Al poli bueno no le perdona ni dios
En su vocaci¨®n de realismo descarnado, Rodrigo Sorogoyen presenta a un polic¨ªa intolerablemente macarra, hiperviolento con el mundo y consigo mismo
Ya s¨¦ que existen miles de historias, muchas formas de contarlas y que pueden estar habitadas por personajes que te interesan, o te fascinan, o les entiendes, o te inquietan profundamente en su villan¨ªa. Lo que me provoca repelencia es seguirle obligatoriamente la pista a alguien al que no dedicar¨ªas ni medio minuto de tu pensamiento, pero s¨ª una instintiva o racionalizada mueca de asco si te tropezaras con ¨¦l en tu vida. La muy respetable intenci¨®n del director Rodrigo Sorogoyen en su pel¨ªcula Que Dios nos perdone consiste en no poetizar en ning¨²n momento lo s¨®rdido, huir del clich¨¦ del cine negro que viene a otorgar un toque rom¨¢ntico a personajes presuntamente complejos, perdedores con alma y sentido de la justicia. En su vocaci¨®n de realismo descarnado, Sorogoyen presenta a un polic¨ªa intolerablemente macarra, hiperviolento con el mundo y consigo mismo, un chulo prescindible, imparable en su proceso destructivo y autodestructivo, desagradable hasta la n¨¢usea, que en compa?¨ªa de otro polic¨ªa muy profesional, pero atormentado por su tartamudez y otros demonios (lo han adivinado, al segundo invariablemente lo interpreta Antonio de la Torre, aquel mod¨¦lico actor de comedia al que todos los guiones que le ofrecen ¨²ltimamente le encasillan en gente traumada y sin capacidad ni motivos para sonre¨ªr o re¨ªr), debe descubrir al implacable monstruo que viola ancianas y despu¨¦s las asesina.
Es una pel¨ªcula en posesi¨®n de cierto clima y que no te aburre. No dudo de los dones narrativos de su creador, pero no soporto la personalidad de uno de sus protagonistas. El otro tampoco me apasiona y es que tengo el lamentable defecto de que necesito querer un poquito a los tipos que se mueven por la pantalla, o que me intriguen, o que me hipnoticen para que me interese m¨ªnimamente lo que les ocurre. Y cuidado, estoy hablando de lo que el guion y el director obligan a representar a sus actores. El madero impresentable que con tan aparente falta de esfuerzo interpreta Roberto ?lamo (s¨ª, el teatral y meritorio Urtain, el grotesco Trigui?o en la infame La piel que habito, ese se?or que parece que quiera pegarte cuando se supone que te est¨¢ seduciendo para que apuestes sobre los resultados del f¨²tbol en los spots que repite fatigosamente la televisi¨®n) est¨¢ plasmado de forma mod¨¦lica y seguro que hay unos cuantos en la vida real que funcionan as¨ª, pero maldita su gracia. Estar dos horas en su compa?¨ªa me resulta molesto, pero el misterio sobre las masacres patol¨®gicas de mujeres de la cuarta edad puede resultar entretenido.
La pel¨ªcula sueca El gigante centra encomiablemente su atenci¨®n en un se?or enano y de rostro terriblemente deformado cuyo ¨²nico asidero vital es jugar a la petanca, intentar competir, so?ar. Las intenciones del director Johannes Nyholm son nobles, humanistas, compasivas. Tambi¨¦n pretende ser l¨ªrico y on¨ªrico, pero esto no garantiza un cine apasionante. Rueda a mano y con un tono que se acerca al documental. Y ojal¨¢ que le vaya bien al desgraciado protagonista, pero no puedo evitar que se me abra la boca con alarmante frecuencia.
Lady Macbeth, dirigida por William Oldroyd no guarda relaci¨®n argumental con esa obra inmortal que escribi¨® Shakespeare, pero la protagonista es tan vengativa, calculadora y cruel como la esposa de Macbeth. Transcurre en la campi?a inglesa durante la ¨¦poca victoriana. Es austera de imagen y necesita poca ambientaci¨®n. Un arist¨®crata impotente se casa con una aparentemente sumisa dama. El suegro es aun m¨¢s cabr¨®n y brutal que el hijo. Lo pagar¨¢n muy caro. Aunque si hubieran sido buenas personas, esta se?ora diab¨®lica se hubiera ensa?ado igualmente con ellos, con el amante descerrado, con la criatura que le puede quitar la herencia. Se deja ver y o¨ªr, aunque el ritmo es un poquito cansino.
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