Por los ojos de la Duncan

?Una transubstanciaci¨®n? Beatr¨ªz Arg¨¹ello se mueve juncal por el escenario, como la Duncan en el ¨¦ter o ante las ondas dela laguna Estigia. Su fisonom¨ªa afilada pero bella, tan diferente de la de la bailarina estadounidense, transmite id¨¦ntica exaltaci¨®n interior: ambas est¨¢n en pleamar, por influjo de la luna llena.

Estaciones de Isadora es un espect¨¢culo po¨¦tico, de pocas palabras pero certeras, sostenido sobre una interpretaci¨®n formidable, con codirecci¨®n inspirada de Hugo P¨¦rez de la Pica, y otra presencia esc¨¦nica preciosa:la de Mijail Studionov, pianista cuya mano diestra la actriz retira del teclado, tom¨¢ndola entre las suyas, sin que se quiebren el ritmo, que sigue marcando con la izquierda, ni la melod¨ªa de lo que viene tocando, cual si hubiera sido pose¨ªdo por el esp¨ªritu de Paul Wittgenstein.

Algo espectral atraviesa esta funci¨®n breve (45-50 minutos), que sabe a poco y deja ganas de m¨¢s: todo en ella es bonito, delicado y alusivo. No esperen que se les informe sobre el personaje o se les cuente historia alguna: qui¨¦n entre sin saber nada de Isadora, saldr¨¢ sin erudici¨®n a?adida. M¨¢s que a un espect¨¢culo, uno tiene la sensaci¨®n de haber asistido a un ensue?o de Maeterlinck o a la recreaci¨®n est¨¦tica de una sesi¨®n esp¨ªrita, en la que la Duncan se despoja del cors¨¦ de la danza cl¨¢sica, baila ahora m¨¢s libre, se maravilla, se duele, desgrana un texto exquisito y escaso, como en un recital po¨¦tico con m¨¢s puesta en escena que versos, y se despide antes de lo que quisi¨¦ramos, encendida por una felicidad ef¨ªmera.