Las siete maravillas susurran sus viejos secretos
Valerio Manfredi devuelve a la vida en un libro a los grandes monumentos legendarios del mundo antiguo
En estos tiempos de listas es bueno recordar una de las m¨¢s famosas de la humanidad, la madre de todas las listas: las siete maravillas del mundo antiguo. Hubo un tiempo en que nadie que se considerara culto pod¨ªa dejar de enumerarlas, como no pod¨ªa ignorar los doce trabajos de H¨¦rcules o los nombres de las musas. O tempora! De ellas, de las maravillas, esos siete magn¨ªficos del ingenio humano ¡ªcinco edificios y dos estatuas gigantescas¡ª, solo queda una en pie, la Gran Pir¨¢mide, y muy distinta de lo que fue; a las otras seis, el coloso de Rodas, los jardines colgantes de Babilonia, el templo de Artemisa en ?feso (en cuyo interior se veneraba el ¨ªdolo de ¨¦bano de la diosa recubierto de mamas ¡ªo escrotos de toros¡ª), el mausoleo de Halicarnaso, el Zeus de Olimpia y el faro de Alejandr¨ªa las ha barrido, despiadado, el viento de la Historia. Uno de los m¨¢s populares expertos en la antig¨¹edad, el arque¨®logo y escritor Valerio Manfredi, autor de Al¨¦xandros, de Odiseo, y de muchos otros t¨ªtulos de ¨¦xito, nos lleva ahora en su ¨²ltimo libro aparecido en Espa?a, Las maravillas del mundo antiguo (Grijalbo), en un viaje a trav¨¦s de los siglos a visitar esos monumentos en todo su esplendor y a conocer c¨®mo fueron construidos y c¨®mo se disolvieron la mayor¨ªa en el polvo del tiempo.
Tambi¨¦n a descubrir muchos de sus secretos: la enorme estatua crisoelefantina (de oro y marfil) de Zeus que se adoraba en el templo del padre de los dioses en Olimpia ¡ªy en uno de cuyos dedos tall¨® su autor, Fidias, ?una declaraci¨®n de amor a un jovencito!¡ª era en su interior como una falla, una mara?a de tablones ensamblados con cuerdas y brea por la que correteaban los ratones; el coloso de Rodas fue desde el principio un gigante inestable y condenado nacido de los celos de un disc¨ªpulo, Cares de Lindo, por su maestro, Lisipo; lo realmente maravilloso del faro de Alejandr¨ªa estaba no en sus may¨²sculas dimensiones sino en el mecanismo giratorio de su luz y sus espejos, apoteosis de la cat¨®ptrica, la ciencia de la refracci¨®n de la luz; el inmenso templo de Artemisa en ?feso dispon¨ªa de un sistema antis¨ªsmico (el primero del que se tiene noticia en un edificio), consistente en un estrato de carb¨®n troceado y lana de oveja sobre el que se colocaron los cimientos; la tumba del rey Mausolo (de ah¨ª ¡°mausoleo¡±, sin¨®nimo de tumba monumental) constaba de varios ciclos escult¨®ricos asombrosos y la columnata rematada por una pir¨¢mide sobre la que se asentaba una cuadriga en la que estaban representados el m¨¢s bien poco humilde soberano y su reina, Artemisia, parec¨ªa flotar en el cielo; la pir¨¢mide de Keops ¡ªque durante 38 siglos fue el edificio m¨¢s alto del planeta¡ª era, con su deslumbrante revestimiento de piedra calc¨¢rea, much¨ªsimo m¨¢s impresionante que la construcci¨®n que podemos ver ahora. En cuanto a los jardines babilonios, la maravilla ¡°m¨¢s evanescente, la m¨¢s fantasmag¨®rica, in¨²tilmente buscada y perseguida¡±, Manfredi se?ala que su secreto permanece sin resolverse: nadie sabe c¨®mo eran en realidad.
