Bob Dylan cumple 75 a?os: la leyenda sigue en la carretera
El m¨²sico estadounidense luce una proyecci¨®n envidiable y una carrera imprevisible Su ¨²nica constante es la pasi¨®n por el directo, el 4 de junio retoma su Gira Interminable

Bob Dylan llega hoy a los 75 a?os con la cabeza bien alta. Recibido en la Casa Blanca, es citado por jueces y fil¨®sofos. Acumula los suficientes reconocimientos para permitirse acudir a recoger premios¡ o no (recuerden el Pr¨ªncipe de Asturias). Hasta Duluth, la ciudad donde naci¨®, escenifica la reconciliaci¨®n con su hijo ingrato. Y le conceden una nueva oportunidad en la ficci¨®n audiovisual: con dinero de Amazon, Lionsgate prepara una serie basada en su cancionero.
Se acepta su modus operandi, que nada tiene de normal. Desde 1988, ofrece un centenar de conciertos anuales. No obedece a imperativos econ¨®micos, como ocurre con tantos veteranos de la canci¨®n: los derechos de autor y las regal¨ªas de sus discos le permitir¨ªan retirarse o dosificar sus apariciones. Es una opci¨®n personal: entiende su existencia como una actualizaci¨®n del oficio del juglar, en perpetuo movimiento pero encerrado en su burbuja.
Su planteamiento incluye tambi¨¦n la reinvenci¨®n de su repertorio. Nada ha da?ado tanto su reputaci¨®n como el persistente maltrato en directo de su obra, agravado por sus carencias vocales. Cabe sospechar que tampoco Dylan se siente muy seguro de sus frutos: tras casi treinta a?os de su Never ending tour, no ha editado ning¨²n ¨¢lbum live, aparte de temas sueltos. Parece haberse alcanzado cierto equilibrio entre sus misteriosas necesidades creativas y las expectativas de su p¨²blico.
Pocos artistas han mantenido una relaci¨®n tan antag¨®nica con sus seguidores primigenios. Solo podemos calibrar esa tensi¨®n si asumimos que Dylan fue mucho m¨¢s que un cantante: en los sesenta, portaba la antorcha que iluminaba la insurgencia generacional. En la primera oportunidad, rechaz¨® el papel de profeta (algo perfectamente comprensible, considerando los finales de Malcolm X, Robert Kennedy o Martin Luther King), lo que cre¨® sensaci¨®n de orfandad entre sus fieles. Con el tiempo, estos disc¨ªpulos han aceptado a rega?adientes algunos de sus volantazos: el acercamiento al country, el valor musical de sus col¨¦ricos discos de cristiano fundamentalista.
Pero queda un poso de rencor. Felizmente para Dylan, ha ido renovando su grey. Se han incorporado fans de las siguientes generaciones, que no comparten esa sensaci¨®n de haber sido traicionados ni hacen comparaciones con el Dylan imperial (1965-6). Se ha librado as¨ª de procesos revisionistas: las luminarias del feminismo han obviado sus venenosos retratos de las mujeres que le desairaron durante los sesenta, mientras que Mick Jagger ha sido triturado por la misoginia de las canciones que hac¨ªa en la ¨¦poca.
Dylan ha alcanzado un extraordinario grado de libertad: se mueve en las sombras, raciona las entrevistas, evita comprometerse. Un ejemplo de su ductilidad: el hombre que presum¨ªa de haber liquidado el negocio de Tin Pan Alley (la f¨¢brica de standards que nutr¨ªa a crooners y torch singers) ahora puede permitirse dar su visi¨®n de lo que llaman el Great American Songbook.
?Rebobinemos! En 1985, durante la entrevista para la preparaci¨®n de la caja Biograph, alardeaba de que ¡°Tin Pan Alley ya no existe; yo acab¨¦ con aquello¡±. Aquellos maestros (mayormente jud¨ªos) de las letras y las melod¨ªas cedieron ante el modelo de Dylan, que primaba la autoexpresi¨®n y no reconoc¨ªa l¨ªmites en tem¨¢tica o lenguaje. Esa jubilaci¨®n forzosa fue una cat¨¢strofe cultural pero Bob extiende hoy una rama de olivo: ha lanzado su segunda colecci¨®n de standards, unidos por el leve hilo de haber sido cantados por Frank Sinatra.
Caprichos de estrella
Tales caprichos se facilitan por su decisi¨®n de 2001, cuando pas¨® a autoproducirse bajo el seud¨®nimo de Jack Frost. Eliminaba as¨ª sus mayores dolores de cabeza: los sucesivos choques con productores que pretend¨ªan modernizarle. Aceleraba el proceso de grabaci¨®n, al recurrir a su disciplinada banda de directo, que entiende su idea del clasicismo sonoro y los arreglos funcionales. A¨²n as¨ª, cuando termin¨® las sesiones de grabaci¨®n en el estudio de Capitol que se materializar¨ªan en Shadows in the Night y Fallen Angels, acudi¨® a la casa de Daniel Lanois para que escuchara los resultados. Explic¨® al productor canadiense que aquellas sofisticadas canciones le hab¨ªan conmovido cuando era un adolescente. ?C¨®mo? ?No hab¨ªamos quedado en que era un hijo del rock and roll revitalizado por el folk?
Tal vez reinicid¨ªa en un deporte favorito: la reescritura de su biograf¨ªa. Aunque, tras la primera entrega, nunca complet¨® Cr¨®nicas, su prometida trilog¨ªa autobiogr¨¢fica. Hizo bien: con las actuales herramientas inform¨¢ticas, sus ¡°prestamos¡± son f¨¢cilmente detectables. Dado el grado de fanatismo que despierta, result¨® inevitable que se descubrieran docenas de deudas de Cr¨®nicas Vol. 1 con Jack London, Mezz Mezzrow y otras fuentes inesperadas (?un n¨²mero de la revista Time de 1961!). En m¨²sica, se acepta su coartada: trabaja en la tradici¨®n folk donde se reciclan constantemente los hallazgos del pasado, aunque se espera que cites el original; en el universo literario, suelen ser m¨¢s estrictos con los plagios. Tranquilos: no tiene muchas posibilidades de que le otorguen el Nobel.
Medio siglo del torrencial ¡®Blonde on Blonde¡¯
Durante d¨¦cadas, Dylan rehuyo su pasado. Dej¨® el campo libre a los piratas, que inundaron el mercado con infinidad de bootlegs. Su intento de parodiar semejante obsesi¨®n ¡ªcon Self Portrait¡ª le gener¨® las peores cr¨ªticas de su carrera. En 1991, su manager le convenci¨® de que deb¨ªa competir seriamente en ese terreno. Jeff Rosen se dedic¨® a centralizar y enriquecer su archivo, acumulando cintas, filmaciones, fotos, documentos.
Desde entonces, han salido 10 maravillosos vol¨²menes de la Bootleg Series, aparte del documental No Direction Home; aunque se atribuy¨® a Martin Scorsese, el cineasta trabaj¨® sobre entrevistas previamente realizadas por Rosen.
Dylan no solo se desentiende de esos proyectos: desprecia la mercadotecnia moderna y se niega a publicar ediciones ampliadas de sus discos. Se cumplen ahora los 50 a?os del torrencial Blonde on blonde y no hay lanzamientos oficiales. La conmemoraci¨®n corresponde a la revista brit¨¢nica Mojo, que le lleva a su portada y edita una recreaci¨®n de Blonde on Blonde por artistas contempor¨¢neos.
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