Modestias
Suele olvidarse es que, adem¨¢s de un muy demandado solista barroco, Mena es un excepcional int¨¦rprete del repertorio medieval
En un mundo de egos desatados, el ¨²ltimo recital del Ciclo de Lied del Teatro de la Zarzuela nos ha permitido ser testigos de un derroche inusual de modestia a uno y otro lado del escenario. Tal como sucedi¨® hace pocos meses con Mar¨ªa Espada, a ¨¦l llegaba de nuevo un cantante espa?ol, una rareza necesaria en sus 23 ediciones. Y, al igual que la soprano emeritense, el contratenor Carlos Mena se ha labrado un nombre en el mundo de la m¨²sica antigua, pero el hecho de que visite este ciclo ya por tercera vez, y de que la sala presentase una excelent¨ªsima entrada, da fe de su af¨¢n por no circunscribirse ¨²nicamente a ese repertorio, sino buscar tambi¨¦n otros cauces expresivos y estil¨ªsticos, para los que ha encontrado un p¨²blico receptivo. Y lo que suele olvidarse es que, adem¨¢s de un muy demandado solista barroco, Mena ha sido y es un excepcional int¨¦rprete del repertorio medieval, por ejemplo en la Messe de Nostre Dame de Machaut (con su maestro en la Schola Cantorum de Basilea, Dominique Vellard) o en la m¨²sica delicadamente compleja de los virelais, rondeaus y ballades del Ars Nova (con Kees Boeke).
Canciones de Britten, Schubert e Iglesias. Carlos Mena (contratenor) y Susana Garc¨ªa de Salazar (piano). Teatro de la Zarzuela, 30 de enero.
Aqu¨ª trajo partituras muy diferentes en su equipaje: Britten y Schubert en la primera parte y tres canciones de Alberto Iglesias en la segunda. El primer emparejamiento es casi natural, ya que el compositor ingl¨¦s fue no solo un admirador incondicional del austriaco, sino tambi¨¦n un mod¨¦lico int¨¦rprete de sus canciones y obras para piano. A su vez, fue uno de los pioneros en escribir para la voz de contratenor en el siglo XX, aunque ninguna de las canciones que ha tra¨ªdo Mena a Madrid fueron escritas espec¨ªficamente para su cuerda: tres extra¨ªdas de la m¨²sica incidental para The way to the tomb, toda una rareza, y cinco de sus famosos arreglos de canciones folcl¨®ricas inglesas, cuyo acompa?amiento pian¨ªstico, sobrio y en permanente metamorfosis, revela por s¨ª solo la magnitud del genio de Britten. O Waly, Waly, que puso fin a la selecci¨®n, fue utilizada, por ejemplo, por Terence Davies al final de su pel¨ªcula Distant Voices de un modo inolvidable para todo el que la haya visto.
Sin embargo, las piezas de uno y otro sonaron en general mon¨®tonas, indiferenciadas entre s¨ª, muy bien cantadas en el aspecto t¨¦cnico (extraordinarios algunos reguladores en las notas largas), pero con poco vuelo expresivo. A poco de empezar Meeres Stille, una canci¨®n en la que Schubert describe magistralmente con m¨²sica la quietud y el silencio, son¨® una intempestiva alarma, que oblig¨® a recomenzar. Lejos de su zona natural de confort (en el registro grave, las notas se vuelven incoloras, o con un color menos n¨ªtido y una afinaci¨®n menos rotunda), el vitoriano se sinti¨® mucho m¨¢s a gusto en An den Mond, pero luego en Wandrers Nachtlied volvieron a faltar poso y trascendencia. La t¨¦cnica complet¨ªsima, la excelente dicci¨®n alemana y el fraseo cuidadosamente perfilado estaban ah¨ª, pero instilaban poca emoci¨®n al escucharse, quiz¨¢ por exceso de c¨¢lculo, o por carencia de riesgo.
Lo mejor de la segunda parte, y de todo el concierto, lleg¨® en una de las tres Chansons l¨¦g¨¨res de Alberto Iglesias a partir de un poema de Wallace Stevens. Los otros textos ?de Ren¨¦ Char, lo que remite de inmediato a Pierre Boulez, y de Pier Paolo Pasolini? parecen prestarse mucho peor a un tratamiento musical, e Iglesias hace que avancen no de manera lineal, sino con constantes idas y venidas. Lo mismo sucede en The poem that took the place of a mountain, pero aqu¨ª la m¨²sica captura a las mil maravillas el esp¨ªritu de los versos en medio de notables exigencias al cantante, con saltos interv¨¢licos nada f¨¢ciles y un final impactante que Mena cant¨® y escenific¨® a la perfecci¨®n. Concluido el tr¨ªptico, Iglesias salud¨® discreta y fugazmente desde su butaca, sin subir al escenario, como suele ser la norma.
Susana Garc¨ªa de Salazar acompa?¨® con gran musicalidad en todo momento, pero su modestia y comedimiento, quiz¨¢s excesivos, se tradujeron en que el piano quedaba relegado a menudo a un segundo plano, casi agazapado. Su actitud (permaneciendo en el escenario reorganizando sus partituras mientras Mena acud¨ªa entre bastidores durante los aplausos) indicaba tambi¨¦n que quer¨ªa rehuir todo protagonismo. Fuera de programa, ambos interpretaron Orpheus with his lute, de Ralph Vaughan Williams, una magn¨ªfica elecci¨®n, aunque para entonces la voz de Mena sonaba ya muy fatigada, algo m¨¢s que comprensible despu¨¦s de haber sorteado un programa con semejantes retos. Para cerrar el c¨ªrculo, tambi¨¦n ¨¦l fue modesto y discreto recogiendo los justos y generosos aplausos finales.
Babelia
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