Cartas que daban la vida
Un estudio rastrea la correspondencia que se cruzaron los presos del franquismo y sus familias
¡°Es en las cartas donde se existe, mucho m¨¢s que se existi¨® en la vida, porque en ellas se sobrevive¡±. Quien escribi¨® esto lo sab¨ªa por propia experiencia, el poeta Pedro Salinas, miembro de la Generaci¨®n del 27, que se exili¨® a EE UU por la Guerra Civil. De lo que para los espa?oles encarcelados desde 1936 y durante el franquismo supuso escribir y recibir cartas de sus seres queridos ¡ªya fuese para pedir comida o ropa, o como despedida para siempre¡ª, se ocupa el minucioso estudio Cartas presas (editorial Marcial Pons), de la doctora en Historia Ver¨®nica Sierra Blas.
Esta profesora de la Universidad de Alcal¨¢ ha manejado miles de misivas que hall¨® en archivos p¨²blicos y personales: epistolarios, autobiograf¨ªas y diarios, tanto publicados como in¨¦ditos. De ellas analiz¨® unas 1.500 de hombres y mujeres, mayores y j¨®venes, analfabetos o cultos, que quer¨ªan "combatir su soledad y preguntar a su pareja c¨®mo estaba, c¨®mo crec¨ªan los hijos y si se ocupaban de la casa",?dice esta historiadora especializada en las comunicaciones escritas en la Edad Contempor¨¢nea. "Muchos historiadores, tradicionalmente, no han tenido en cuenta este tipo de documentos por su subjetividad. Yo creo, sin embargo, que tienen gran valor porque permiten construir la historia de los hombres y mujeres corrientes".
Tras la Guerra Civil, con la represi¨®n dentro y fuera de las prisiones, se cre¨® "una comunidad carcelaria que abarcaba tambi¨¦n a los familiares". "Las madres ten¨ªan que adoptar el rol paterno y trabajar fuera, y ocuparse de los tr¨¢mites para intentar sacar a sus maridos de la c¨¢rcel. Yo las llamo las secretarias de las penas", explica Sierra (Guadalajara, 1978). Para poder empezar a escribir, los presos afrontaban una dificultad b¨¢sica: las materiales, como conseguir papel y l¨¢piz. Cartas presas recuerda que se utilizaron p¨¢ginas arrancadas de libros y peri¨®dicos, trozos de cartones, papel higi¨¦nico, telas¡
El siguiente paso para los que sab¨ªan leer y escribir ¡ªlos iletrados ten¨ªan que recurrir a compa?eros o a personal de la prisi¨®n¡ª era esquivar la censura. ¡°No hab¨ªa una legislaci¨®n clara, y cada director de prisi¨®n actuaba seg¨²n la situaci¨®n de su centro. La censura decid¨ªa cu¨¢ndo se pod¨ªa escribir; los temas, que eran el estado de salud y poco m¨¢s, y el formato". Sobre este ¨²ltimo aspecto, subraya que, "en un 80%, la correspondencia carcelaria eran tarjetas postales que el preso o su familia compraban en el economato de la prisi¨®n". "La vigilancia era f¨¦rrea, se censuraban muchas cartas, pero a ello se opon¨ªa la inventiva de los encarcelados, sobre todo a la hora de esconder las misivas".
Ansiedad y equ¨ªvocos
De los muchos ejemplos que recoge Sierra, hay uno que demuestra la ansiedad con que se le¨ªan aquellas cartas, lo que daba lugar a equ¨ªvocos: una toledana y dos de sus hijas estaban en la prisi¨®n de Amorebieta (Vizcaya), cuando recibieron una carta de su hijo peque?o cuya primera p¨¢gina acababa con la frase "padre ha muerto". La mujer arrug¨® la carta y se desesper¨®, pensando en sus peque?os hu¨¦rfanos. Cuando recobr¨® algo de calma, sus compa?eras le? animaron a que terminara la lectura, y al doblar la carta segu¨ªa: "Padre ha muerto un cerdo de catorce arrobas, hemos hecho la matanza¡".
El estudio de Sierra se centra de 1939 a 1950, "los de mayor terror de la dictadura", aunque tambi¨¦n incluye ejemplos de encarcelados por la Rep¨²blica. Dedica un cap¨ªtulo a las cartas de petici¨®n o s¨²plica. "Eran las que romp¨ªan la intimidad porque entraban en lo p¨²blico: se solicitaba atenci¨®n m¨¦dica, otras eran pliegos de descargo, o se ped¨ªa una reducci¨®n de condena o el indulto". Todas con un lenguaje de formulismos de respeto y deferencia al destinatario (¡°Muy se?or m¨ªo y de toda consideraci¨®n m¨¢s distinguida¡±). De esa panoplia sobresalen las mandadas a Franco suplicando clemencia. Llegaron cientos, y tambi¨¦n a su mujer y a su hija, como la de una ni?a de 12 a?os cuyo padre estaba sentenciado a muerte: ¡°[¡]el fin de rogarle, encarecidamente, interceda cerca de su pap¨¢, que todo lo puede, para que indulte al m¨ªo".
Cartas presas alcanza sus mayores dosis de emoci¨®n en su ¨²ltimo apartado, el de las cartas en capilla, redactadas despu¨¦s de que al preso se le comunicaba que iba a ser ejecutado. "Se llamaban as¨ª porque, normalmente, se escrib¨ªan en las capillas de las prisiones. All¨ª eran llevados los reos antes de morir para que confesasen sus pecados. Precisamente, la confesi¨®n era una premisa para poder redactarlas". Al leerlas sobrecoge la entereza y dignidad del condenado en ese ¨²ltimo trago. "Era la despedida de sus seres queridos y la preparaci¨®n para la muerte", explica Sierra, "tambi¨¦n un autorretrato, sab¨ªan que era lo ¨²ltimo que quedaba de ellos". El sentenciado Eusebio Garrido escribi¨® a su mujer, en julio de 1940: "?ngeles, no llores, que yo estoy m¨¢s tranquilo que nunca, y si no f¨ªjate en mi letra". Tambi¨¦n hab¨ªa espacio para encargos mundanos: "Cristina [¡] El traje marr¨®n de la boda para Emilio. El que me compraste para Pedro". Y, por encima de todo, brotaba la pena por la despedida: "Adi¨®s, queridas hijas, hasta la eternidad¡".
"De vacaciones entre nata y bu?uelos"
Para evitar la censura en las cartas que los presos del franquismo enviaban a sus familias, lo mejor era no escribir algo que pudiera molestar a las autoridades de la prisi¨®n, pero hubo quien opt¨® por mentir a sus hijos para que no sufrieran. El preso Josep Fortuny Torrens, encarcelado en Le¨®n, hizo creer a? su peque?o Pedro que estaba de vacaciones en un pueblo donde hab¨ªa "muchos dulces, pl¨¢tanos, nata, churros, bu?uelos y otros art¨ªculos de tu espec¨ªfico paladar". "Si alguna vez puedo ya te mandar¨¦ un paquete".
Babelia
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