La ilusi¨®n de la inmortalidad
La vida es absurda, pero el absurdo se lleva mejor con unas gotas de belleza. Y siempre, la alegr¨ªa de leer, que es recuperar a cada instante el gusto de vivir
Es inevitable. Cuando abro un libro, revivo aquellos momentos de mi adolescencia en que el cine se quedaba a oscuras y una mir¨ªada de lucecitas crepitaban en la pantalla a la espera del le¨®n de la Metro. Grandes cosas estaban a punto de ocurrir. Como entonces, hay que guardar absoluto silencio para que la realidad objetiva no se filtre en la imaginaria y perturbe el encanto de vivir plenamente en el mundo de la ficci¨®n. Pero a veces comparto libros con pel¨ªculas, telediarios y partidos de f¨²tbol, y entonces las realidades conviven, se superponen, aunque nunca se mezclan o confunden. Alguna vez he mirado por encima de un libro, todav¨ªa con el v¨¦rtigo de la sintaxis en los ojos, y he visto una escena de infinito horror en Alepo o en las playas del Mediterr¨¢neo, y he sentido que, en efecto, la cultura es un escudo muy fr¨¢gil, demasiado fr¨¢gil, contra la barbarie siempre al acecho de los grandes instintos reprimidos. Pero, por eso mismo, hay que perseverar, no hay otra opci¨®n. Los libros, el arte, las escuelas, la buena herencia de la educaci¨®n familiar son las ¨²nicas armas que tenemos contra esos monstruos tan temidos. Una ma?ana, escuch¨¦ en la calle el alboroto de los obreros de la Coca-Cola, y sus firmes consignas se aven¨ªan muy bien con los versos que estaba leyendo en ese instante. Bien s¨¦ que se puede ser un gran lector y un perfecto canalla, pero yo prefiero pensar, en contra de alguna ilustre extravagancia, que de las bibliotecas ha salido gente piadosa y solidaria, o al menos en trance de serlo, y solo a veces alg¨²n asesino extraviado.
La vida es absurda, pero el absurdo se lleva mejor con unas gotas de belleza. Y siempre, la alegr¨ªa de leer, que es recuperar a cada instante el gusto de vivir
Este a?o, como todos los a?os, he le¨ªdo y rele¨ªdo libros maravillosos, y otros no tanto, unos cl¨¢sicos, otros modernos, otros actuales. Con ellos, uno ha endulzado la melancol¨ªa, aliviado los pesares, burlado el tedio, coloreado el gris de la rutina, limpiado la mirada para renovar la capacidad de asombro (con el que nos ganamos la lucidez nuestra de cada d¨ªa), rejuvenecido el coraz¨®n para evitar que haga presa en nosotros el cansancio moral, que es acaso el mayor mal de nuestro tiempo, y de emocionarse ante un mundo que siempre, a cada instante, est¨¢ por descubrir. Con la lectura he ejercido de cigarra, cantando alegremente, sin temor al futuro, y de paso he hecho casi sin querer los buenos oficios de la hormiga, acumulando un poco de sabidur¨ªa para los d¨ªas aciagos del invierno. La vida es breve, pero los libros nos ofrecen la ilusi¨®n de percibir en torno a nosotros el aleteo de la inmortalidad. Porque los libros, de alg¨²n modo fant¨¢stico, vencen a la muerte. Uno siente el aliento vivificador de los muertos (¡°escucho con mis ojos a los muertos¡±), y aprende a admirar a sus contempor¨¢neos, y al admirarlos, aprendemos tambi¨¦n a amarlos. Admiraos los unos a los otros.
Bien sabemos muchos que la vida es absurda, pero el absurdo se sobrelleva mejor con unas gotas de belleza. Y siempre, siempre, la alegr¨ªa de leer, que es tanto como recuperar a cada instante el gusto de vivir.
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