El ferretero que era agente de la Interpol
Hasta qu¨¦ punto lo que imaginamos acerca de nosotros nos constituye m¨¢s que lo que nos sucede en la realidad
En fin, si los alumnos a los que he venido dirigi¨¦ndome no est¨¢n a estas alturas muy cansados, les cuento a¨²n un par de an¨¦cdotas personales que demuestran el grado de real de lo que llamamos irreal. Hace a?os, por ejemplo, cuando me dispon¨ªa a escribir El orden alfab¨¦tico, una novela que guarda mucha relaci¨®n con todo lo que he venido exponiendo hasta el momento, me acord¨¦ de un compa?ero del colegio cuyo padre era el ferretero del barrio. En El orden alfab¨¦tico trato de mostrar hasta qu¨¦ punto lo que imaginamos acerca de nosotros nos constituye m¨¢s que lo que nos sucede en la realidad, o en lo que llamamos realidad. Record¨¦ entonces que el hijo del ferretero nos hab¨ªa dicho en cierta ocasi¨®n a los amigos m¨¢s ¨ªntimos que la ferreter¨ªa era una tapadera bajo la que su padre ocultaba su verdadera actividad profesional, pues por lo visto era agente de la INTERPOL.
Imag¨ªnense c¨®mo cambi¨® la percepci¨®n que ten¨ªamos de aquel hombre, al que empezamos a mirar desde entonces con un respeto casi religioso. Yo pasaba por delante de la ferreter¨ªa cuando iba o ven¨ªa del colegio y siempre me asomaba para verle enfundado en su guardapolvo gris, despachando clavos o tornillos con una naturalidad tal que parec¨ªa que no hab¨ªa hecho otra cosa en la vida. Y sin embargo, detr¨¢s de aquella apariencia se ocultaba todo un agente de la INTERPOL. Quiz¨¢ en alguna ocasi¨®n me pregunt¨¦ de d¨®nde sacar¨ªa el tiempo para interpolar, teniendo en cuenta que no abandonaba nunca el mostrador, pero eran dudas pasajeras. Crec¨ª con el convencimiento de que aquel hombre era lo que nos hab¨ªa dicho su hijo y cuando tuve edad de descubrir el enga?o, jam¨¢s se lo ech¨¦ en cara.
Pues bien, me acord¨¦ de mi amigo, dec¨ªamos, y consegu¨ª localizarle e invitarle a comer. Le expliqu¨¦ que me dispon¨ªa a escribir un libro dedicado al peso que tiene en nuestras vidas lo irreal, lo que se nos ocurre, y que me ayudar¨ªa mucho que me hablara de su padre, el agente de la INTERPOL. Mi amigo dio un sorbo a su vaso de vino y compuso un gesto nost¨¢lgico antes de comenzar a hablar.
¨CYo ¡ªdijo finalmente¡ª he tenido dos padres, en efecto: uno real, el ferretero, y otro irreal, el agente de la INTERPOL. Lo curioso, Juanjo, es que el m¨¢s importante para m¨ª ha sido el irreal. De ¨¦l he recibido los mejores consejos, as¨ª como las lecciones verdaderamente importantes para enfrentarme a la existencia. Mi padre real, como t¨² sabes, se pasaba la vida en la ferreter¨ªa y jam¨¢s prest¨® mucha atenci¨®n a su familia, en parte porque era un hombre muy limitado tambi¨¦n. El padre irreal, en cambio, no solo llevaba una vida apasionante, sino que le gustaba pasarme la mano por encima del hombro, o eso imaginaba yo, y contarme experiencias inventadas por m¨ª que constituyeron el espejo gracias al cual crec¨ª y me hice un hombre.
Hasta qu¨¦ punto lo que imaginamos acerca de nosotros nos constituye m¨¢s que lo que nos sucede en la realidad.
