Vetusta Morla, ¡®la deriva¡¯ que no cesa
Los madrile?os reinan al final de la primera jornada del Mad Cool, con Django Django como s¨²bita inyecci¨®n de inteligencia
Han transcurrido 26 meses desde la edici¨®n de La deriva, su tercer trabajo en estudio, pero la correa parece lejos de agot¨¢rseles a los seis muchachos madrile?os de Vetusta Morla. En la primera jornada del festival Mad Cool hubo que esperar hasta las 02.06, una hora m¨¢s bien disuasoria, para verlos asomando por el escenario principal. No import¨®: la explanada ofrec¨ªa un aspecto impactante con tal de corear esas canciones que ya han adquirido vitola de imperecederas. Fue una comparecencia relativamente breve, 80 minutos y 16 t¨ªtulos frente a las dos docenas habituales, pero ni el fresquete ni la incertidumbre ante el retorno a casa desanimaron a casi nadie.
No era noche de grandes novedades en el universo vetusto,m¨¢s all¨¢ del bigote de Pucho, su inenarrable camisa estampada de p¨¢jaros con las alas extendidas o la recuperaci¨®n de Lo que te hace grande como tema de apertura frente a La deriva, relegado ahora a la segunda posici¨®n. Pero hay algunas consideraciones que deben anotarse enseguida. La fundamental, la evidencia de que buena parte de ese repertorio de 2014 ya madur¨® como para darlo por afianzado. Golpe maestro probablemente siga sirviendo dentro de mucho para retratar este pa¨ªs nuestro de furias, agon¨ªas y revulsivos, igual que ese punto chuleta de Fiesta mayor (?alguien ha pronunciado alguna vez la palabra ¡°Taxi¡± con tanto desd¨¦n?) garantiza una durabilidad que se mide en lustros.
La banda hab¨ªa insinuado un 2016 de barbecho para preparar nuevo repertorio, pero este nuevo evento madrile?o es la primera de las cinco citas festivaleras que los autores de Los d¨ªas raros han aceptado para mantener su maquinaria bien engrasada. Solo el desafortunado arreglo de Maldita dulzura, reblandecida al comienzo con unos teclados improcedentes, emborron¨® una noche pl¨¢cida y exultante, con sonido rocoso (esos bajos met¨¢licos de ?lvaro Baglietto) y una coda prolongada para la siempre maravillosa Copenhague. En realidad, ahora mismo solo queda la duda de c¨®mo se las ingeniar¨¢n estos madrile?os, habiendo alcanzado ya estas cotas envidiables, para renovar el cat¨¢logo y multiplicar sus fascinaciones. Cualquier otro andar¨ªa con vuelos de mariposa en el est¨®mago.
De cuanto sucedi¨® en la Caja M¨¢gica tras el advenimiento de The Who, puede que lo m¨¢s estimulante fuera el vigor de Django Django a la medianoche en el tercer escenario. Los londinenses se mostraron plet¨®ricos, qui¨¦n sabe si porque inauguraban su temporada veraniega de festivales, y suministraron generosas raciones de un pop ultrasintetizado pero din¨¢mico y colorista. La luminotecnia era deslumbrante, pero la superaba un sonido din¨¢mico y fabuloso. Hubo psicodelia bailable a raudales con notas secas de saxo, de manera que el pabell¨®n no sab¨ªa bien si dislocarse las articulaciones o poner los ojos en blanco. Puede que solo sus compatriotas de Everything Everything, con los que guardan parecido evidente hasta en el nombre, hayan ofrecido este a?o en Madrid un concierto tan rico en sugerencias.
Tambi¨¦n tuvo su encanto echar un vistazo por los territorios de The Strypes, cuatro chavales irlandeses jovenc¨ªsimos y muy pintones, aunque solo sea porque cantante y guitarrista apuestan por los trajes -con desigual gusto- y sus compa?eros, por los tirantes. Josh McClorey (?20 a?itos!), de hecho, tiene algo de espasm¨®dico, casi a la manera de Angus Young, pero no nos quedaron dudas sobre su habilidad para el bullicio garajero y el rhythm and blues de cuando sus pap¨¢s eran a¨²n beb¨¦s.
Eighty-four, con esa bater¨ªa al trote, los situ¨® n¨ªtidamente ante los dos primeros discos de Arctic Monkeys, aunque por ahora la relevancia de la escritura no es la misma. Estos mozalbetes son correosos, amenos, corajudos y hasta entra?ables en su insolencia, pero a¨²n les faltan horas de horno para pegar el estir¨®n definitivo.
Todo ese vuelo es el que ya les sobra a Editors, ampulosos pero efectistas, con esa carga de dolor solemne que tan bien sabe imprimir su l¨ªder, Tom Smith: enf¨¢tico, desorbitado, fotog¨¦nico. Dislocado en sus movimientos, que parecen los de un alma en pena que se retuerce por si logra sacudirse la congoja de tanto aletear los brazos. Los de Birmingham saben encontrarle todos los matices al color negro y, cuando las guitarras no se acobardan frente a las teclas, suceden milagros como ese A ton of love con el que muchos, ?a la 1.45 de la madrugada!, entraron en levitaci¨®n. Son una versi¨®n muy mejorada de Simple Minds, pero en momentos como ese acariciaron la grandeza de U2.
Nada que ver, desde luego, con el caso de Garbage, que hab¨ªan comparecido en el mismo escenario un par de horas antes, justo al t¨¦rmino de The Who, y sonaron destemplados, desubicados, anodinos y sin finura, herederos de una excitaci¨®n que ya no se vislumbraba por ninguna parte. El sonido era poco preciso, los sintetizadores pregrabados lo enmara?aban todo y los esfuerzos de Shirley Manson por mantener un m¨ªnimo de verosimilitud resultaron bastante est¨¦riles, tanto con el repertorio reciente (Automatic systematic habit) como con el consolidado (Stupid girl). Como si solo el puntito lun¨¢tico de I think I¡¯m paranoid siguiera haci¨¦ndonos til¨ªn.
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