Jardiel, como est¨¢ mandado
'Un escritor de ida y vuelta' brilla en la cartelera teatral madrile?a
Qu¨¦ carrer¨®n hubiera podido hacer Jardiel en Broadway. Mano a mano con George S. Kaufman, por ejemplo. El t¨¢ndem Kaufman & Hart era de a¨²pa, pero Kaufman & Jardiel¡ ?Ah, escribir a cuatro manos Un marido de ida y vuelta, y Cuatro corazones y Elo¨ªsa! Jardiel le hubiera dado a Kaufman m¨¢s ingenio c¨®mico, m¨¢s velocidad, m¨¢s locura imaginativa, y Kaufman, a cambio, m¨¢s estructura, m¨¢s concreci¨®n, menos retru¨¦canos. Ese perfume de comedia americana sofisticada y majareta, esa ligereza de curva art d¨¦co ya se advert¨ªa en Un marido de ida y vuelta, que Ernesto Caballero ha bordado en el Mar¨ªa Guerrero bajo el t¨ªtulo de Jardiel, un escritor de ida y vuelta. Hac¨ªa mucho tiempo que no ve¨ªa un texto jardielesco tan bien interpretado. Cosa nada f¨¢cil, porque la tradici¨®n se ha perdido, y esa m¨²sica requiere o¨ªdo, intuici¨®n y entrenamiento: saber colocar a toda mecha sin dejar de ser natural, sin perder la toma de tierra, y moverse en escena a paso de danza. Pero Caballero ha pillado el tono, y el reparto es una conjuntad¨ªsima torrentera de gracia y talento.
El montaje parte de una idea estupenda. Arranca con 1950, devastador poema de Jardiel, ya con un pie en la fosa, y junta al espectro del dramaturgo (Jacobo Dicenta) con Elo¨ªsa (Luc¨ªa Quintana), la criatura que no lleg¨® a pisar escena. Una idea que pide desarrollo, aunque, quiz¨¢s por miedo a una funci¨®n muy larga, muta en pirueta para que autor y personaje se conviertan en Pepe y Leticia, los protagonistas de Un marido de ida y vuelta. Me saco de encima dos pegas para pasar cuanto antes a lo ¨®ptimo, que es todo lo dem¨¢s. El decorado de Paco Azor¨ªn es precioso (no se lo desvelo, ya lo ver¨¢n), pero dir¨ªa que no tiene una gran utilidad pr¨¢ctica. Y me sobra uno de los a?adidos did¨¢cticos, entre acto y acto, donde los actores vienen a preguntarle a Jardiel si era facha, y el espectro da largas cambiadas porque Caballero mira un poco hacia otro lado. Yo creo que no hace falta que al autor le canten la ca?a ni que le salven la vida, y menos en cinco minutos: el amigo era como era. Y qu¨¦ le vamos a hacer: la crema del humor espa?ol brotada en los a?os treinta (Mihura, Tono, Neville, L¨®pez Rubio) era bastante de derechas. Eso se cuenta en un dosier y listo.
Hac¨ªa mucho tiempo que no ve¨ªa un texto jardielesco tan bien interpretado. Cosa nada f¨¢cil, porque la tradici¨®n se ha perdido
Vamos con el repartazo, que para empezar gasta un vestuario fin¨ªsimo de Juan Sebasti¨¢n Dom¨ªnguez. Leticia es un personaje complicado: hemos de entender que Pepe no la aguante y que la adore al mismo tiempo. Luc¨ªa Quintana, que ya estaba esplendorosa en la Maribel dirigida por Vera, aqu¨ª es puro champ¨¢n y gloria bendita, y lo sirve como una mezcla entre Amparo Rivelles en Deliciosamente tontos y Conchita Montes en La vida en un hilo. ?Seguimos con las herencias felices? Jacobo Dicenta, regio en la Angelina de P¨¦rez de la Fuente, tiene la vena melanc¨®lica de Fern¨¢n-G¨®mez, y una prosodia fenomenal. La pincelada de ¡°?qu¨¦ hiciste en la guerra, papi?¡± le queda un poco sombrona, l¨¢stima, y el subrayado musical no ayuda. Comparaci¨®n de actualidad: ver a Paco Ochoa, el simpatiqu¨ªsimo y luego agobiado Yepes, y pensar en Hugh Laurie (lo he dicho m¨¢s de una vez) es para m¨ª instant¨¢neo. Volviendo a la tradici¨®n: echen un chorro de Jos¨¦ Orjas, un trasluz de Joaqu¨ªn Roa, y el salero acrisolado en sus trabajos con Sanzol, y les sale el impecable mayordomo El¨ªas de Paco D¨¦niz. Y qu¨¦ buena la zumba bitchy de Carmen Guti¨¦rrez como Gracia, y la pimienta de Macarena Sanz, mitad Guadita mitad Gracita, como Cristina. Y la soberbia idea de repartirle el rol de Etelvina a Paloma Paso Jardiel, que tiene dos escenas pero las clava, frase a frase, en la mejor l¨ªnea de Mari Carmen Prendes. Y el punto F¨¦lix Dafauce de Juan Carlos Talavera como el gafe D¨ªaz. Y Chema Adeva, que ya fue el doctor Templado a las ¨®rdenes de Caballero en El laberinto m¨¢gico y aqu¨ª repite galeno, el temible Ans¨²rez. Y Sigerico, el ni?o g¨®tico de Luis Flor, vestido como don Mendo. Y las maravillosas criadas: Damiana (Raquel Cordero), Amelia (Pepa Zaragoza) y Felisa (Cayetana Recio). Y Felipe Andr¨¦s, en el breve pero jugoso papel del jardinero Filalicio.
El primer acto, imparable, es una joya de invenci¨®n y di¨¢logos chispeantes. Lo que sucede en el segundo (el slapstick fantasmal) lo hemos visto ya muchas veces, pero en 1939 ten¨ªa que ser una novedad rotunda. El tercero arranca con quinteto tronchante (el liazo de lo fr¨ªo y lo caliente), puro diamante absurdo, y luego se pone algo discursivo: Jardiel escrib¨ªa para el p¨²blico del porvenir, pero no pod¨ªa perder al que hab¨ªa, y a veces recalentaba un poco la sopa. El final tiene algo de ¡°a ver c¨®mo acabo esto¡±, pero en mitad est¨¢ la escena servida de Etelvina, para que se luzca una gran caracter¨ªstica. Y el equilibrio entre la misoginia y la fascinaci¨®n por la mujer, y ese fondo de tristeza que casi siempre te dejan, tras el deslumbre y la espuma, las grandes comedias del maestro. ?Para cu¨¢ndo Cuatro corazones con esta misma compa?¨ªa?
Jardiel, un escritor de ida y vuelta. Sobre Un marido de ida y vuelta, de Jardiel Poncela. Teatro Mar¨ªa Guerrero (Madrid). Director: Ernesto Caballero. Int¨¦rpretes: Luc¨ªa Quintana, Jacobo Dicenta, Paco Ochoa, Paco D¨¦niz y otros. Hasta el 12 de febrero.
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