Otra forma de mirar
Retrocedo unos pasos y es entonces cuando descubro que en la pared trasera del cuartillo hay una puerta
¡°Thinking of a series of dreams/ Where the time and the tempo fly/ And there¡¯s no exit in any direction/ ¡®Cept the one that you can¡¯t see with your eyes¡±, Bob Dylan, Series Of Dreams.
Un hombre joven y dos mujeres. Una de ellas soy yo. Estamos conversando. El hombre nos produce repulsi¨®n, pero le permitimos que coquetee con nosotras. No recuerdo de qu¨¦ conozco a la otra mujer, pero me da apuro pregunt¨¢rselo. Es probable que hayamos coincidido en alg¨²n curso, que sea una antigua vecina o una excompa?era de trabajo. Lo que digo es ambiguo, encaja con todas estas posibilidades, no me delata. El hombre nos formula multitud de preguntas absurdas, a modo de peque?os acertijos, y ella responde con tanta sagacidad como yo. Sin embargo, al levantarnos para despedirnos, el hombre dice:
¡ªDonde ella llega a cinco, t¨² a cincuenta.
No me queda claro si se trata de una manifestaci¨®n de sus preferencias o una advertencia soterrada; si es un elogio o un insulto. Me quedo inm¨®vil, esperando alguna aclaraci¨®n. El hombre se acerca a m¨ª por detr¨¢s, quiere desabrocharme la gargantilla ¡ªun cord¨®n azul con una hermosa pieza de plata que no recuerdo haber tenido nunca¡ª. Yo me giro, no se lo permito. El hombre, que hasta entonces hab¨ªa sido pac¨ªfico, entra en un ataque de c¨®lera. La otra mujer y yo, muy asustadas, corremos a protegernos a una especie de cuartito con trastos de limpieza. Corremos el cerrojo, pero la puerta es tan endeble que tememos que el hombre la eche abajo. Nos miramos aterrorizadas. Ella tiene los ojos muy azules, desorbitados. Fuera, el hombre grita como un endemoniado. Grita como jam¨¢s he o¨ªdo gritar a nadie. Dice: ¡°?La violar¨¦!¡±, y tambi¨¦n: ¡°?La matar¨¦!¡±. Se refiere a m¨ª y parece m¨¢s un juramento que una amenaza. Pienso que alguien oir¨¢ los gritos, que la polic¨ªa acudir¨¢ a rescatarnos. Sin embargo, los gritos cesan, y no podemos saber si es porque han detenido al hombre o porque permanece callado al otro lado de la puerta, al acecho. No podemos salir. No nos atrevemos. De pronto recuerdo de qu¨¦ conozco a la mujer ¡ª?c¨®mo pude olvidar esos ojos?¡ª y comprendo que el odio que me tiene ese hombre procede de algo que le hice en el pasado, algo que tiene que ver con ella y conmigo ¡ªcon los tres¡ª, pero que todav¨ªa se me escurre de la memoria. Retrocedo unos pasos y es entonces cuando descubro que en la pared trasera del cuartillo hay una puerta de la que parte un pasillo estrecho y h¨²medo. Me escapo por all¨ª, reptando, y al abrir una trampilla en el techo desemboco en una plaza porticada, de consistencia irreal, como un decorado extendido bajo un cielo verde, que dibuja sombras perfectas en el suelo. Es como un cuadro de Chirico, pienso deslumbrada. Algunas personas vagan por la plaza; otras, por las colinas del fondo; est¨¦n a la distancia que est¨¦n, todas tienen exactamente el mismo tama?o.
¡ª?Ves? ¡ªoigo a mi espalda¡ª. No hay salida.
La mujer de los ojos azules ha debido de seguirme, porque est¨¢ otra vez conmigo, aunque ahora mucho m¨¢s tranquila.
¡ªEllos ¡ªa?ade se?alando a las figuras¡ª no est¨¢n en tiempo alguno, por eso nos parecen iguales.
No entiendo bien a qu¨¦ se refiere. Lo ¨²nico que necesito saber, le digo, es si estamos a salvo. Ella encoge los hombros. Por supuesto que s¨ª, responde. En cuanto despierte, lo estar¨¦. Las figuras coger¨¢n profundidad y el mundo volver¨¢ a su dimensi¨®n de siempre. Ella desaparecer¨¢. Es otra forma de mirar, concluye, distintas perspectivas. No hay que lamentarlo.
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