Tiempos duros
El impago a los actores de 'La cocina' recuerda a los tiempos del trabajo esclavo de los artistas
Viendo La cocina, el soberbio montaje del Valle-Incl¨¢n, cuyos actores a¨²n no han cobrado la mensualidad, pens¨¦ en mi abuelo, cuando el Paralelo era, a su modo, una feroz m¨¢quina de triturar carne. Entre los cuarenta y los setenta, mi abuelo toc¨® el viol¨ªn en el Espa?ol de Los Vieneses, en el C¨®mico de Gasa y en el Apolo de Colsada, todos los d¨ªas del a?o excepto el Viernes Santo, a raz¨®n de dos (y a veces m¨¢s) pases diarios. Horarios tremendos, extenuantes, pero que permit¨ªan llevar el pan a casa, y que hoy cuestan de creer: por eso hablo de ellos. De la mano de mi abuela, peinadora y amiga de Raquel Meller, ¨ªbamos a buscarle por las noches, tartera en mano, al cine Hora, donde los m¨²sicos sol¨ªan echar una cabezadita entre funci¨®n y funci¨®n. Recuerdo el fulgor de lentejuelas, pero tambi¨¦n aquellos fosos infernales donde se asfixiaban, y los camerinos apestando a sudor: poca m¨ªtica.
Hablo con Jos¨¦ Mar¨ªa Pou, mi hermano mayor, que vel¨® sus armas en el Mar¨ªa Guerrero, y brota, tambi¨¦n entreverada, la memoria de los tiempos duros. ¡°Lo mejor¡±, me cuenta, ¡°fue empezar por lo m¨¢s alto: conocer a aquella impresionante compa?¨ªa de sesenta actores, la flor y nata, y trabajar a las ¨®rdenes del gran Jos¨¦ Luis Alonso, el mejor director posible. Lo dif¨ªcil era mantener aquel ritmo. Hac¨ªamos, s¨ª, catorce funciones a la semana, dos diarias, incluidos domingos. Viv¨ªamos en el teatro. Entr¨¢bamos a las tres de la tarde a ensayar. A las seis terminaba el ensayo porque la funci¨®n comenzaba a las siete. Funci¨®n a las siete y a las once menos cuarto: tard¨ªsimo. En Barcelona, no s¨¦ porqu¨¦ raz¨®n, la funci¨®n de tarde se hac¨ªa m¨¢s pronto: a las siete menos cuarto.
Estrenabas, y al d¨ªa siguiente ya se le¨ªa y repart¨ªa la siguiente comedia, y se comenzaba a ensayar al otro: era una rueda continua. Tengo algunas fechas grabadas. Un 2 de octubre estrenamos Romance de lobos, de Valle. El 3 se ley¨® y reparti¨® El c¨ªrculo de tiza caucasiano, de Brecht, y el 4 ya est¨¢bamos ensayando¡±. Hab¨ªa otra cosa ya olvidada: el suplicado, que de suplicado ten¨ªa poco. Aparec¨ªa en la tablilla una orden de ensayo convocando a determinados actores, tal escena y tal otra, a la insensata hora de la una y media de la madrugada. Para pulir, para ganar tiempo, que siempre faltaba. ¡°Tampoco hay que olvidar¡±, contin¨²a Pou, ¡°que los ensayos no se cobraban: el contrato solo cubr¨ªa las dos funciones. Los suplicados eran agotadores, pero para nosotros era otro regalo ver un rato m¨¢s a los maestros, y aprender, aprender siempre. Entonces era joven e incluso me acercaba a otros suplicados donde estaban mis amigos: del Mar¨ªa Guerrero cruzaba la Castellana, sub¨ªa por Serrano y me iba al Beatriz, donde ensayaban, por ejemplo, Rosas rojas para m¨ª, de O¡¯Casey, mientras hac¨ªan Los secuestrados de Altona, de Sartre. Teatro nuevo, teatro arriesgado, teatro dif¨ªcil. Olfateaba aquel aire nocturno, que me despejaba, y pensaba que, pese a todo, ten¨ªa el mejor oficio del mundo¡±.
El esclavismo dur¨® hasta el a?o 72, cuando Concha Velasco y Juan Diego, que estaban haciendo Llegada de los dioses, de Buero, en el Lara, se atrevieron a pedir un d¨ªa de descanso a la semana. Tres a?os m¨¢s tarde todos se unieron y fueron a la huelga, y muchos pisaron c¨¢rcel por reivindicar un derecho tan b¨¢sico como ese. S¨ª, conviene recordarlo.
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