¡°?Muera la inteligencia!¡±: Anatom¨ªa de una infamia
Unamuno sufri¨® poco antes de morir la afrenta de Mill¨¢n Astray contra los intelectuales. En el 80? aniversario de aquel episodio, un filme recuerda su figura en el Festival de M¨¢laga
Los desarbol¨® a todos el golpe militar fracasado de julio del 36, pero no los desarbol¨® de la misma manera. A algunos los enmudeci¨® con t¨¢ctica y c¨¢lculo, como a Ortega, muy enfermo y muy espantado (su hija llegaba a casa unos d¨ªas antes del 18 de julio con la ¨²ltima papeleta de la licenciatura en la mano y el ruido de los disparos callejeros en el o¨ªdo). A algunos incluso les procur¨® una resistencia total frente a la sublevaci¨®n, como a Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, tan poeta y tan leal a la Rep¨²blica; y hasta a Clara Campoamor le despert¨® el liberalismo templado y el af¨¢n de la denuncia de las brutalidades de los sublevados, mientras se iba a Francia con la angustia en el cuello.
A Unamuno lo desarbol¨® tanto que le hizo resucitar al viejo energ¨²meno que hab¨ªa sido desde su juventud. As¨ª lo hab¨ªa llamado hac¨ªa muchos a?os, en p¨²blico y en privado, un joven superdotado, Ortega, a quien Unamuno trat¨® de t¨² a t¨² desde el principio, pese a que Unamuno le doblase la edad. Lo descompuso de tal modo que Unamuno se confundi¨® y crey¨® adivinar la redenci¨®n colectiva de Espa?a en el alzamiento militar y en los falangistas fervorosos y violentos, y as¨ª lo declar¨® entonces, precipitamente, quiz¨¢ alocadamente, como casi siempre hab¨ªa escrito, puro incontinente emocional y profuso. En Salamanca segu¨ªa Unamuno en 1936, aunque Aza?a le destituyese del rectorado de la Universidad tras aquella adhesi¨®n a la causa sublevada (mientras el nuevo poder franquista lo restitu¨ªa de inmediato).
Y ah¨ª estaba el d¨ªa 12 de octubre de 1936, en el Paraninfo de su Universidad, presidiendo el acto como rector y en representaci¨®n de Franco, impaciente y ya arrepentido, anotando a toda mecha palabras sueltas y frases en un papelito, mientras o¨ªa las salvajadas de Mill¨¢n Astray, airad¨ªsimo con el discurso del propio Unamuno en su mejor papel de "anciano con cabeza de b¨²ho" (Andr¨¦s Trapiello). Dijo entonces lo que no quer¨ªan o¨ªr los falangistas, los requet¨¦s, los sublevados; dijo no cuando esperaban que dijese s¨ª y deplor¨® el error de haber confiado en aquella mezcla imp¨²dica de fe fan¨¢tica y brutalidad militar: ¡°vencer¨¦is pero no convencer¨¦is¡± fue lo que dicen que dijo entonces Unamuno con la rebeld¨ªa del joven energ¨²meno y la valent¨ªa de la raz¨®n social, civil y laica que hab¨ªa defendido siempre.
Carmen Polo
Fue la mujer de Franco, Carmen Polo, junto al poeta gaditano, propagandista y fino franquista Jos¨¦ Mar¨ªa Pem¨¢n, quienes escudaron la salida de Unamuno del Paraninfo de la universidad. Evitaron la paliza matonil pero no sortearon una nueva destituci¨®n, ahora por parte de Franco, de todos sus cargos. Qued¨® desde entonces semiconfinado en su propia casa, vigilado, dice ¨¦l, por un polic¨ªa que le segu¨ªa a donde fuese, muri¨¦ndose lentamente de angustia ante las atrocidades, secuestros y fusilamientos que se suced¨ªan en Salamanca o en Badajoz.
Pero no call¨®, como no hab¨ªa callado nunca, y se rectific¨®, como se hab¨ªa rectificado tantas otras veces, ahora casi ya sin aire que respirar porque iba a morirse en un 31 de diciembre, f¨²nebre para ¨¦l y para los dem¨¢s, mientras Gregorio Mara?¨®n acababa de cruzar la frontera como liberal de otro estilo, m¨¢s elegante y se?orial, menos efusivo ahora y desde luego m¨¢s calculador de los intereses presentes y futuro. Incluso a Ortega se le atragant¨® la historia porque su necrol¨®gica repentizada a los dos d¨ªas, ya desde su exilio en Par¨ªs, reproch¨® a Unamuno la omnipresencia del ¡°ornitorrinco de su yo¡±. Pese a la conmoci¨®n de la noticia, Ortega sac¨® el arsenal ir¨®nico para reprobar a Unamuno que no hubiese aprendido ¡°la t¨¢ctica y la delicia que es para el verdadero intelectual ocultarse e inexistir¡±.
Unamuno no lo aprendi¨®. Pero de haberlo aprendido, decidi¨® que el 12 de octubre de 1936 era el peor d¨ªa para callar contra el grito "?Muera la inteligencia!¡±. Por eso dijo no, antes que Albert Camus, y cuando demasiados mantuvieron un silencio atronador. Habl¨® tanto que incluso se acord¨®, tambi¨¦n ¨¦l, de Cervantes al contestar a otro mutilado de guerra, Mill¨¢n Astray, levantando a la vez la voz y la cabeza de b¨²ho por encima de los dem¨¢s.
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