Un atractivo tur¨ªstico y la imagen de una cultura
Romanos, g¨®ticos, con leyenda, pr¨¢cticos: muchos puentes son monumentales, pero solo la historia los convierte en monumento
Algunos de los puentes m¨¢s sobresalientes del mundo tienen mayor relevancia como marca urbana que como haza?a de la ingenier¨ªa, m¨¢s importancia como monumento que como infraestructura. El Golden Gate (1937) es lo m¨¢s visitado de San Francisco y, como sucede con el puente en el Puerto de Sidney (1932), junto a la carism¨¢tica ?pera de Jorn Utzon, se ha convertido en el icono que identifica la ciudad. En Londres, Tower Bridge evoca un pasado imperial sobre el T¨¢mesis junto a la Torre del siglo XVI que le da nombre, donde hist¨®ricamente viv¨ªan los monarcas. Es, adem¨¢s de un s¨ªmbolo, uno de los monumentos m¨¢s fotografiados del mundo.
Tradicionalmente, ha sido la competici¨®n circense -el m¨¢s alto, m¨¢s largo o m¨¢s dif¨ªcil todav¨ªa- lo que confer¨ªa reputaci¨®n a los puentes. Hoy, esas infraestructuras de r¨¦cord -firmadas por ingenieros y s¨®lo ocasionalmente por arquitectos- conviven con otros menos audaces, pero cuya historia ha convertido en atractivos tur¨ªsticos.
En Espa?a, legendarios puentes romanos -como el construido en Alc¨¢ntara sobre el Tajo, en la ¨¦poca de Trajano, a?aden a la solidez hist¨®rica valor art¨ªstico. Pero es la curiosidad la que atrae a los visitantes hasta el Pont del Diable, en Martorell (Tarragona), una construcci¨®n g¨®tica que formaba parte de la V¨ªa Augusta y que fue reconstruida en 1963. La leyenda de una anciana -que lo necesitaba para cargar agua y enga?¨® al diablo para que lo construyera- le da nombre y visitantes. Ese puente recuerda al de Mostar (s.XVI), un s¨ªmbolo de la guerra de los Balcanes desde el que los ni?os se lanzaban al r¨ªo Neretva, que fue volado por el ej¨¦rcito croata en 1993. Lo curioso de este puente es que fue declarado Patrimonio de la Humanidad cuando resucit¨®, tras ser reconstruido en 2005. Se hace dif¨ªcil discernir si lo que hoy es patrimonio es el puente, su historia o la paradoja que hace que algo que sirve para unir evoque tambi¨¦n una contienda en la que perdieron la vida m¨¢s de 200.000 yugoslavos.
Las paradojas son habituales entre los puentes porque los monumentales no suelen coincidir con los que se han convertido en monumento. Entre los primeros est¨¢n los que transforman la geograf¨ªa -como el puente-t¨²nel de ?resund (2000) que salva los 7.845 metros entre Copenhague y Malm?, conectando Dinamarca y Suecia. Algo parecido sucede con el viaducto de Millau, en el sur de Francia, donde Norman Foster cuaj¨® en 2004 uno de los colgantes m¨¢s leves y elegantes del mundo.
El segundo grupo, el que marca un lugar por encima de permitir un acceso, necesita la aceptaci¨®n de los ciudadanos. Sucede en el Puente Carlos que re¨²ne a artistas y m¨²sicos en el camino entre el centro hist¨®rico de Praga y su castillo. As¨ª, m¨¢s all¨¢ del simbolismo, ic¨®nico o hist¨®rico, el pintoresquismo es otra de las bazas que ayudan a transformar en memorable un puente. Sucede con los habitables. La acumulaci¨®n de turistas casi imposibilita moverse por Rialto (1.591). Tambi¨¦n cuesta imaginar que uno fuera al Ponte Vechio florentino (1345) para comprar carne en lugar de joyas en uno de sus comercios.
Que el Puente de Brooklyn (1883) que adem¨¢s de conducir a Manhattan anuncia modernidad sea m¨¢s antiguo que el Tower Bridge londinense (1886) revela el otro valor simb¨®lico: cuando m¨¢s all¨¢ de servir para salvar un obst¨¢culo los puentes resumen la imagen que una cultura tiene de s¨ª misma. Hoy, uno de los autores m¨¢s conocidos es el arquitecto-ingeniero Santiago Calatrava, que construy¨® su reputaci¨®n a base de tender puentes ic¨®nicos. Espa?a est¨¢ sembrada de ellos. Pocas provincias se le han resistido. Tras ensayar pasarelas peatonales en Murcia y Bilbao, Calatrava levant¨® una sobre el Gran Canal veneciano que, siendo su pieza menos ic¨®nica, se ha convertido en una de las m¨¢s pol¨¦micas. Los venecianos ven en esos pelda?os de acceso a su ciudad un atentado y le atribuyen unos problemas que no encuentran en los vecinos e hist¨®ricos de Rialto o de la Academia. Que esto suceda ilustra que la t¨¦cnica no lo es todo en este tipo singular de construcciones que requiere los c¨¢lculos de un ingeniero, la oportunidad de una ubicaci¨®n, el ingenio de un creador y el benepl¨¢cito de los ciudadanos que son los que terminan por cargarlos de historia y significado.
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