El castillo de la muerte del Afrika Korps
Pocas sepulturas militares son tan imponentes como la fortaleza funeraria en El Alamein que guarda los restos de 4.200 soldados alemanes ca¨ªdos en la II Guerra Mundial
Es imposible no sentir un escalofr¨ªo, incluso bajo el sol de hierro del Norte de ?frica, ante el cementerio alem¨¢n de El Alamein, que guarda los restos de 4.200 soldados alemanes ca¨ªdos en esa gran batalla de la II Guerra Mundial, el principio del fin del c¨¦lebre Afrika Korps de Rommel, el zorro del desierto. El lugar de ¨²ltimo reposo de esa tropa espectral de guerreros fallecidos en el decisivo enfrentamiento librado en 1942 no es un camposanto militar al uso, con sus melanc¨®licas cruces y tumbas individuales, sino un monumental osario colectivo en forma de imponente y amenazadora fortaleza octagonal de piedra, un verdadero castillo de los muertos. Sus muros engastados de torreones emanan, m¨¢s que una atm¨®sfera de paz y luto, una sensaci¨®n parad¨®jicamente belicosa de poder y desaf¨ªo. Como tumba de un contingente derrotado de una naci¨®n arrepentida tiene narices. Aqu¨ª se hubieran sentido tan c¨®modos -excepto por el clima- como en su medieval castillo prusiano de Malbork (hoy Polonia) los Caballeros Teut¨®nicos, de espada f¨¢cil.
Llegu¨¦ a El Alamein como un se?or, en taxi desde Alejandr¨ªa, a 130 kil¨®metros al este, por la carretera de Mersa Matruh, por donde otrora discurr¨ªan, mucho menos c¨®modamente, las tropas Aliadas empe?adas en impedir que Rommel abrevara sus panzers en el Nilo y Hitler se hiciera con el Canal de Suez. En 1942 El Alamein era solo un peque?o apeadero ferroviario egipcio junto a la costa mediterr¨¢nea hasta que lo revisti¨® de estrepitosa fama la victoria Aliada en la segunda batalla que lleva su nombre -la primera fue el ataque del Afrika Korps sobre el que, al estabilizarse el frente, Montgomery repic¨® el 23 de octubre con su decisiva ofensiva encabezada por gaiteros que oblig¨® a las fuerzas del Eje a retroceder inexorablemente hasta T¨²nez-. ?Ah, El Alamein!¡ ese "enloquecido mar de arena, de fama como Troya o Agincourt" -en versos del capit¨¢n John Jarmain, de la 51? divisi¨®n de Highlanders (el 8? Ej¨¦rcito ten¨ªa m¨¢s poetas que el Afrika Korps: eso querr¨¢ decir algo). En realidad el enfrentamiento se libr¨® en un amplio espacio inh¨®spito entre el mar y la depresi¨®n de Qattara al sur, pero las batallas han de tener su nombre y a esta se le dio el del apeadero porque no hab¨ªa nada m¨¢s destacable desde Tobruk y Sidi Barrani, excepto camellos.
En El Alamein hay poco que hacer aparte de seguir la historia de la batalla. Para eso la localidad cuenta con un interesante museo -en el que una sonada vez, excitado al ver en una sala la foto del conde Alm¨¢sy (el de El paciente ingl¨¦s), que explor¨® para Rommel, me disfrac¨¦ de teniente del Afrika Korps gracias a un joven italiano que participaba en unas jornadas de recreaci¨®n hist¨®rica en el lugar y me prest¨® su uniforme-; y los diferentes cementerios militares: el de la Commonwealth, donde yacen 7.367 soldados aliados incluidos brit¨¢nicos, australianos, neozelandeses, sudafricanos, indios, franceses y griegos; el italiano, un mausoleo en forma de torre blanca en cuyas paredes est¨¢n inscritos, "all'ombra del tricolore", los nombres de 4.634 soldados -a pesar de los t¨®picos, los italianos, m¨¢s de la mitad de las fuerzas del Eje en la batalla, lucharon esforzadamente en El Alamein, sobre todo los integrantes de las aguerridas formaciones Ariete y Folgore (paracaidistas). Y el alem¨¢n.
