Ya eres mujer
Aquella noche de Reyes a la que ahora me refiero trajo consigo un regalo inoportuno...
Fue una de aquellas noches de Reyes que pas¨¢bamos en el pueblo. Ya ten¨ªa edad para saber la verdadera naturaleza de los Magos de Oriente, pero viv¨ªa con id¨¦ntica ilusi¨®n la expectativa de lo que me encontrar¨ªa a la ma?ana siguiente. La infancia tarda en irse. A pesar de que sobre los ocho a?os nos enfrentamos a la idea espantosa de la muerte y de que, antes aun, los hermanos mayores nos soplen al o¨ªdo qui¨¦nes son los Reyes, hay una reticencia a abandonar el pensamiento m¨¢gico. La ni?a que acostumbraba a hablar con sus mu?ecos, haciendo de madre, maestra o amiga, raramente abandona esa costumbre y conservar¨¢ en un rinc¨®n discreto de su casa de adulta a esos seres que habr¨¢n de cobrar vida en cuanto est¨¦n en brazos de una criatura que los rescate. Mi hermana mayor sol¨ªa decir de m¨ª que yo dej¨¦ los mu?ecos s¨®lo cuando pude sustituirlos por un ni?o de carne y hueso. Exageraba, para dejarme en evidencia, pero es cierto que ella me hab¨ªa escuchado muchos a?os hablar a solas con mis juguetes, enviciada en el juego hasta el punto de no ser consciente del tiempo y no conocer jam¨¢s el aburrimiento.
Yo esperaba mis regalos, juguetes a¨²n, vinieran de Oriente o de Teruel
Pero aquella noche de Reyes a la que ahora me refiero trajo consigo un regalo inoportuno. Hab¨ªa dormido con mis primos, porque en el pueblo sol¨ªamos dormir los ni?os as¨ª, a ramilletes. La noche se me hab¨ªa llenado de sue?os febriles provocados por un fuerte dolor en el bajo vientre. Me levant¨¦ sudando, a pesar del fr¨ªo, y fui descalza hasta el ba?o pisando aquellas baldosas que en invierno siempre parec¨ªan estar mojadas. Vi entonces esa mancha enorme, de un rojo muy vivo, de un carm¨ªn encendido. De puntillas, para no despertar a nadie, me vest¨ª. Era muy temprano. Cruc¨¦ el pueblo hasta la casa de mi abuelo donde estaba mi madre. Iba cavilando por el camino c¨®mo se dec¨ªa aquello, que yo sab¨ªa por otras ni?as, pero que jam¨¢s me hab¨ªa explicado mi madre. Iba despacio, cabizbaja como si fuera a recibir un castigo, para retrasar ese momento de inexplicable verg¨¹enza. Sab¨ªa, por lo que me hab¨ªan contado, que de la boca de tu madre sal¨ªa la siguiente declaraci¨®n: ¡°Ya eres mujer¡±. La inminencia de esa frase me llenaba de pena, porque yo no quer¨ªa ser una mujer aquella ma?ana. Yo esperaba mis regalos, juguetes a¨²n, vinieran de Oriente o de una jugueter¨ªa de Teruel. Eso me daba igual, no sufr¨ª grandes traumas ante esa verdad que a otros hac¨ªa da?o.
Todo sucedi¨® seg¨²n lo previsto. Verg¨¹enza, una declaraci¨®n de ingreso en la vida adulta que no llegabas a entender pero que te desagradaba y la sensaci¨®n de que poco a poco todos los adultos iban conociendo un asunto que t¨² tratabas de ocultar. Toda esa melancol¨ªa se acabar¨ªa en la vuelta al colegio, gracias a la complicidad con las amigas, con las que a partir de ese momento compartir¨ªas detalles sobre el dolor, el color, la consistencia, la duraci¨®n. Las ni?as habl¨¢bamos y hablan mucho de algo que no aparece casi nunca por escrito, salvo como un asunto ginecol¨®gico.
Me quisieron convencer de que hab¨ªa ingresado en la vida adulta
Hace unos a?os escrib¨ª una novela, Una palabra tuya, en la que una de las protagonistas tiene una rara obsesi¨®n con la sangre del per¨ªodo. La obsesi¨®n tiene su por qu¨¦. Recuerdo una rese?a que una periodista escribi¨® sobre ese libro. Me acusaba de insistir innecesariamente en el asunto. Fue sorprendente que la cr¨ªtica estuviera escrita por una mujer, porque si de algo hemos tenido noticias las lectoras a trav¨¦s de las novelas escritas por hombres era de los cambios que experimentaban los personajes masculinos en sus ¨®rganos genitales. Justo acababa yo de leer por aquellos d¨ªas una novela de Philip Roth en la que daba cuenta hasta del sonido que hac¨ªan los dientes de una jovencita cuando mord¨ªan la erecta polla del protagonista. Me parece estupendo. Es una de las obsesiones de Roth y para eso est¨¢n las novelas, para dar cuenta de las obsesiones de sus creadores, pero me entristeci¨® el hecho de que se considerara como fuera de lugar hablar abiertamente de algo que a las mujeres nos sucede todos los meses durante bastantes a?os en nuestra vida y que la marca: por su periodicidad, por el sobresalto o la alegr¨ªa que pueden conllevar una falta, por su lenta y a veces trabajosa desaparici¨®n.
S¨¦ que extra?ar¨¢ y parecer¨¢ imp¨²dico incluso que traiga este recuerdo aqu¨ª, pero es que cada noche de Reyes, desde el a?o 74, me acuerdo de aquel extra?o regalo que enseguida se har¨ªa familiar. A m¨ª me quisieron convencer de que hab¨ªa ingresado en la vida adulta. En esa parca explicaci¨®n estaba impl¨ªcita, aunque yo no lo entendiera, la idea de que ya pod¨ªas traer hijos al mundo. Yo me resist¨ª, pese a la llegada mensual de la sangre, a dejar de ser ni?a. Esa resistencia marc¨® mi car¨¢cter y s¨¦ que para bien. Espero que la amenazante frase ¡°ya eres mujer¡± haya sido desterrada del cat¨¢logo de consejos maternos. Es mortificante para las ni?as.
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