Los espejos en los que la literatura se mira y duplica el mundo
De Narciso a Blancanieves, de Valle Incl¨¢n a Borges, el objeto que devuelve la imagen ha sido esencial en la escritura. Andr¨¦s Ib¨¢?ez refleja en una antolog¨ªa esa obsesi¨®n
La literatura est¨¢ plagada de miles y miles de objetos, necesarios para recrear los mundos que proponen los escritores. Ninguna lista de los m¨¢s habituales o relevantes, si tal cosa existiese, podr¨ªa omitir el espejo. En el fondo, representa m¨¢s que un simple objeto: es otro mundo. Su presencia, a lo largo de miles de obras, ejerce un gran poder de atracci¨®n, y emana un extraordinario misterio. Reflejan, ocultan, mienten, deforman, confiesan¡ ¡°Espejos: jam¨¢s, a sabiendas, todav¨ªa se ha dicho / lo que en vuestra esencia sois¡±, escribe Rilke en los Los sonetos a Orfeo, como recuerda el cr¨ªtico y escritor Andr¨¦s Ib¨¢?ez, que desde su juventud persigue espejos a lo largo de cuentos, poemas, novelas u obras hist¨®ricas de toda ¨¦poca.
El resultado de esa obsesi¨®n tan particular es la publicaci¨®n de A trav¨¦s del espejo (Atalanta), una antolog¨ªa de textos que tratan el tema del espejo, de por s¨ª inagotable. Marcel Schwob, H.P. Lovecraft, Virginia Woolf, Isaac B. Singer, G. K. Chesterton, Goran Petrovic, Borges, Allan Poe, Walter de la Mare, Angela Carter, Bioy Casares o Giovanni Papini son algunos de los autores en cuyos textos el espejo ejerce una poderosa influencia.
En un extenso pr¨®logo por el que tambi¨¦n desfilan los reflejos de San Juan de la Cruz, La Fontaine, Bulg¨¢kov, Lewis Carroll, Alfred Tennyson, Charles Perrault o Roberto Bola?o, el autor se remonta a las mitolog¨ªas de la antig¨¹edad, y c¨®mo el significado del espejo, y cuanto muestra, fue cambiando a medida que avanzaban los siglos. El material reunido es riqu¨ªsimo, inabarcable. De hecho, Ib¨¢?ez se vio obligado a dejar la poes¨ªa fuera de su selecci¨®n para que ¡°el laberinto de espejos no creciera en exceso¡±. Apenas se salva el libro tercero de Las metamorfosis de Ovidio, donde el poeta romano recrea el mito de Narciso, que se asoma a un estanque, y enfrentado a un espejo de agua, se enamora de su propia imagen. Por otra parte con fatales consecuencias, pues cae y se ahoga, como siglos m¨¢s tarde le ocurre a la protagonista de El espejo de Lida Sal, un relato de Miguel ?ngel Asturias en el que una muchacha, en busca de un espejo para contemplarse con su traje de boda, se asoma a un risco sobre el mar, cae a las olas y se ahoga en su propio reflejo.
El reflejo, a veces, habla, como en Blancanieves, donde la mujer que el rey toma por esposa, fascinada por su belleza, posee un espejo m¨¢gico al que de vez en cuando pregunta ¡°?Qui¨¦n de este reino es la m¨¢s hermosa?¡±. El romanticismo, en el que se integra el cuento de los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm, fue f¨¦rtil en espejos. En parte, ¡°por la importancia que adquiere el tema del doble¡±, cuyo introductor, Jean Paul Richter, no s¨®lo acu?¨® el concepto doppelg?nger para referirse a ese segundo yo, sino que cre¨® una galer¨ªa de personajes que sufr¨ªan ¡°un terror enfermizo a contemplar su propia imagen¡±. Su literatura sirve de introducci¨®n a dos cl¨¢sicos de la ¨¦poca, E.T. A. Hoffmann y Edgar Allan Poe, de quien Ib¨¢?ez recupera William Wilson, un relato en el que su protagonista conoce en su juventud a otro William Wilson parecido a ¨¦l, incluso nacido en la misma fecha, y que desaparece y reaparece a lo largo de su vida, hasta que un d¨ªa, durante una fiesta de disfraces, lo ataca y un espejo le devuelve su propio ¡°semblante p¨¢lido y manchado de sangre¡±.
Borges se encontraba a menudo en sus relatos tambi¨¦n con otros Borges. ¡°Bien conocida es su obsesi¨®n con los espejos", que en el fondo est¨¢ relacionada, subraya Ib¨¢?ez, con la obsesi¨®n por la noche y la ceguera, ¡°pero tambi¨¦n con otro tema central en su obra: la obsesi¨®n por ver el propio rostro¡±. En El Aleph, el narrador ve ¡°todos los espejos del planeta¡± y ninguno le reflej¨®, dice. Tl?n, Uqbar, Orbis Tertius arranca tambi¨¦n de modo revelador: ¡°Debo a la conjunci¨®n de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar. El espejo inquietaba el fondo de un corredor¡¡±. Ib¨¢?ez selecciona El espejo de tinta y El espejo y la m¨¢scara, donde los espejos se proyectan con una presencia tambi¨¦n inquietante. La que, por otra parte, tuvieron en la vida de Borges, que en uno de los poemas de El hacedor reconoce: ¡°Hoy, al cabo de tantos y perplejos/ a?os de errar bajo la varia luna,/ me pregunto qu¨¦ azar de la fortuna/ hizo que yo temiera los espejos¡±.
De Oriente a Occidente, de la antig¨¹edad a la modernidad, la literatura recrea espejos capaces de desencadenar los acontecimientos m¨¢s inesperados. Quiz¨¢ por eso Ib¨¢?ez deja para el final el texto de Jurgis Baltru?aitis sobre los espejos ardientes de Arqu¨ªmedes, y que funciona como un ¡°peque?o tratado de ciencia ficci¨®n antigua¡±. ?Existieron en verdad esos espejos? La leyenda aparece recogida por primera vez en el siglo XII, en las Cr¨®nicas de Joannes Zonaras, que relata c¨®mo Arqu¨ªmedes hizo colgar de las murallas de Siracusa espejos de metal que, golpeados por los rayos del sol, quemaban los barcos romanos. En el siglo XVII la literatura cient¨ªfica de Descartes y Mersenne demoli¨® ¡°met¨®dicamente la leyenda¡±, pero cien a?os despu¨¦s, el conde de Buffon, Georges Louis Leclerc, realiz¨® experimentos que demostraban que se pod¨ªa quemar madera a una distancia de 400 pies.
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