Atados a la nostalgia
Existe una tendencia a denunciar la decadencia del presente. Pero necesitamos unas humanidades adaptadas a su tiempo, liberadas de lastres pasados
Quiz¨¢ ha llegado el momento de zanjar una cuesti¨®n veterotestamentaria y establecer de forma cient¨ªfica el origen de la decadencia de la cultura human¨ªstica cl¨¢sica. Los sartenazos entre apocal¨ªpticos e integrados carecen de sentido ante la oportunidad de desbloquear por fin la ansiedad de saber con exactitud d¨®nde arranca el principio del final o el primer vagido (o vah¨ªdo) de la agon¨ªa. Un sabio lleno de esquinas y enigmas, Carlos Pujol, no ten¨ªa duda alguna de ese origen. O, al menos, no la ten¨ªa cuando hablaba con alguien dispuesto a sacarlo de su silencio ensimismado para hacerle decir de veras lo que pensaba sobre la cultura human¨ªstica de nuestro tiempo. Seg¨²n ¨¦l, imp¨¢vido y franciscano, despu¨¦s de la Guerra Civil y tras la II Guerra Mundial ya nadie logr¨® recuperar el nivel anterior ni en poes¨ªa ni en novela, ni en ensayo ni en pensamiento.
Por supuesto, el diagn¨®stico no afectaba s¨®lo al ¨¢mbito hisp¨¢nico, sino a la alta cultura occidental, irreparablemente da?ada con respecto a su pasado reciente y remoto y herida de una muerte larga y dolorosa que todav¨ªa dura. A Ortega y Gasset no le sucede algo muy dis¨ªmil desde su madurez, pero remontaba ese principio del fin a algunas eras geol¨®gicas anteriores. De hecho, para ser precisos, el fangal espa?ol tiene sus ra¨ªces en la cadena gen¨¦tica que de padres a hijos no dej¨® de ahondar nuestro natural esp¨ªritu servil y gregario desde el siglo XVI, como poco, y hasta hoy. No hab¨ªa remedio alguno, seg¨²n comprob¨® en carne propia entre 1917 y 1920, cuando su vida fue vida de editorialista casi diario en las p¨¢ginas de El Sol. Pero tanto esfuerzo abnegado no sirvi¨® para nada. O sirvi¨® s¨®lo para derramar acremente un memorial de desagravio personal convertido en castigo ol¨ªmpico a la incorregible estulticia local: Espa?a invertebrada. Antonio Machado debi¨® de leerla sin duda y debi¨® hacerlo con algo de aprensi¨®n y algo de reticencia, pero tambi¨¦n con empat¨ªa.
De hecho, hacia 1929 (mientras Lorca est¨¢ escribiendo los poemas de Poeta en Nueva York y Bu?uel zascandilea entre Par¨ªs y Madrid con Dal¨ª, o Alberti se apresura a meterse en un infierno depresivo para salir de ¨¦l Sobre los ¨¢ngeles), Machado detecta la emergencia de un grupo curioso y hermoso de j¨®venes nombres, pero no tiene duda tampoco de que ninguno de ellos lleva dentro la formidable magnitud de un Unamuno, de un Juan Ram¨®n Jim¨¦nez o de un Ortega. Tiene entonces Machado algo m¨¢s de 50 a?os, que son los mismos que ten¨ªa F¨¦lix de Az¨²a cuando un grupo de amigos, 20 a?os m¨¢s j¨®venes que ¨¦l, le escuchamos por primera vez hacia 2001 la cr¨ªtica sint¨¦tica que despu¨¦s ha desplegado con brillo y desolaci¨®n en la serie que arrancaba con una Autobiograf¨ªa sin vida: sin vida estaba la cultura espa?ola (y occidental) al menos desde 1969, seg¨²n contaba, aunque ¨¦l desde luego la disfrutaba (y la disfruta) incluso con frenes¨ª desbocado. Pero eso se lo o¨ªmos decir en el filo del fin de siglo, quiz¨¢ afectado por un milenarismo contagioso, como si fueran residuales y epigonales Juan Benet, Rafael S¨¢nchez Ferlosio, Juan Mars¨¦ y Fernando Savater.
