Mike Oldfield, el eterno juego del autoplagio
El nuevo ¨¢lbum del m¨²sico recibe una calificaci¨®n de 6,5 sobre 10
Mike Oldfield es un compositor ¨²nico en diversos aspectos, pero tambi¨¦n a la hora de dilapidar su legado. Autor, con apenas 20 a?os, de Tubular bells (1973), una de las obras m¨¢s admiradas e influyentes del siglo pasado, ha malbaratado su propia herencia con una pesada sucesi¨®n de secuelas, segundas y terceras partes y prolongaciones varias que, lejos de redimensionar un t¨ªtulo tan emblem¨¢tico, solo sirvieron para distorsionarlo.
Por eso mismo, el anuncio de que su regreso a la actualidad discogr¨¢fica llevar¨ªa por t¨ªtulo Return to Ommadawn, te¨®rica continuaci¨®n de su encantador tercer ¨¢lbum (Ommadawn, 1975) y debilidad absoluta para millones de seguidores, desat¨® una considerable riada de escepticismo. Habr¨¢ que decirlo ya, para situarnos pronto: el nuevo Oldfield de 2017 es cualquier cosa menos nuevo, pero su reaparici¨®n es bastante m¨¢s interesante de lo que podr¨ªan sugerir todos los augurios.
Return to Ommadawn
Sello: Virgin / Universal
Calificaci¨®n: 6,5 sobre 10
Return to Ommadawn se plantea como una actualizada combinaci¨®n de elementos que resultar¨¢n muy familiares entre los m¨¢s fieles, esos que Oldfield a¨²n conserva pese a los largu¨ªsimos a?os en que la inspiraci¨®n le ha sido esquiva. Contra pron¨®stico, estos 42 minutos se disfrutan m¨¢s como reinvenci¨®n que como refrito. Y lo pintoresco del caso es que el te¨®rico segundo Ommadawn no evoca de entrada a su hermano mayor. Los 80 segundos de la introducci¨®n inaugural son un evidente trasunto de Hergest ridge (1974), disco vapuleado en su ¨¦poca que hoy se puede disfrutar como un antecedente muy apreciable de la new age m¨¢s pastoral y leg¨ªtima.
No es el ¨²nico, digamos, homenaje en primera persona. En este eterno juego del autoplagio en el que el guitarrista y multiinstrumentista de Reading (Inglaterra) parece tan c¨®modo, el pasaje, de lejos, m¨¢s hermoso en el nuevo ¨¢lbum es un desarrollo que surge a partir del minuto 10 de la primera parte. Podr¨ªa parecer novedoso, pero en realidad toma prestado casi al dedillo un obstinato de piano que el oyente podr¨¢ localizar en la cara A de Tubular bells. Son las cosas inherentes, suponemos, al universo oldfieldiano, el de un genio precoz y cortocircuitado para siempre por las dimensiones de su inmensa trilog¨ªa inaugural.
Los cr¨ªticos pueden hoy ridiculizar al brit¨¢nico como una vieja gloria ajena a nuestros d¨ªas, un m¨²sico anta?o grande que ahora vive recluido en Nas¨¢u (Bahamas) con la piel cuarteada por el salitre y una horrorosa colecci¨®n de camisas hawaianas. Todo ello es cierto, igual que hasta la portada de Return to Ommadawn parece una baratija de literatura fant¨¢stica juvenil. Pero en la m¨¢s estricta soledad, rodeado solo por un peque?o arsenal de 21 instrumentos, este hombre de 63 a?os ha sido capaz de volver a grabar algunos fragmentos ciertamente bellos. De marcada preponderancia ac¨²stica, sobre todo en la casi pastoral segunda mitad. Y los m¨¢s interesantes, junto a Music of the spheres (2008), desde aquel Amarok que en 1990 constituy¨® su postrera obra maestra.
Es curioso que las percusiones africanas sirvan como nexo entre Ommadawn, Amarok y, ahora, Return to Ommadawn. Tambi¨¦n se ha mencionado como detalle luctuoso que el Ommadawn original estuvo marcado por el fallecimiento de la madre del autor y esta secuela por el de uno de sus hijos. No sabemos en qu¨¦ medida el dolor habr¨¢ servido como espoleta creativa. En cambio, s¨ª parece claro que este Oldfield huidizo y eremita, que no ha querido acompa?arse por nadie en el estudio, a¨²n conserva algo de m¨²sica entre sus dedos.
Babelia
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