G¨®tico franquiciado

En el momento en que aquello que, d¨¦cadas atr¨¢s, se hubiese denominado, simplemente, una pel¨ªcula de serie B empez¨® a ordenarse bajo el t¨¦rmino, de uso y abuso neoliberal, de franquicia, el placer y la imaginaci¨®n que defin¨ªan esa vieja identidad empez¨® a irse por el desag¨¹e. Si a este cr¨ªtico, que se form¨® en los cines de barrio antes de pisar las filmotecas, alguien le hubiese contado que en el futuro iba a existir una longeva serie de pel¨ªculas, presidida por una hero¨ªna forrada en cuero negro, en torno a las luchas de poder entre clanes licantr¨®picos y vamp¨ªricos y que dicha saga no iba a suscitarle ni el menor inter¨¦s le hubiese costado creerlo. Y eso es, sin ir m¨¢s lejos, la saga o franquicia Underworld, que, inaugurada en 2003, llega con Underworld: guerras de sangre a su quinta entrega, tras haber recorrido los forzados tr¨¢mites de la precuela: material de serie B devaluado a metralla con est¨¦tica de videojuego, ejecutada de manera mec¨¢nica, sin atisbo de alegr¨ªa ni impulso dionis¨ªaco.

Si sorprende que, a estas alturas, una actriz como Kate Beckinsale a¨²n no se haya hartado de un personaje tan plano y vanamente atormentado como el de la vampira Selene, no llama menos la atenci¨®n que Charles Dance no solo reincida tras Underworld: el despertar (2012), sino que sea capaz de desgranar su texto con la autoridad de quien encabeza un montaje de Ricardo III en el National. Cine de g¨¦nero que imposta trascendencia y reprime placer.