?Por qu¨¦ esta revisitaci¨®n de las maravillas? ¡°Se me ocurri¨® mientras dise?aba un proyecto de restauraci¨®n para el inmenso templo G de Selinunte, en Sicilia¡±, explica el especialista italiano. ¡°Mi proyecto choc¨® con la mentalidad acad¨¦mica que defiende dejar las ruinas como est¨¢n, aunque ello suponga que se vayan degradando hasta desaparecer; eso me hizo reflexionar sobre la suerte de los siete grandes monumentos de la antig¨¹edad¡±. Manfredi apunta que la lista de los siete, que se atribuye a Fil¨®n de Bizancio, es arbitraria y solo una de las que deb¨ªan circular en la ¨¦poca helen¨ªstica. Otras listas podr¨ªan haber incluido m¨¢s o menos maravillas. Pero la que ha prevalecido no deja de tener su coherencia. ¡°Todas esas siete maravillas formaban parte de las grandes civilizaciones que conquist¨® Alejandro Magno, eso es lo que tienen en com¨²n, y el significar todas ellas un desaf¨ªo a lo imposible¡±, recalca el escritor.
Las siete maravillas (haciendo un poco la vista gorda con los jardines, que seguramente desaparecieron antes) coexistieron un periodo breve: del 300 al 227 antes de Cristo, cuando se derrumb¨® el coloso. Manfredi subraya que se las seleccion¨® por lo que ten¨ªan de desaf¨ªo a la naturaleza, de retos tecnol¨®gicos en una ¨¦poca, la helen¨ªstica, que valoraba la capacidad del ser humano de realizar cosas verdaderamente grandiosas. En ese sentido la lista es heredera del esp¨ªritu que anim¨® el Museo y la Biblioteca de Alejandr¨ªa, de ¡°una edad fant¨¢stica, incre¨ªble, osada¡±, y de ¡°una civilizaci¨®n que cre¨® la conciencia de que no hay nada imposible¡±. De ah¨ª, dice, venimos nosotros y nuestras nuevas maravillas modernas: los rascacielos m¨¢s altos, los puentes m¨¢s vertiginosos, los t¨²neles m¨¢s largos.
A Manfredi no le sorprende que en la vieja lista no est¨¦, por ejemplo, el Parten¨®n. ¡°Es un edificio de una perfecci¨®n absoluta, pero lo que iba a la lista era lo imposible. El Zeus, del tama?o de una casa de cuatro pisos, es imposible, lo es el coloso de Rodas con sus 33 metros y dedos que no pod¨ªa abrazar un hombre corpulento, el bosque de columnas de 18 metros del templo de Artemisa, la Gran Pir¨¢mide¡¡±. Manfredi (no en balde Valerio Massimo) tiene los arrestos de a?adir a la lista una octava maravilla, de su cosecha, la tumba de Ant¨ªoco I de Comagene (descendiente de Alejandro y de Dar¨ªo I), por la que tiene un flaco. ¡°Es un divertimento, un juego, me lo pidi¨® el editor. Esa construcci¨®n en Anatolia que emplea toda una monta?a, el monte Nemrut, cuya sombra pod¨ªa cubrir todo el reino era sin duda alguna, nadie que la conozca me lo negar¨¢, una maravilla¡±.
En la desaparici¨®n de parte de las viejas maravillas paganas jug¨® un papel destructor nuestra civilizaci¨®n cristiana, de manera muy similar, recuerda Manfredi, a la de la feroz iconoclastia del ISIS que tanto nos indigna.
Qu¨¦ fue de ellas
Los jardines colgantes. Ni rastro.
El mausoleo de Halicarnaso. Elementos reutilizados en construcciones posteriores. Algunos fragmentos en el British Museum de Londres.
El coloso de Rodas. No queda ¡°nada de nada¡±. Los restos del gran bronce los compr¨® al peso un comerciante de Edesa y los fundi¨®. Hace unos a?os salt¨® la noticia de que hab¨ªa aparecido un pu?o bajo el agua: era una roca ara?ada por una draga.
El Zeus de Olimpia. Desaparecido completamente. Seg¨²n alguna fuente sobrevivi¨® hasta el siglo V en Constantinopla. Que estuviera revestido de oro y marfil lo hac¨ªa especialmente proclive al reciclaje.
El faro de Alejandr¨ªa. Restos desperdigados en el mar donde se precipit¨® por un terremoto. Algunos elementos han sido recuperados.
El templo de Artemisa. Destruido. Trozos en el British Museum.
La Gran Pir¨¢mide. Ah¨ª est¨¢, viendo pasar el tiempo (que, es sabido, la teme). Sin su piel resplandeciente pero impresionante todav¨ªa. La ¨²nica maravilla que sobrevive.
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