Unos sostenes m¨¢s en verano
Bernhard odiaba Austria, Salzburgo, pero sobre todo odiaba el mundo, poblado de idiotas
Le importaba un r¨¢bano, o un pepino, el mundo entero, empezando por Salzburgo. Nada es cierto de su gris armon¨ªa, dec¨ªa. Es legendaria la declaraci¨®n del c¨®mico norteamericano W. C. Fields, de Filadelfia, que puso en su epitafio (inscrito en su tumba en un cementerio de Nueva York): ¡°Mejor aqu¨ª que en Filadelfia¡±. Bernhard odiaba Austria, Salzburgo, pero sobre todo odiaba el mundo, poblado de idiotas. Los editores eran idiotas, los actores eran idiotas, los periodistas eran idiotas, los que lo invitaban a dar conferencias (en Espa?a, sobre todo) eran tambi¨¦n idiotas. Los traductores eran idiotas, los impresores eran idiotas.
Y Salzburgo, claro. Salzburgo era una ciudad de idiotas. Pero ¡°la gente que viene aqu¨ª en verano por solo dos o tres semanas, se aloja y es atendida en un buen hotel y va luego a alguna ¨®pera est¨²pida, se siente arrullada¡±. Est¨¢n enga?ados. ¡°La verdad es que en Salzburgo solo se ven por ah¨ª rostros malhumorados, dif¨ªcilmente se puede encontrar a gentes de rostro abierto. Son como el tiempo, como las casas, h¨²medos y est¨²pidos y en el fondo brutales. No son m¨¢s que v¨ªctimas y chantajistas eternos¡±.
Son tan est¨²pidos, contin¨²a el autor de Helada, que rara vez se considera a s¨ª mismo idiota, que [los habitantes de Salzburgo] ¡°quieren exterminarlo y destrozarlo todo y fusilar y matar y limpiar¡±. Los que van caen en la trampa de la ciudad, y ellos se aprovechan, porque los tenderos de Salzburgo ¡°venden unas medias y unos sostenes m¨¢s en verano a esa gente que se siente bien y, si no fuera por eso, tampoco organizar¨ªan nada. Porque no les importa nada¡±.
El naufragio de Salzburgo, a los ojos de su ilustre habitante esquivo, es tambi¨¦n el de Austria, su pa¨ªs. ¡°Se ahogar¨¢ a s¨ª mismo en la cuna, este peque?o pa¨ªs. Aqu¨ª no se puede hacer nada, mire a la gente, p¨®ngalos uno al lado del otro, son algo imposible¡±.
Los denuestos no dejan, como dir¨ªa Richard Ford, ni flores en las grietas. Al contrario. Esas son solo algunas flores oscurecidas por el ¨¢nimo de Bernhard mientras charlaba con el radiofonista Kurt Hoffman. Esas Conversaciones con Thomas Bernhard (Anagrama 1991) son un escalofr¨ªo de disgusto del autor con su pa¨ªs, con su gente, con su tiempo y con los que est¨¢n alrededor de su oficio. Su traductor es Miguel S¨¢enz, que ayer nos remit¨ªa al principio de El origen, de los textos autobiogr¨¢ficos publicados tambi¨¦n por Anagrama: ¡°Salzburgo es una fachada p¨¦rfida, en la que el mundo pinta ininterrumpidamente su falsedad, y de la cual lo [o el] creador tiene que atrofiarse y pervertirse y morirse lentamente. Mi ciudad de origen es en realidad una enfermedad mortal¡±. Dice S¨¢enz sobre el absoluto disgusto de Bernhard por Salzburgo: ¡°Su infancia all¨ª fue atroz, su madre ve¨ªa en ¨¦l al marido que la abandon¨®, estudi¨® en un colegio nazi en la que hab¨ªa una imagen de Hitler; el colegio luego fue cat¨®lico, y la imagen fue de un santo, pero sigui¨® siendo nazi. Los bombardeos norteamericanos sobre la ciudad lo traumatizaron; una vez hall¨® en el suelo, entre los restos de la matanza, el brazo de un ni?o. Un tiempo penoso que lo persigui¨® toda la vida. Fueron, adem¨¢s, muy duros con ¨¦l en Austria. Ahora lo glorifican. ?Un d¨ªa veremos bombones de chocolate con su cara!¡± Quiz¨¢ ya hay.
Babelia
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