Entras en el recinto alem¨¢n, un Totenburg (fortaleza de los muertos), como se denomina a este tipo de edificaci¨®n funeraria militar, sobrecogido y con la sensaci¨®n de que guardan el Grial, como m¨ªnimo. Parece que te vaya a salir a recibir el gran maestre Siegfried von Feuchtwanger o los Hermanos Livonios de la Espada. En el patio interior se alza un obelisco sobre un pedestal apoyado en cuatro ¨¢guilas de piedra. Alrededor, 21 sarc¨®fagos de granito (?los sarc¨®fagos del Afrika Korps!) guardan la memoria de los ca¨ªdos agrupados por su lugar de procedencia. En realidad son cenotafios, pues los huesos se amontonan en una cripta debajo. Quiso el destino que en mi visita conociera en el solitario lugar a un verdadero miembro (vivo) del Afrika Korps, herr Gottstein, ex combatiente del batall¨®n de reconocimiento (Aufkl?rung) de la 21? Panzer, que llevaba flores a sus camaradas y segu¨ªa hablando bien de Rommel.
El Totenburg de El Alamein, el ¨²ltimo de su clase, empez¨® a construirse en 1956 y se inaugur¨® en 1959. Es obra de Robert Tischler (1885-1959), arquitecto jefe desde 1926 de la Comisi¨®n de Tumbas de Guerra Alemanas (y veterano de la I Guerra Mundial), que tambi¨¦n trabaj¨® para los nazis y lleg¨® incluso a dise?ar una capilla para un m¨¢rtir de las Juventudes Hitlerianas. Sorprende el estilo, cuya aura de opresivo luto y solemne tristeza no disimula un tufillo a culto a la muerte heroica y glorificaci¨®n del colectivo frente al individuo. Resulta extra?o que tras la derrota del III Reich la Alemania de la desnazificaci¨®n y el arrepentimiento pudiera producir semejante monumento de architectura militaris y de manos de un simpatizante de los nazis (a los que encantaba este tipo de cementerio). Probablemente porque era en Egipto. No hay que olvidar que Hitler, de acuerdo con su Speer de las tumbas, Wilhelm Kreis (al que hubo que arianizar de urgencia porque ten¨ªa una abuela jud¨ªa), quiso rodear su futura Europa germ¨¢nica de un anillo de Totenburgen que exaltaran la muerte en el campo de batalla.
Uno sale del imponente castillo de los muertos germano pensando que una muerte de soldado nunca es buena, pero puestos a tenerla, dadnos un lugar sencillo y propio en el que ser recordados; como las tumbas del cercano cementerio brit¨¢nico (en el que yacen sin m¨¢s ceremonia hasta cuatro ganadores de la Cruz Victoria) o aquellos seis pies de tierra inglesa que enterraron el coraje del vikingo Harald Hardrada¡
La guerra sin odio tambi¨¦n mata
En el frente norteafricano de la II Guerra Mundial se acu?¨® la expresi¨®n ¡°guerra sin odio¡± (Krieg ohne Hass, en alem¨¢n) para distinguir la lucha pretendidamente civilizada que se libr¨® all¨ª de la despiadada guerra de aniquilaci¨®n que se hac¨ªa en el Este. Es cierto que hubo algunos ins¨®litos rasgos de caballerosidad y fair play (Von Luck y los Royal Dragoons no se atacaban a la hora del t¨¦) y que al Afrika Korps no se le imputaron cr¨ªmenes de guerra. Pero probablemente todo ello tuvo que ver con que no era un teatro de operaciones prioritario para los nazis, no actuaron en ¨¦l unidades de las SS (aunque la Werhmacht tambi¨¦n sab¨ªa cometer cr¨ªmenes) y la guerra se libr¨® esencialmente en terrenos vac¨ªos, libres de la presencia de poblaci¨®n civil. En todo caso, no hay que olvidar que por muy buena fama que se le haya querido dar a las tropas de Rommel (un hombre con muchas fisuras) y su respeto en general a las convenciones de Ginebra, el Afrika Korps era una parte del instrumento de Hitler para la brutal dominaci¨®n del mundo y sus miembros luchaban por una causa deshonesta como no ha habido otra. En eso, como en su cementerio, tambi¨¦n hemos de identificarnos m¨¢s con Tommy y las ratas del desierto (aunque Monty lleg¨® a sugerir que no se hiciera prisioneros que no estuvieran heridos). A?adamos que la guerra en el Norte de ?frica no dej¨® de ser una cosa espantosa, de cuerpos despanzurrados y carbonizados, de mutilaciones horribles, de bayonetazos, de sufrimiento, miedo y agon¨ªa. Hay que ver lo que te puede hacer un ca?¨®n del 88 aunque lo dispare un tipo legal. En una guerra sin odio tambi¨¦n te matan.
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