Johann Sebastian Queyras
El violonchelista corona el Everest al ofrecer las seis 'Suites' de Bach sin partitura en un mismo, memorable, concierto en Madrid
Las Suites de Bach son el Everest que todo violonchelista quiere coronar. Tocar las seis en un mismo concierto acentúa, y mucho, la dureza de la escalada. Hacerlo, además, sin partitura, memorizando sus miles de notas, exige un formidable poder de concentración. Recrearlas como acaba de hacerlo Jean-Guihen Queyras es una gesta solo al alcance de los elegidos.
Bach: Suites para violonchelo. Jean-Guihen Queyras. Auditorio Nacional, 28 de mayo.
Son tantas las veces en que el instrumento se percibe como un escollo más entre el intérprete y la música que asombra ver la relación que mantiene el francés con su gioffredo cappa de 1696, que parece obedecerle con docilidad y mansedumbre. Solo así puede fluir la música con semejante naturalidad, con una absoluta ausencia de énfasis y movimientos que se abren y cierran formando un arco perfecto. La simbiosis entre música, violonchelo y violonchelista es tal que elementos otras veces perturbadores –las cuerdas metálicas, la anacrónica pica– no solo pasan a un segundo plano, sino que se olvidan por completo. Queyras obra incluso el milagro de que no a?oremos en la Sexta Suite, la más polifónica y ambiciosa, el violoncello piccolo de cinco cuerdas prescrito explícitamente por Bach.
Es difícil saber qué admirar más en su técnica, si la afinación infalible de su mano izquierda o los recursos aparentemente inagotables del arco que maneja la derecha como si no existiera el rozamiento con la cuerda y no se sucedieran sin cesar los cambios de dirección. Sin incurrir jamás en la falsa trascendencia, Queyras reduce a veces la dinámica hasta el susurro, como en el Re final de la Sarabande de la Segunda Suite, o enlaza con naturalidad dos movimientos (Sarabande y Menuett de la Primera) que semejan así partes indisolubles de un todo. Asume riesgos (el tempo febril de la Courante de la Segunda), descubre tesoros escondidos (la suave melancolía de la Gigue de la Quinta: una revelación), da voz por igual al Bach humano (el aire folclorizante de la Gavotte II de la Sexta) y sobrehumano (la fuga del Prelude de la Quinta), y ofrece generosamente repeticiones, ornamentando con mesura y delicadeza.
Más que tocar las Suites, Jean-Guihen Queyras las habita y nos habla por ello desde su interior. Solo abandonó el escenario para preparar o deshacer la scordatura de la Quinta Suite, sin dar casi resuello a un público absorto desde la primera nota que, durante dos horas y media, tuvo que emplearse a fondo para poder asimilar tal avalancha de música esencial. Más que un lento ascenso hacia la cima, fue un concierto desde la cumbre.
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