Grande
Richard Goode mostr¨® su sabidur¨ªa arm¨®nica y formal en la plasmaci¨®n de las transiciones en las dos obras de m¨¢s envergadura
Bastaba, antes de escuchar una sola nota, con mirar el programa de Richard Goode para darse cuenta de que nos aguardaba una cita con un gran m¨²sico. Aunar a Bach y Chopin, sin otra compa?¨ªa, es un emparejamiento tan natural, y casi necesario, que resulta extra?o no verlo propuesto con m¨¢s frecuencia. Aunque estil¨ªsticamente parezcan estar en las ant¨ªpodas, las capas m¨¢s profundas de la m¨²sica de uno y otro revelan una asombrosa semejanza. Cuando el polaco viaj¨® a Mallorca en 1838 llev¨® por toda partitura en su equipaje El clave bien temperado y el principal fruto de aquella estancia fueron, no casualmente, sus veinticuatro Preludios op. 28, otro completo recorrido circular por todas las tonalidades mayores y menores. Liszt ya lo calific¨® en su temprana biograf¨ªa de ¡°un alumno entusiasta de Bach¡± y cuando Wilhelm von Lenz, el primero en acu?ar la distinci¨®n de los tres per¨ªodos beethovenianos, le pregunt¨® en una carta cu¨¢l era su modo de preparar los conciertos, Chopin le contest¨®: ¡°Me encierro durante un par de semanas y toco Bach. Esa es mi preparaci¨®n, no estudio mis composiciones¡±. El alem¨¢n era, como ¨¦l mismo confes¨®, ¡°mi pan cotidiano¡±.
Goode eligi¨® para su primera parte un d¨ªptico sorprendente: el Concierto italiano y las quince Sinfon¨ªas. El primero revela hasta qu¨¦ punto absorbi¨® Bach los principios de la escritura concertante nacidos en Italia, mientras que la segunda es una de sus partituras pedag¨®gicas, concebida para que los estudiantes de un instrumento de teclado (clave, clavicordio, ¨®rgano o piano, tanto da) ejerciten la independencia de dedos y manos, en este caso en composiciones a tres voces, una m¨¢s que las menos ambiciosas Invenciones. El Bach de Goode es v¨ªvido, sensible y di¨¢fano: el peso gravita constantemente entre ambas manos, pero es la izquierda la que m¨¢s nos sorprende por su inusual elocuencia y protagonismo. Algunas de las Sinfon¨ªas (segunda, quinta, novena y decimotercera, sobre todo) fueron memorables: p¨¢ginas breves, ef¨ªmeras, como muchas de las de Chopin, pero con una sustancia musical potente, concentrada, conformadas por Goode como universos autosuficientes, perfectamente cerrados sobre s¨ª mismos.
Una de las grandes ense?anzas que extrajo Chopin de la m¨²sica de Bach fue su portentoso dominio de la conducci¨®n de las voces, y ese fue tambi¨¦n el aspecto que m¨¢s resalt¨® Goode en las diez obras que integraron la segunda parte de su recital: cuatro mazurcas, otros tantos nocturnos y dos obras de mayor entidad y ambici¨®n, como son la Polonesa-Fantas¨ªa y la Barcarola, dos frutos se?eros y coet¨¢neo del ¨²ltimo per¨ªodo compositivo del polaco. Goode herman¨® las dos parejas de nocturnos por tonalidades relativas y toc¨® las mazurcas como si formaran un solo bloque unitario. Estas ¨²ltimas son quiz¨¢ las composiciones m¨¢s esquivas de Chopin y, al mismo tiempo, las que quiz¨¢ mejor revelen el alma m¨¢s ¨ªntima de su lenguaje musical. Las versiones que escuchamos sonaron entroncadas, sobre todo, en Bach gracias a su car¨¢cter di¨¢fano, contenido, casi severo a veces. Las cuatro que escogi¨® Goode fueron revelando un pianismo que no cesaba de crecer (la segunda fue mejor que la primera, la tercera a¨²n mejor que la segunda y la cuarta fue insuperable). El estadounidense huye por igual de todo efectismo y del menor atisbo de preciosismo sonoro, tan habitual en este repertorio, aunque es dif¨ªcil escuchar un sonido pian¨ªstico tan plural, tan hermoso, tan bien proyectado. La ornamentaci¨®n no suena en ning¨²n momento como un cuerpo extra?o y se integra con naturalidad en el fraseo, donde jam¨¢s se abusa del rubato, aunque est¨¢ siempre presente en mayor o menor medida. Goode, en fin, mostr¨® su sabidur¨ªa arm¨®nica y formal en la plasmaci¨®n de las transiciones en las dos obras de m¨¢s envergadura.
Obras de Bach y Chopin.
Richard Goode (piano). Auditorio Nacional, 29 de noviembre.
Con su mujer, Marcia, pas¨¢ndole las p¨¢ginas con la misma discreci¨®n con que ¨¦l hac¨ªa m¨²sica a raudales a un nivel que pocas veces puede escucharse, Goode agradeci¨® los aplausos del p¨²blico con dos piezas fuera de programa. De ¨¦l no pod¨ªa esperarse ninguna elecci¨®n banal y las afortunadas fueron la Mazurca op. 17 n¨²m. 4 de Chopin y la Sarabande de la Partita n¨²m. 1 de Bach. Se invert¨ªa el orden de los factores, pero el producto segu¨ªa siendo el mismo. Richard Goode ¡ª¡°el secreto mejor guardado de Estados Unidos¡±, como lo defini¨® hace a?os Stephen Plaistow¡ª se nos hab¨ªa revelado, una vez m¨¢s, no solo como un gran m¨²sico (cosa que ya sab¨ªamos de sobra y que proclamaba con voz clara y potente su elecci¨®n de programa), sino como un gran, grand¨ªsimo pianista.
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