Eric Rohmer: ¡°No soy mis¨®gino¡±
El cineasta estrena en Espa?a el filme 'Cuento de invierno', un nuevo relato sobre lo cotidiano de uno de los grandes supervivientes de la nueva ola francesa
Cuento de invierno es el decimosexto largometraje de Eric Rohmer y el primero que en Espa?a comparte estreno televisivo (Canal+, d¨ªa 31) y estreno cinematogr¨¢fico, una experiencia que en Francia ya se dio con Le rayon vert y que favoreci¨® incluso la carrera comercial del filme. Despu¨¦s de la serie Seis cuentos morales y de otra bajo el lema de Comedias y proverbios, Rohmer le ha tomado prestado a Shakespeare el t¨ªtulo de una de sus obras para embarcarse en una nueva serie dedicada a las cuatro estaciones y que empez¨® en 1990 con el Cuento de primavera y sigue ahora este d'hiver (de invierno).
El cineasta explica que "cuando se ruedan series, los filmes se definen entre s¨ª por similitud o por oposici¨®n. En Cuento de primavera ten¨ªa un hombre y tres mujeres; en Cuento de in?vierno se trata de una mujer y tres hombres".
La mujer de Cuento de in?vierno es F¨¦licie, una peluquera rubia que comparte su vida con dos hombres, un peluquero y un bibliotecario: el primero, atractivo en la cama, y el segun?do, en la vida cotidiana, aun? que incapaz de afrontar la realidad como no sea a trav¨¦s de libros. El tercer hombre ser¨ªa un fantasma idealizado por F¨¦licie si el pr¨®logo del filme no nos lo mostrase, aunque luego el azar lo hace desaparecer. F¨¦licie?no consigue enamorarse de ninguno de los dos primeros porque lo sigue estando del tercero. "La actriz que interpreta a F¨¦licie la conoc¨ªa antes de rodar Cuento de primavera; trabajaba como maquilladora y a¨²n no se hab¨ªa atrevido a hacer comedia profesionalmente".
Retratos
La filmograf¨ªa rohmeriana est¨¢ repleta de retratos femeninos, de mujeres que intentan descu?brir c¨®mo hay que vivir y c¨®mo amar y que se lanzan a compli?cadas maniobras que sustituyen el elemental deshoje de la margarita. "Creo que en mi cine los personajes pueden ex?presarse libremente y que en mis historias se enfrentan a menudo raz¨®n e intuici¨®n. Mis personajes femenino, son intuitivos, est¨¢n m¨¢s pr¨®ximos a valores como la sinceridad, la ingenuidad, la naturaleza o la fe que los hombres, que presento como m¨¢s complicados, menos naturales y m¨¢s razonadores. Ellas resultan m¨¢s simp¨¢ticas. No creo que puede decirse que soy mis¨®gino".
La mirada de Eric Rohmer es extraordinariamente clara y transparente. Tiene la tez muy p¨¢lida, el pelo escaso y blanco y est¨¢ muy delgado. Viste como ¨¦l vestir¨ªa a un intelectual en uno de sus filmes: camisa azul oscuro, sin corbata, gruesa chaqueta de tweed y un no menos grueso pantal¨®n de pana. Como en sus pel¨ªculas, es lo que parece, pero, tambi¨¦n como ellas, la transparencia oculta algo. "La vertiente documental est¨¢ presente en todas las pel¨ªculas he hecho. En El signo del le¨®n (1959), mi primer largo, el protagonista deambulaba por Par¨ªs en verano y no lograba encontrar a los amigos que deb¨ªan alojarle. Sacar el cine a la calle era uno de los postulados de la Nouvelle Vague. Adem¨¢s, me gusta ser exacto, explicar en que ¨¦poca transcurre la acci¨®n, situarla tambi¨¦n geogr¨¢fi?camente". El mundo de las apariencias es registrado minuciosamente; a menudo se desdobla a trav¨¦s de la palabra, omnipresente en toda la obra de Rohmer, empe?ada en explicarlo todo. Al final, un rayo verde, un novio que reaparece, un violador que confiesa o un ba?o en la playa, vendr¨¢n a desmentir la existencia de un orden perfecto y a aportar otra dimensi¨®n al mundo casi minimal del cineasta.
