Del miedo a Trump
Denostar al activista de los derechos civiles John Lewis supone una regresi¨®n al pasado
Los que no somos creyentes tambi¨¦n tenemos cosas sagradas. Un pa¨ªs, en su conjunto, deber¨ªa tener cosas sagradas. En Espa?a hemos reducido lo sagrado a lo religioso y as¨ª nos va. S¨®lo los cat¨®licos practicantes tienen figuras en las que creer y a las que respetar de manera indiscutible, pero en la vida civil, en nuestro pa¨ªs, no hay causa o personaje que no corra el peligro de ser pisoteado. Por unos o por otros. Ni la muerte permite descansar a gusto. Yo admiraba de los Estados Unidos el que a pesar de tantas cosas que se me antojan salvajes, la pena de muerte, la tenencia libre de armas, la justicia de pago o la abusiva pol¨ªtica imperial, hab¨ªa ciertos l¨ªderes del activismo que el tiempo hab¨ªa convertido en figuras ic¨®nicas, indiscutibles. O discutibles pero colectivamente homenajeadas. John Lewis, luchador por los derechos civiles, joven compa?ero de Martin Luther King, es una de esas personas que representan lo mejor del pa¨ªs. Hace muy poco, le¨ª una novela gr¨¢fica en tres tomos, "March", basada en su vida, que el artista Nate Powell y el guionista Andrew Aydin pasaron a dibujo y di¨¢logo. La vida de Lewis es heroica. No es el integrante m¨¢s conocido de la marcha por los derechos civiles, porque su car¨¢cter humilde y generoso lo llevaba a quedarse siempre un paso por detr¨¢s, pero hoy, este hombre criado en la pobreza, que fue tomando conciencia de su postergaci¨®n gracias a una inteligencia natural y a un precoz sentido de la justicia, ha llegado a ser congresista por el estado de Georgia, este viejo bueno pero implacable defensor de los derechos humanos es un ejemplo de superaci¨®n en las escuelas.
Y s¨ª, John Lewis era uno de esos personajes sagrados a los que me refiero. Cuando concedieron el a?o pasado el National Book Award a esta pedag¨®gica trilog¨ªa que a trav¨¦s de una vida concreta narra una lucha colectiva, al congresista dem¨®crata se le saltaron las l¨¢grimas. Habl¨® de cuando no le permit¨ªan entrar en la biblioteca p¨²blica, a ¨¦l, al estudiante negro que amaba los libros. En el primer tomo, aparece el Lewis ni?o en la granja de pollos de sus padres. De pronto, descubri¨® una biblia, el ¨²nico libro al que tuvo acceso, y comenz¨® a predicar a los pollos y a los pavos. Lleg¨® a tenerles tanto afecto que comenz¨® a mirar con rencor a sus padres cuando se com¨ªan uno en el d¨ªa de acci¨®n de gracias. Gracias a un viaje hacia el norte que hizo con su t¨ªo en la adolescencia, John comenz¨® a respirar otros aires, y a percibir el miedo, la postergaci¨®n, la injusticia en los que se hab¨ªa criado. Las tres novelas est¨¢n unidas por un momento hist¨®rico, el d¨ªa de la toma de posesi¨®n del presidente Obama en 2008: Lewis se est¨¢ preparando para asistir a la ceremonia de inauguraci¨®n del primer presidente negro de su pa¨ªs y recibe la visita de tres ni?os a los que les va contando su vida. Debiera traducirse este c¨®mic monumental que narra de manera cristalina el padecimiento de los negros contra la segregaci¨®n.
Yo cre¨ªa, digo, que John Lewis era una especie de instituci¨®n andante. Un anciano al que nadie se atrever¨ªa a faltar el respeto, porque su figura moral re¨²ne a los que dieron su vida por la construcci¨®n de un pa¨ªs m¨¢s justo. Qu¨¦ ilusa. El tipo que es ya presidente de los Estados Unidos descalific¨® al viejo activista. La raz¨®n fue que Lewis declar¨® p¨²blicamente que no asistir¨ªa a la ceremonia de Trump, dado que consideraba que no hab¨ªa alcanzado la victoria de manera leg¨ªtima. John Lewis, como todos los que caminaron en la Marcha de Selma a Montgomery, se curtieron diciendo lo que pensaban, plant¨¢ndole cara al miedo y a la brutalidad del blanco racista. En su juventud lo pag¨® con la c¨¢rcel y con las palizas de que fue v¨ªctima. ?Qui¨¦n le puede decir ahora a Lewis que ha de callarse porque un millonario sin escr¨²pulos y abusivo ha alcanzado el puesto de m¨¢ximo representatividad en su pa¨ªs? A su edad y con su biograf¨ªa el miedo ya no te calla la boca. Y Lewis habl¨®, dijo, no, no estar¨¦ all¨ª para refrendar con mi presencia el mandato de quien le negaba legitimidad a Obama. Donald Trump le respondi¨®, como suele. Tiene tiempo para denostar a cualquiera en 140 caracteres. Le llam¨® charlat¨¢n. A Lewis. Le dijo, oc¨²pese de su estado (Georgia), que lo tiene infestado de criminales.
?Qu¨¦ ocurre cuando traspasamos los l¨ªmites de lo sagrado? De lo sagrado entendido como lo admirable, lo respetable, lo ejemplar. Ocurre que, como dijo Meryl Streep, se valida el derecho a que los dem¨¢s lo hagan. Pero no creo, en cambio, que las principales v¨ªctimas de esta ¨¦poca brutal est¨¦n en Hollywood. No son los a?os 50. Las v¨ªctimas estar¨¢n entre los m¨¢s desamparados. Entre esos ni?os de hoy que se parecen al ni?o que fue John Lewis. Y es que estamos regresando al pasado. Habr¨¢ que preguntarle al viejo Lewis qu¨¦ hacer para no tener miedo.
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