Beauvoir le cabe el honor de haberse erigido en nuestra hermana mayor. Una hermana un tanto particular, todo sea dicho, dado que cuando empez¨® su libro m¨¢s emblem¨¢tico, El segundo sexo, publicado en 1949 y hoy considerado la biblia del feminismo moderno, no anidaba a¨²n en ella el gusanillo de la reivindicaci¨®n.
Simone de Beauvoir, aquella estudiante aplicada que de vez en cuando distra¨ªa alg¨²n que otro volumen en la librer¨ªa de Adrienne Monnier y que so?aba con consagrar sus d¨ªas a la vida intelectual, devino feminista en el proceso de su redacci¨®n y sobre todo cuando, tras vender m¨¢s de 20.000 ejemplares en una semana, constat¨® la indignaci¨®n que causaba entre algunos pr¨®ceres y el agradecimiento que suscitaba entre las lectoras, que la agasajaron con un alud de correspondencia, que por cierto jam¨¢s ces¨®. Casi tres lustros despu¨¦s, en este caso al otro lado del Atl¨¢ntico, se publicaba La m¨ªstica de la feminidad, de Betty Friedan, que convivi¨® en el agitado 1968 y en sus aleda?os con la traducci¨®n al ingl¨¦s del entonces ya m¨ªtico ensayo de Beauvoir, aunque se tratara de una versi¨®n seriamente tergiversada por un traductor inexperto que tan s¨®lo en fechas recientes ha hallado reparaci¨®n.
La autora de obras filos¨®ficas como Para una moral de la ambig¨¹edad, de novelas como La invitada o Los mandarines, con la que gan¨® en 1954 el premio Goncourt (el importe le permiti¨® comprarse un apartamento, tras haber vivido siempre en hoteles modestos), y de libros memorial¨ªsticos como La fuerza de las cosas o Una muerte muy dulce, consagrado a su madre, hall¨® en Jean Paul Sartre el compa?ero ideal para crecer vital e intelectualmente. Muchos la acusaron de excesivo apego a las ideas sartrianas, aunque la pareja jam¨¢s viviera bajo el mismo techo; s¨ª comparten l¨¢pida en el cementerio de Montparnasse.
Pionera en hablar de la condici¨®n femenina como de una construcci¨®n cultural y, en consecuencia, pionera de los gender studies con su c¨¦lebre ¡°no se nace mujer, se llega a serlo¡±, que abomina de cualquier dictado de la biolog¨ªa, destaca sobre todo por haber predicado con el ejemplo un modelo de libertad que la llev¨® a gozar de ¡°amores contingentes¡± que ni interfirieron en su pacto de sangre con Sartre ni tampoco en los muchos viajes de placer o pol¨ªticos que hicieron juntos, incluidas la China de Mao y la Cuba de Castro. Tras algunos devaneos con el sexo femenino, convivi¨® por ejemplo algunos a?os con Claude Lanzmann, notablemente m¨¢s joven que ella y actual director de la revista Les Temps Modernes, cuna del existencialismo.
Siempre pronta a participar activamente de la actualidad, ya en su d¨ªa la vimos salir a las calles a reivindicar el derecho a la contracepci¨®n y al aborto junto a las chicas del MLF, a quienes recib¨ªa en su propia casa algunos domingos. Tampoco eludi¨® formular la trampa de la maternidad, uno de los muchos castigos que se infligen a la mujer en tanto que ¡°la otra¡±, la distinta, que hoy la llevar¨ªan a combatir a quienes abogan por un regreso al hogar y niegan una vida plena para las mujeres al margen de la funci¨®n reproductiva.
En Final de cuentas, el libro que cierra el abundante ciclo autobiogr¨¢fico que comenz¨® con Memorias de una joven formal, escribi¨®: ¡°No, no hemos ganado la partida: en realidad desde 1950 no hemos ganado casi nada. La revoluci¨®n social no alcanzar¨¢ a resolver nuestros problemas. Estos problemas conciernen a un poco m¨¢s de la mitad de la poblaci¨®n: hoy los considero esenciales. Y me asombro de que la explotaci¨®n de la mujer sea tan f¨¢cilmente aceptada¡±. Al igual que Borges y Rulfo, Beauvoir nos dej¨® en 1986 y la explotaci¨®n persiste, v¨¦ase la prostituci¨®n. De lo que se deduce que El segundo sexo sigue siendo un faro que alumbra en la oscuridad.
M? ?ngeles Cabr¨¦, escritora y cr¨ªtica, dirige el Observatorio Cultural de G¨¦nero.
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