La vitalidad de su cine, la transparencia de sus im¨¢genes y el rigor de su trayectoria hacen de Eric Rohmer uno de los grandes cl¨¢sicos que contin¨²an haciendo pel¨ªculas de extraordinaria calidad
El cine de Eric Rohmer es dif¨ªcil de concebir sin el grado de realismo y credibilidad que le aportan el sonido directo, las emulsiones muy sensibles y los equipos ligeros. "Cuando ruedo en el metro o en un autob¨²s, el operador lleva la c¨¢mara sobre su hombro y no a?ado iluminaci¨®n alguna. Creo que soy de los primeros en haber hecho toda una pel¨ªcula ¡ªLa mujer del aviador?(1980)¡ª. con micros emisores, una t¨¦cnica que aun no se empleaba de manera sistem¨¢tica en el cine. Si utilizas la p¨¦rtiga en medio de la calle, inmediatamente todo el mundo se da cuenta de que est¨¢s rodando. En Cuento de invierno?hemos podido filmar en medio de los Campos El¨ªseos sin que nadie lo notase".
Antes de convertirse en Eric Rohmer, cuando a¨²n se llamaba Maurice Sch¨¦rer y escrib¨ªa en los Cahiers du Cinema, los textos de Andr¨¦ Bazin le aportaron los fundamentos te¨®ricos del documentalismo de sus ficciones, el m¨ªtico naturel que hay que saber captar. "Bazin escribi¨® un art¨ªculo titulado Montage interdit, y Godard dijo aquella c¨¦lebre frase en la que afirmaba que un travelling es una cuesti¨®n de moral. Cuando Bazin dec¨ªa 'montaje prohibido' quer¨ªa decir 'proh¨ªbo', desde el punto de vista de una cierta ¨¦tica, una cierta deontolog¨ªa del cineasta. Hay cosas que el cineasta debe prohibirse. En los Cahiers ¨¦ramos muy estrictos al respecto. No solo Bazin o yo, tambi¨¦n Godard o Rivette, que dec¨ªa que no se ten¨ªa derecho a hacer un travelling en un campo de concentraci¨®n. En definitiva, se trata de un cierto respeto de la realidad que impide filmar ciertas cosas, convertirte en un voyeur, un mir¨®n indiscreto. Adem¨¢s, ese respeto por la realidad te fuerza a prescindir de los trucos, es decir, de ciertas formas de montaje que pretenden hacer expresar a uno unos sentimientos que no le afectan".
Esta relaci¨®n con la realidad, este elogio de la transparencia y de la c¨¢mara en tanto que m¨¢?quina que no miente, va acom?pa?ada de una sintaxis cinematogr¨¢fica muy s¨®lida y poco dada a experimentos, caracter¨ªstica que permite calificar a Rohmer de cl¨¢sico. "El cine hay que valorarlo al rev¨¦s que las dem¨¢s artes; los adjetivos cl¨¢si?co y moderno pueden significar lo contrario que, por ejemplo, en pintura. En cine es m¨¢s dif¨ªcil ser claro que en literatura. No hace falta ser un gran escritor para contar de manera comprensible una historia con todos sus detalles. En cine eso mismo es dificil¨ªsimo, porque se trata de una forma de expre?si¨®n que est¨¢ en situaci¨®n de in?ferioridad respecto al lenguaje hecho de palabras. Por ejemplo: poner en un libro lleg¨® molesto pero ocult¨® su enfado tras una sonrisa no supone confu?si¨®n alguna, representarlo s¨ª puede comportarla. La mejor manera de evitarla es organizar los planos, el decoupage, de ma?nera tal que reine la claridad. Lo podemos llamar sintaxis, gram¨¢tica o arte del relato, algo a lo que, en nombre de una supuesta modernidad, se ha ido renunciando. Se confunde mo?dernidad con facilidad. Existe una l¨®gica moderna, pero no tiene nada que ver con esos re?latos mal explicados en los que nunca sabes d¨®nde est¨¢n los personajes".
