Contra el teatro

Sorprende bastante que a Xavier Dolan le costase tanto tiempo ¨Ccinco a?os desde que la actriz Anne Dorval le recomendase la obra- apreciar las virtudes de Solo el fin del mundo, pieza del franc¨¦s Jean-Luc Lagarce escrita en 1990, un lustro antes de su fallecimiento v¨ªctima del sida y de su posterior reivindicaci¨®n como dramaturgo de culto. Sorprende, porque esta historia de un escritor tocado de muerte que regresa al infierno familiar para gestionar su despedida, podr¨ªa aportar verdadero espesor dram¨¢tico al discurso, sostenidamente narcisista, de un cineasta que ha hecho de la confrontaci¨®n de una singularidad hipersensible con su entorno familiar y afectivo su gran tema (y su gran t¨®pico). Desafortunadamente, todas las decisiones que toma Dolan parecen servir m¨¢s para sabotear el texto que para transmitirlo.

Lejos de asumir el estrecho parentesco entre el lenguaje teatral y el cinematogr¨¢fico, el director toma la decisi¨®n de encerrar a todos sus personajes en asfixiantes primeros planos, neutralizando no solo toda noci¨®n de espacio, sino tambi¨¦n la org¨¢nica interacci¨®n entre sus int¨¦rpretes. Dolan nunca decepciona con sus zambullidas en el kitsch musical ¨Caqu¨ª suena Dragostea din tei como fondo musical de un flashback ed¨¦nico-, pero es imposible dejar de interrogarse, a lo largo de todo el metraje, sobre el porqu¨¦ de esa testarudez en dirigir contra un texto y contra un reparto obligado a desgranarlo varios puntos de sobreactuaci¨®n por encima de lo prudente. Solo Marion Cotillard se salva del desastre con un registro en las ant¨ªpodas de su imagen cinematogr¨¢fica.