Loach y el buen cine social
El director podr¨ªa cerrar brillantemente su carrera con 'Yo, Daniel Blake', una pel¨ªcula dura
A sus 80 a?os Ken Loach puede estar convencido de que su cine siempre ha sido fiel a su eterna vocaci¨®n, o su conciencia, o su certidumbre de que debe retratar la historia de los m¨¢s d¨¦biles, de los eternos perdedores, de gente que est¨¢ en el l¨ªmite de la supervivencia. Ha hecho cine social desde el principio, desde que en los a?os sesenta empezara a reproducir la realidad y sus desgracias, los abusos del poder, la descripci¨®n de personas acorraladas que intentan buscar refugio ante la tempestad. Siempre ha pensado que el cine es un arma cargada de futuro, que debe reflejar el estado de las cosas a trav¨¦s de los problemas de gente cotidiana y que para ser veraz y transmitir su visi¨®n del mundo debe hacerlo con un lenguaje contundente y claro, prefiriendo la complejidad y los matices al panfleto puro y duro.
Y esas intenciones se han cumplido bastantes veces haciendo pel¨ªculas tan cre¨ªbles como militantes, inteligentes y sensibles, describiendo mundos que le resultan cercanos. En otras ocasiones se ha equivocado resultando previsible. Y tambi¨¦n ha perpetrado algunos fiascos absolutos cuando su tem¨¢tica social la ha trasladado a pa¨ªses que no son el suyo. El mejor Loach siempre ha sido el que sit¨²a sus dram¨¢ticos o agridulces relatos en Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda.
Este director podr¨ªa cerrar brillante y coherentemente su humanista carrera con?Yo, Daniel Blake, una pel¨ªcula dura, veros¨ªmil y tr¨¢gica, narrada con estilo aparentemente sencillo y con resultado impactante. En ella arremete contra la burocracia y la injusticia de las organizaciones estatales, una burocracia y ausencia de compasi¨®n que se ceba hasta extremos surrealistas con los m¨¢s necesitados, con una clase que pas¨® de ser media a ¨ªnfima. Narra dos historias paralelas que acabar¨¢n junt¨¢ndose. Una es la de un carpintero sesent¨®n que ha sufrido un infarto muy grave, incapacitado para seguir trabajando, seg¨²n los m¨¦dicos, pero al que el kafkiano Estado le exige que encuentre un curro si pretende cobrar por su incapacidad y por su jubilaci¨®n. El calvario de este buen hombre acudiendo a innumerables citas in¨²tiles, sus llamadas telef¨®nicas a las instituciones, en las que una m¨¢quina te hace esperar un tiempo insufrible y despu¨¦s no te contesta, la exigencia de que sus quejas y reclamaciones solo puede formularlas a trav¨¦s de Internet, siendo una persona mayor que sigue identificando al rat¨®n con un animal roedor, la desesperanza que le va embargando, est¨¢ contada de forma transparente. Te contagia sus sentimientos y al igual que ¨¦l sientes ganas de gritar. Pero puede existir solidaridad entre los parias. Y a esta persona angustiada a¨²n le quedan fuerza y ganas para ayudar a una madre soltera y con dos ni?os, que tampoco encuentra trabajo y debe recurrir al banco de alimentos y a una vivienda miserable que le proporciona el comprensivo Gobierno.
Loach no ofrece respiro ni a los desgraciados protagonistas ni al aterrado espectador. Todo lo que nos muestra desprende verdad, rabia, indignaci¨®n, negaci¨®n de eso tan prestigioso como inexistente llamada justicia social. Y lo hace sin recurrir al manique¨ªsmo, ateni¨¦ndose a la realidad. Y cuando la pel¨ªcula termina y sales a La Croisette, s¨ªmbolo del lujo absoluto, las tiendas de ropa y joyas m¨¢s exquisitas, los coches de alta gama y los hoteles fastuosos, sientes un poco de verg¨¹enza al pagar 10 euros por una botellita de agua sentado en una terraza. Y te alegras de tu suerte, pero entiendes que la pobre y desesperada gente de la que habla Loach maldiga a un sistema social que excluye la ayuda y la piedad hacia las eternas v¨ªctimas de esas crisis que siempre crean los canallas legitimados.
El director franc¨¦s Bruno Dumont, autor de un cine tan herm¨¦tico como deplorable, con pretensiones tr¨¢gicas y naturalistas y resultadas irritantes o dormitivos, ahora le ha dado por la farsa en su pel¨ªcula Ma Loute. Y es posible que te haga re¨ªr en alg¨²n momento del arranque, situado en el Calais de principios del siglo XX y protagonizado por una caricaturesca fauna de veraneantes de la gran burgues¨ªa y adinerados nativos, su enfrentamiento con los pescadores de la zona, que adem¨¢s son antrop¨®fagos, promete situaciones graciosas y delirantes pero esa diversi¨®n se diluye r¨¢pido. De acuerdo en que supone un desmadre esperp¨¦ntico en el agotador cine de Dumont, pero un desmadre tan tonto como cuando va de solemne y trascendente.
Babelia
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