Le molesta que un n¨²mero de Cahiers hablen del fe¨ªsmo de Cuento de invierno, confundien?do el objeto o lugar mostrado con el estilo. "Lo m¨¢s dif¨ªcil hoy es filmar un paisaje bello. El peligro de caer en la postal es enorme; era una de mis preocupaciones en Cuento de invierno (1986), una pel¨ªcula en la que hab¨ªa que retratar diversas puestas de sol. Pero Cuento de invierno es precisamente mi pel¨ªcula m¨¢s cuidada, en la que la composici¨®n y el color est¨¢n m¨¢s trabajados. He encontrado una armon¨ªa hecha de negros, grises y marrones, con un solo color vivo, el rojo de la bufanda de la ni?a. Los decorados los he elegido teniendo en cuenta esta gama crom¨¢tica. Y hay otras armon¨ªas, como las que se derivan de la manera de moverse de los actores. Por ejemplo, Char?lotte V¨¦ry, la chica que interpreta F¨¦licie, sigue una gestualidad que podemos calificar de bella; es un intento de esculpir el espacio, si se me permite la expresi¨®n. En Las noches de la luna llena (1984), dado que la acci¨®n transcurr¨ªa en un ambiente a la moda y entre gente dedicada a la arquitectura y el dise?o, los colores dominantes son otros, la fotograf¨ªa es brillante. Cuento de invierno es lo contrario en el plano pl¨¢stico".
Aunque eso pueda sorprender en una persona con el pasado cin¨¦filo del Rohmer cr¨ªtico, Rohmer cineasta comparte con otros muchos colegas el ir muy de cuando en cuando al cine. "Cuando empiezas a hacer pel¨ªculas eliges una v¨ªa de entre las muchas posibles. De pronto el cine ya no puede ense?arte nada y no te apetece ver cine como distracci¨®n. Pasan a ser muy pocas las pel¨ªculas que pueden servirte como alimento o fuente de inspiraci¨®n. En cambio la literatura, la pintura, la vida, sobre todo la vida, s¨ª son fuentes de inspiraci¨®n".
Eric Rohmer trabaj¨® con N¨¦stor Almendros. El recuerdo de esta colaboraci¨®n la ha dejado escrita de forma contundente. "Cuando preparamos el ro?daje de Marquise d'O fuimos a visitar el castillo y el primer comentario de N¨¦stor fue: es un lugar magn¨ªfico, con esta luz no har¨¢ falta iluminar. Gracias a su trabajo, a partir de los a?os sesenta en el cine hay un nuevo concepto no de la iluminaci¨®n sino de la luz".
Festivales
Y si raro es que vaya al cine, m¨¢s extra?o es a¨²n que acuda a festivales. Sus razones son contundentes y no utiliza la falsa modestia para exponerlas: "Hay directores que van a los festivales porque temen que sus pel¨ªculas no tengan ¨¦xito. Yo no tengo ese miedo en la medida en que mis filmes son relativamente baratos, tienen asegurada su venta a todo el mundo y un p¨²blico fiel. Adem¨¢s, lo que cuenta es la calidad de las pel¨ªculas, y si de pronto las m¨ªas dejaran de interesar no ser¨ªa a base de acompa?arlas a los festivales lo que har¨ªa que volvieran a gustar".