A medida que mi amigo hablaba de su padre irreal, que parad¨®jicamente era el verdadero, ¨¦l mismo se quedaba asombrado del peso que tienen en la existencia las cosas que no existen. Ya en los postres me dijo que su padre real hab¨ªa fallecido el a?o anterior y que un d¨ªa, cuando se encontraba muy enfermo, pens¨® que el ferretero no pod¨ªa morir sin saber que hab¨ªa sido tambi¨¦n un agente de la INTERPOL, de modo que se lo dijo. Le dijo: Pap¨¢, t¨² no has sido para m¨ª un ferretero, sino un agente de la INTERPOL. Por lo visto, su padre se qued¨® mir¨¢ndole con extra?eza durante unos segundos y al final dijo:
¨C?Pues sabes que algo hab¨ªa notado yo?
O sea, que nunca sabemos d¨®nde est¨¢ realmente la frontera entre lo que nos ocurre y lo que se nos ocurre.
Ya de mayor, viv¨ª durante alg¨²n tiempo en un apartamento min¨²sculo, situado precisamente en el barrio de mi infancia, muy cerca de la ferreter¨ªa que hab¨ªa servido de tapadera al padre de mi amigo. Un d¨ªa, estaba intentando escribir, o quiz¨¢ buscando alguna coartada para no hacerlo, cuando son¨® el timbre de la puerta y apareci¨® una chica joven, muy menuda, con melena y una carpeta azul entre las manos. Me dijo que estaba haciendo una encuesta sobre h¨¢bitos de consumo entre los vecinos de la zona, para estudiar la viabilidad de un supermercado, y rog¨® que me dejara. Me dej¨¦ y poco a poco fui d¨¢ndome cuenta con espanto de que todos los actos de mi vida, incluso los que yo consideraba menos sociales, como comprar discos o libros, estaban catalogados en alg¨²n despacho de esta ciudad como h¨¢bitos de consumo. De manera que cuando la chica te preguntaba si dorm¨ªas con la luz encendida, no ten¨ªa ning¨²n inter¨¦s en saber si eras miedoso, sino cu¨¢ntos vatios ten¨ªas el h¨¢bito de consumir al mes. Y cuando indagaba si estabas casado, lo que quer¨ªa saber en realidad era si ten¨ªas el h¨¢bito de consumir esposa. Resultaba imposible consumir esposa en un apartamento tan peque?o, pero ella de todos modos lo preguntaba y preguntaba si consum¨ªas hijos y quiz¨¢ si prefer¨ªas adquirirlos en tiendas de barrio o grandes superficies.
Los grandes dramas en los que se ha visto envuelta la humanidad han estado motivados por cuestiones irreales.
No hab¨ªa forma de escapar, en fin, a aquella radiograf¨ªa implacable, pero cuando llegamos a la zona de los h¨¢bitos de consumo de animales dom¨¦sticos, reaccion¨¦ a tiempo y ment¨ª. Le dije que ten¨ªa un canario, ya que hab¨ªa adquirido en mi infancia el h¨¢bito de consumir canarios, por decirlo en su lenguaje. Esa noche, cuando me encontraba en la cama leyendo una novela, o¨ª cantar al canario inexistente en el sal¨®n. Qu¨¦ curioso, me dije, este canario, sin necesidad de existir, es ahora lo m¨¢s real de mi vida justamente porque es lo ¨²nico de ella que ha logrado escapar a las leyes del consumo.
Dec¨ªamos antes que vivimos en un mundo en el que todo aquello que no se pueda cuantificar no existe. Pero s¨ª existe. Los grandes dramas individuales o colectivos en los que se ha visto envuelta la humanidad no han estado motivados por cuestiones reales, sino por cuestiones irreales. Todav¨ªa hoy seguimos matando y muriendo, cuando hay tantas necesidades reales que atender, por entelequias como la patria o Dios. Por todo ello, para que no sean v¨ªctimas de lo irreal ni de lo real, ni de s¨ª mismos, yo termino mi charla en los institutos o colegios asegurando a los alumnos que a esas alturas todav¨ªa me siguen, que lean literatura porque la literatura constituye un modo de conocimiento que nos acerca a zonas de la realidad a las que no se puede acceder de otro modo. Perm¨ªtanme el atrevimiento de terminar este texto del mismo modo, solicit¨¢ndoles a todos ustedes que lean tambi¨¦n mucho, incluso aunque no me lean a m¨ª. Muchas gracias.
Babelia
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