?Que viva Am¨¦rica Latina!
La FIL hace realidad el viejo sue?o bolivariano de la unidad, si no pol¨ªtica, al menos cultural, que es lo que en el fondo importa
Tomo prestado para este Sill¨®n de Orejas ?transoce¨¢nico el t¨ªtulo de una de las actividades programadas por la FIL. Y es que se me antoja que nada ofrece un desmentido mayor a las negacionistas afirmaciones de Borges (¡°Am¨¦rica Latina no existe¡± o ¡°nadie se siente latinoamericano¡±) que esta feria universal del libro, y de quienes los hacen y disfrutan, que ahora entra en su treintena de la mano de la infatigable Marisol Schulz, como el m¨¢s grande acontecimiento de la cultura escrita en espa?ol (pero no solo). La FIL hace realidad el viejo sue?o bolivariano de la unidad, si no pol¨ªtica, al menos cultural, que es lo que en el fondo importa. Y lo hace por medio de la letra (que ya no entra con sangre, sino con educaci¨®n y respeto a la diversidad). Ah¨ª es nada: la cultura escrita unificando un espacio en el que, seg¨²n datos de El libro en cifras (CERLALC, junio 2016), viven 610 millones de personas que tienen, adem¨¢s de las suyas ind¨ªgenas propias, una lejana herencia com¨²n que se impuso ¡ªcon demasiada frecuencia¡ª a sangre y fuego, y que acab¨® mezcl¨¢ndose con las aut¨®ctonas en el crisol de los dos mayoritarios idiomas peninsulares. En ese continente cargado de pasado (con espeluznantes, insultantes diferencias nacionales en cuanto al PIB per capita) y proyectado al futuro, se producen casi 200.000 t¨ªtulos al a?o, m¨¢s de 500 cada d¨ªa. La mayor¨ªa de los que se comercializan salen de las imprentas propias: el nuevo colonialismo editorial, m¨¢s eficaz y mucho m¨¢s atento a las realidades literarias del continente, se ejerce desde las filiales nacionales de las casas-madre espa?olas, de ah¨ª que las exportaciones espa?olas hayan descendido, por innecesarias, desde principios del milenio. De cada 100 libros publicados en Am¨¦rica Latina, 22 lo son en formato digital; claro que entre ellos no figuran muchos de los llamados autores-editores indies, que han decidido, como en otros lugares, prescindir de formalidades y buscar su p¨²blico de otro modo. En la peor parte de este apartado, y entre otras muchas lacras que afectan a la organizaci¨®n social, la desigualdad econ¨®mica y las carencias educativas, destacan los (a¨²n) pobres h¨¢bitos de lectura (en M¨¦xico, por ejemplo, m¨¢s de un 60% de la poblaci¨®n no lee nunca), y el inconcebible desconocimiento literario mutuo: solo un 20% de las importaciones de libros son interamericanas.
Excurso
En mi caso, si mis improbables lectores tienen a bien disculparme el obsceno zambullido en lo autobiogr¨¢fico, acced¨ª a la ¡°literatura latinoamericana¡± a la vez muy jovencito y muy tarde (me refiero a las novelas: a la poes¨ªa llegu¨¦ antes, v¨ªa Dar¨ªo, Vallejo y el Neruda inevitable). Y lo hice, como muchos lectores espa?oles de mi generaci¨®n, puenteando a las sucesivas promociones de grand¨ªsimos escritores que desde los modernistas ¡ªlos primeros que consiguieron que la literatura de all¨¢ se impusiera a la de ac¨¢ e influyera en ella¡ª hab¨ªan producido el nutritivo plancton del que se alimentar¨ªa lo que luego se conoci¨® como boom y hoy es ya t¨®pica prehistoria. Me deslumbr¨® Rayuela un verano en que escuchaba una y otra vez Like a Rolling Stone ¡ªotro ¡°descubrimiento¡± generacional¡ª en un vinilo que a¨²n conservo rayad¨ªsimo. Y, ante aquel torrente de lenguaje extra?amente familiar que Cort¨¢zar utilizaba nada familiarmente, tuve la sensaci¨®n de que hasta Tiempo de silencio (Luis Mart¨ªn Santos, 1954) o Las afueras (Luis Goytisolo, 1958) ¡ªlos grandes hitos de mi pante¨®n literario¡ª se convert¨ªan en pintorescas antig¨¹edades narrativas (insisto: era muy joven). Cort¨¢zar (y despu¨¦s, en desquiciada cronolog¨ªa, Rulfo, Borges, Onetti, Vargas Llosa, Fuentes, Donoso, Cabrera Infante, Garc¨ªa M¨¢rquez, Sabato y el grand¨ªsimo Lezama Lima de Paradiso) ense?¨® a un par de generaciones de lectores espa?oles c¨®mo se pod¨ªan contar otras cosas (y mucho m¨¢s interesantes, en el sentido que Henry James daba al t¨¦rmino) en un idioma que parec¨ªa haberse sometido, al otro lado del oc¨¦ano, a un extraordinario proceso de purga y regeneraci¨®n. Fin del (prescindible, me temo) excurso autobiogr¨¢fico.
Final
Luego vino lo que vino. En Am¨¦rica los nuevos escritores que surgieron tras los setenta (cuando todav¨ªa Cort¨¢zar, como recuerda Sergio Chejfec, propon¨ªa la met¨¢fora de la ametralladora como suced¨¢neo revolucionario de la m¨¢quina de escribir) supieron matar a sus padres, como debe ser. Y, hoy, superado el vac¨ªo de casi dos d¨¦cadas impuesto por cegatas decisiones de grandes grupos que confundieron toda la literatura latinoamericana con la que daba ping¨¹es beneficios (hubo un tiempo en que solo parec¨ªan interesados por Isabel Allende), hace a?os que volvemos a poder leer en Espa?a lo que hacen los j¨®venes (o no tan j¨®venes) narradores latinoamericanos (muchos en la estela fecunda de Bola?o), aunque ninguno ¡°venda¡± tanto (todav¨ªa) como para comprarse un yate y viajar a Barcelona pilot¨¢ndolo. Por cierto, Barcelona sigue ejerciendo su atracci¨®n sobre los escritores de all¨¢: contin¨²an viniendo, aunque no, como sus padres, para huir del otro boom de los setenta ¡ªlas dictaduras¡ª, sino para estar presentes en lo que todav¨ªa es uno de los dos centros de la edici¨®n mundial en espa?ol. La ¨²ltima novela americana con tel¨®n de fondo barcelon¨¦s es la divertida s¨¢tira ¡°negra¡±. No voy a pedirle a nadie que me crea, del mexicano Juan Pablo Villalobos, premio Biblioteca Breve de este a?o. La casualidad (aunque no existen) ha querido que alternara su lectura con la de una obra maestra antigua: Patas de perro (1965, Malpaso), del grand¨ªsimo escritor chileno Carlos Droguett, muerto en su exilio suizo (adivinen por qu¨¦) ahora hace 20 a?os. Una vez m¨¢s, la literatura nos permite conocer ¡ªa menudo mejor que la historia¡ª todas las Am¨¦ricas de Am¨¦rica. Disfruten de la Feria, que yo no puedo.
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