Respecto a sus compa?eros de generaci¨®n es f¨¢cil comprender que se sienta m¨¢s pr¨®ximo a Rivette que a los dem¨¢s. "Con Rivette hemos seguido trayectorias parecidas. Los dos ten¨ªamos una l¨ªnea, y lentamente el p¨²blico ha ido acerc¨¢ndose a nuestra manera de hacer cine. Truffaut y Chabrol fueron a buscar el gran p¨²blico. Godard parece rehuirlo. El haber encontrado una manera de trabajar sin interrupciones, preparando dos o tres pel¨ªculas simult¨¢neamente, como conjuntos, con cierta continuidad, el no tener problemas de producci¨®n en la medida en que mis filmes son baratos y casi nunca ruedo m¨¢s de lo previsto y no hay despilfarro, me ayuda a sentirme c¨®modo como cineasta". Y esa extra?a comodidad hecha de saber qu¨¦ lugar se ocupa en el mundo es la que destila la persona de Eric Rohmer esta ma?ana de invierno, sentado de espaldas a una chimenea apagada, hablando cort¨¦smente pero a borbotones, como si el entusiasmo fuese un fuego que hay que avivar continuamente pues corre peligro de extinci¨®n dentro de una cabeza tan ordenada y de ojos tan fr¨ªos.
Dos restos de un naufragio
Queda poca cosa viva del que vendaval de la nouvelle vague francesa, que a su vez abri¨® el camino de la serie de subvendavales de los nuevos cines de casi todo el mundo en los a?os sesenta. Es historia del cine en el buen sentido de la palabra, pero s¨®lo eso: historia. Raramente cine por hacer y para seguir haciendo.
Pero ese raramente se?ala que en este naufragio hay las excepciones de dos cineastas que lo sobreviven y que parecen estar tan curtidos que su imaginaci¨®n queda a resguardo de la erosi¨®n del tiempo. Uno es Jacques Rivette, cuya ¨²ltima pel¨ªcula, La belle noiseuse, tiene el genio y el empuje de una obra fundacional siendo cine de un crep¨²sculo y sobre un crep¨²sculo.
El otro es obviamente Eric Rohmer, cineasta de los que se supone que est¨¢ en edad de echarse a dormir sobre su obra, pero que, una vez m¨¢s ¡ªya lo hicieron en su tiempo John Ford, Joseph von Sternberg, Jean Renoir, Fritz Lang, Akira Ku?rosawa, Alfred Hitc? hcock, Carl Dreyer, John Huston, Miche?l Angelo Antonioni, Er?manno Olmi y otros eminentes cineastas a quienes quisieron apartar de las pantallas cuando mejores cosas ten¨ªan que aportar a ellas¡ª pone en evidencia que la palabra jubilaci¨®n, aplicada al verdadero artista, es como poco una impertinente, una agresi¨®n est¨²pida y b¨¢rbara.
R¨ªtmicamente, cada uno o cada dos o cada tres a?os, y desde hace muchos, aparece una nueva pel¨ªcula de este inagotable setent¨®n, que despu¨¦s de d¨¦cadas de quemarse las cejas sigue aprendiendo a mirar y ense?¨¢ndonos a ver a la gente humana. Un cineasta que, cada d¨ªa m¨¢s de espaldas a los cors¨¦s formalistas y al elitismo cin¨¦filo, da sin propon¨¦rselo lecciones de ir al grano en esta inagotable materia: mirar a los ojos de los otros hombres, averiguar qu¨¦ les pasa y contarlo en forma de f¨¢bula o de cuento. Es decir, de relato a la manera antigua, que sigue siendo todav¨ªa la ¨²nica nueva.
Lo que Rohmer nos est¨¢ contando ¡ªsin gesticular, a media voz y con tono monocorde¡ª desde hace d¨¦cadas, es lo m¨¢s ambicioso que se puede contar, porque se requiere para poder hacerlo una humildad asc¨¦tica: la convicci¨®n de que no hay nada nuevo que decir, sino lo mismo de siempre; y que pretender que existe una modernidad en los comportamientos b¨¢sicos de la gente de hoy, es una pretensi¨®n contradictoria porque es una antigualla.
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