Ficci¨®n del s¨¢bado noche
En origen, 'Saturday night fever' era una mentira period¨ªstica

?Afinen los falsetes! Aprovechando que se cumplen los 40 a?os de Saturday nigh fever, ma?ana celebran en Los ?ngeles un homenaje estelar a los Bee Gees, como colof¨®n de los actos de los premios Grammy. Qu¨¦ menos: la banda sonora de la pel¨ªcula se convirti¨® en uno de los mayores bombazos en los anales de la industria discogr¨¢fica; supuso la cumbre de aquellos a?os de abundancia que trajo la disco music.
Otro asunto es que debamos otorgar a Fiebre del s¨¢bado noche categor¨ªa de documento antropol¨®gico, tal como se ha escuchado estos d¨ªas. Que se sepa: en origen, fue una trola. Pura ficci¨®n disimulada como periodismo. Aquellos personajes, italianos de Brooklyn fascinados por la m¨²sica afroamericana, no exist¨ªan tal como se les retrataba. Para ser exactos: eran trasposiciones de mods ingleses que el autor hab¨ªa conocido en los a?os sesenta.

El autor se hac¨ªa llamar Nik (a veces, Nick) Cohn. Un periodista brit¨¢nico-irland¨¦s muy combustible: hab¨ªa escrito en 1969 una de las primeras historias del pop, audazmente titulada Awopbopaloobop alopbamboom, en honor de Little Richard. Un libro tan apasionante como cerril, que hizo maravillas por la reputaci¨®n de Cohn. Estrictamente hablando, no pertenec¨ªa a la tribu de los plumillas musicales; aspiraba a las libertades de los espadachines del Nuevo Periodismo, que pod¨ªan dedicar meses a la elaboraci¨®n de un reportaje.
A mediados de los setenta, Cohn se instal¨® en Manhattan, ejerciendo de colaborador para la revista New York. Siempre con fino olfato, convenci¨® al director, Clay Felker, para que le dejara escribir sobre la disco music, unos ritmos mayormente an¨®nimos que hab¨ªan tomado por asalto las pistas de baile. As¨ª fue como Cohn se acerc¨® una noche a la discoteca 2001 Odyssey, en Brooklyn. Pero se top¨® con una pelea en la acera y no se atrevi¨® a entrar.
Muchos a?os despu¨¦s, confesar¨ªa que se sent¨ªa como pez fuera del agua y que su fuerte nunca fue el acercarse a hurgar en las vidas de desconocidos. As¨ª que se invent¨® todo -los personajes, sus circunstancias, sus fines de semana, sus aspiraciones- a partir de los recuerdos de su etapa como mod londinense. Y se insert¨® en la narraci¨®n como ¡°el hombre del traje¡±. Asegura que volvi¨® al barrio de d¨ªa, para buscar detalles ambientales. Entr¨® al 2001 Odyssey en compa?¨ªa del ilustrador James McMullan: el director de arte de New York, el gran Milton Glaser, no se conformaba con usar fotos.
Hoy, el texto no hubiera pasado el m¨ªnimo filtro de los fact checkers pero hablamos de tiempos de dura competencia entre el venerable The New Yorker y el aspirante New York. Se public¨® en junio de 1976, como ¡°Tribal rites of the new saturday night¡±. La combinaci¨®n de la fantas¨ªa de Cohn y la percepci¨®n psicol¨®gica de McMullan logr¨® conjurar una imagen v¨ªvida de lo que ocurr¨ªa en las discotecas proletarias. Fuera verdad po¨¦tica o mentira podrida, el productor Robert Stigwood compr¨® inmediatamente los derechos del reportaje. Hombre del negocio musical, sab¨ªa que la disco era un fen¨®meno social. Stigwood funcionaba adem¨¢s como representante de los Bee Gees, que hab¨ªan girado del pop barroco a una variedad accesible del funk.
Y lo dem¨¢s, podemos atribuirlo a ese fantasma que llamamos ¡°magia del cine¡±. Empezando por el gui¨®n de Norman Wexler, experto en dramas urbanos, que engord¨® la an¨¦cdota con conflictos familiares, agresiones sexuales, un concurso de baile, un suicidio y la redenci¨®n final. M¨¢s la maquinaria de Hollywood, que sum¨® a un gran core¨®grafo, cambi¨® nombres, seleccion¨® localizaciones y puso carne italoamericana en los espejismos de Cohn. Todo filmado con br¨ªo por un director casi novel, John Badham.
Dicen que no hay obra buena sin castigo ni pecado sin recompensa. Repentinamente enriquecido, Nik Cohn se sumergi¨® en la vida loca. En 1983, sali¨® de nuevo en los peri¨®dicos, acusado de formar parte de un grupo de aspirantes a narcos que pretend¨ªan importar grandes cantidades de hero¨ªna y coca¨ªna. Esta vez tampoco le fall¨® la ¡°creatividad¡±: tras tejer un cuento convincente, se libr¨® con una multa y cinco a?os en libertad condicional.
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