Ese a?o 2001 estaba empezando tambi¨¦n a excitar los instintos m¨¢s corrosivos de Javier Pradera. Por entonces llevaba ya una d¨¦cada lejos del que fue, para ¨¦l, ¡°el mejor oficio del mundo¡±, que era el oficio de editor. Hab¨ªa abandonado Alianza Editorial en 1989, despu¨¦s de 20 a?os metido en su sala de m¨¢quinas, especializado en el libro de ensayo acad¨¦mico, de alta cultura y pensamiento: estaba llegando para entonces el final de un modelo de edici¨®n culta para lector culto, tal como lamentaban patriarcas como Andr¨¦ ?Schif?frin. A Pradera la convalecencia le dur¨® un tiempo, pero en seguida volvieron a anim¨¢rsele los interminables brazos y se le achinaban inconcebiblemente los ojos cuando comprobaba, a lo largo de la d¨¦cada de 2000, la aparici¨®n de nuevos editores capaces de llenar las bibliotecas particulares con ejemplares de Impedimenta, Min¨²scula, Bellaterra, F¨®rcola, Libros del Asteroide, Perif¨¦rica (o reci¨¦n llegados que no lleg¨® a ver, como Adesiara y Arpa Editores).
Una de ellas era Acantilado y su formidable portaviones comercial y delicado de alta cultura human¨ªstica, actualizada y elitista a la vez. Parad¨®jicamente, Jaume Vallcorba muri¨® convencido de la degradaci¨®n galopante de la alta cultura, a la vez que viv¨ªa la consagraci¨®n irrefutable de su cat¨¢logo. Lo pueblan desde Montaigne hasta Chateaubriand, desde Mart¨ªn de Riquer o Joan Ferrat¨¦ hasta Antoine Compagnon o Marc Fumaroli, desde las historias sobre Bach de Ram¨®n Andr¨¦s hasta las historias sobre el mar de Isabel Soler: tienen mucho de la vitalidad luminosa de unas humanidades adaptadas a su tiempo y desesclavizadas de la nostalgia de los or¨ªgenes, sin duda mucho m¨¢s sombr¨ªos y crepusculares que el vivac¨ªsimo presente cambiante. Si la nostalgia es muy fuerte, siempre se podr¨¢ acudir por cuatro duros a las fenomenales versiones de J.?A. Gonz¨¢lez Iglesias de los poemas de Ovidio o a sus ediciones de Catulo, sobre todo aquellos que boqueamos ansiosos con el texto latino delante, pero admiramos y disfrutamos la soltura musical y leve con que Emilio Lled¨® recita versos y prosas en griego cl¨¢sico. Adem¨¢s, si el buen lat¨ªn y el mucho tabaco no han acabado con Francisco Rico, para qu¨¦ mortificarse dejando el tabaco: mejor dejar el lat¨ªn.
Quiz¨¢ eso, o algo parecido, es lo que rumiaba Javier Pradera hacia 2001, cuando sigui¨® fiel a su compromiso de interpretar lo real no desde la subjetividad da?ada, sino desde la racionalidad activada; no desde la melancol¨ªa de la p¨¦rdida, sino desde la comprensi¨®n anal¨ªtica de los cambios hist¨®ricos. Y la luz no s¨¦ si morada o roja de Pradera funcion¨® de nuevo como se?al de alarma para alumbrar, ese mismo a?o 2001, otra certeza ins¨®lita, valiente y secreta. Crey¨®, cre¨ªa, ¡°que todo el mundo debe estar alertado sobre los peligros inherentes a la irresistible tendencia de cualquiera a confundir la decadencia de su propio mundo personal con la decadencia de la humanidad¡±.
Jordi Gracia es ensayista y profesor de la Universidad de Barcelona. Es autor, entre otros, de El intelectual melanc¨®lico (Anagrama, 2011). Su ¨²ltimo libro es Miguel de Cervantes. La conquista de la iron¨ªa (Taurus, 2016).
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