La segunda muerte de El Pana
El estrafalario diestro mexicano quiso dejar de vivir cuando un toro lo dej¨® tetrapl¨¦jico el 1 de mayo
M¨¢s que morirse El Pana, El Pana ha vuelto a morirse. El detalle hospitalario del ¨²ltimo parte m¨¦dico -"paro cardiaco"- se observa como un tr¨¢mite prosaico a la verdadera muerte. Que no se produjo esta madrugada. Lo hizo cuando un torillo colorao se lo llev¨® por delante el 1 de mayo en Ciudad Lerdo. Y lo dej¨® tetrapl¨¦jico, apurando su lucidez para reclamarle a los compadres que le dejaran morirse. Vivir sin torear no era vivir. Y el coraz¨®n se le ha parado a El Pana de tanto haberlo deseado.
Pudo haber sido un mediocre entre los cuerdos o un genio entre los locos. Y Rodolfo Rodr¨ªguez enloqueci¨® quijotescamente para convertirse en un retrato p¨®stumo de Guti¨¦rrez Solana. Torero de la triste figura, pelele de Goya. Y Brujo de Apizaco. Que fue su apodo ap¨®crifo, como ap¨®crifa fue su tauromaquia.
Solo le hubiera faltado a la leyenda de El Pana morir en la plaza, responder a la propuesta que Valle Incl¨¢n hizo a Juan Belmonte a bordo de un tren, camino de Sevilla.
-Juan, a ti lo que te falta es morir en la plaza.
-Se har¨¢ lo que se pueda, don Ram¨®n, se har¨¢ lo que se pueda.
Y ha hecho lo que ha podido El Pana. Nunca le salieron bien las cosas, ni siquiera cuando la embestida de aquel toro le provoc¨® los da?os prosaicos de un accidente de coche. El Pana quer¨ªa morir como Manolete, derramando la sangre, haci¨¦ndose eucarist¨ªa. No quer¨ªa morir en una plaza sin leyenda, menos a¨²n cuando los antitaurinos hacen juegos de palabras con Ciudad Lerdo y la desgracia del matador.
No tiene grandeza un top¨®nimo as¨ª. Ni grandeza tuvo nunca la carrera de El Pana, reconozcamos las cosas. Que ha cumplido muchos m¨¢s a?os de los que ten¨ªa (69) y de los que confesaba (64), y de cuantos le hubieran concedido los caporales y el tequila. El Pana sobrevivi¨® a los balazos de los capataces en las noches de luna y al alcohol que envenenaba su h¨ªgado.
Pero no envenenaba su coraz¨®n. Que lo tuvo repartido entre burdeles y lupanares. Por eso dedic¨® el toro de su despedida -2007- al amor bien pagado de las visitadoras.
"Brindo por las damitas, damiselas, princesas, vagas, salinas, zurrapas, suripantas, vulpejas, las de tac¨®n dorado y pico colorado, las putas, las bu?is, pues mitigaron mi sed y saciaron mi hambre y me dieron protecci¨®n y abrigo en sus pechos y en sus muslos, y acompa?aron mi soledad. Que Dios las bendiga por haber amado tanto".
Aquella despedida, reclamada durante meses encaden¨¢ndose a la plaza, fue curiosamente el pretexto de la reaparici¨®n. Ya que me voy me quedo, dijo El Pana, confortado con el triunfo en DF y acaso enardecido por una llamada del presidente de la Rep¨²blica. Calder¨®n lo felicit¨®, excus¨® la ausencia en el festejo y le perdon¨® la obscenidad de la dedicatoria, como lo hicieron todos sus compatriotas.
Hay toreros que pasan a la historia por una puerta del pr¨ªncipe, por un libro o por una cornada en la femoral. El Pana lo hizo con un brindis, revistiendo de bohemia una vida de mal vivir y de peor morir.
El Pana es un diminutivo de Panadero. Que fue un antiguo oficio de Rodolfo Rodr¨ªguez, he aqu¨ª el nombre, como lo hab¨ªa sido el de sepulturero, paracaidista y vendedor de golosinas. Y torero. Torero para morir en la plaza. Haciendo todo lo posible para conseguirlo. Pero, como siempre, no lo suficiente.
Babelia
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