Monteverdi desencadenado
Pablo Heras-Casado dirige la variopinta sucesi¨®n de piezas de la 'Selva morale e spirituale'
Claudio Monteverdi: Selva morale e spirituale. Coro, Solistas y Ensemble Balthasar Neumann. Director: Pablo Heras-Casado.
Auditorio Nacional, 12 de febrero.
Al viejo Monteverdi le gustaban los t¨ªtulos bimembres. Los madrigales de su octavo libro son "guerreros y amorosos". Y el florilegio en que compendi¨® al final de su vida lo mejor de sus tres d¨¦cadas como principal responsable musical de la bas¨ªlica de San Marcos de Venecia, o como "Maestro di Capella della Serenissima Repvblica di Venetia", como se lee en la dedicatoria a Eleonora Gonzaga, son piezas "morales y espirituales": la conjunci¨®n s¨ª importa. Esta duplicidad es, tambi¨¦n, un reflejo de su propia personalidad, porque Monteverdi fue el perfecto m¨²sico bisagra entre dos ¨¦pocas, tan portentoso en el ¨¢mbito sacro como en el profano, en la iglesia como en el teatro o la corte, en la prima y en la seconda pratica, en las obras a solo y a varias voces, concertadas y sin instrumentos, en remozar lo antiguo y aventurar lo nuevo, en crear s¨ªntesis perfectas a partir de elementos aparentemente antit¨¦ticos.
Se avecina estos pr¨®ximos meses en todo el mundo, con motivo del 450? aniversario de su nacimiento, un venturoso vendaval de conciertos y representaciones oper¨ªsticas dedicadas al cremon¨¦s, uno de los compositores m¨¢s irreductiblemente geniales de la historia musical occidental. En la que se anuncia como la primera de dos entregas, Pablo Heras-Casado ha presentado una selecci¨®n desordenada (con respecto a la secuencia editorial original y a su propia l¨®gica interna), pero congruente con el marco puramente concert¨ªstico en que se ofrec¨ªa, de la variopinta sucesi¨®n de piezas que integran la Selva morale e spirituale (1641), la ¨²ltima gran edici¨®n aparecida en vida de Monteverdi.
Como p¨®rtico y cierre, Heras-Casado situ¨® dos obras sustanciales a ocho voces, un Dixit Dominus y un Magnificat, el segundo mucho mejor interpretado que el primero, en consonancia con un concierto que progres¨® con una clara l¨ªnea ascendente. Al principio, las obras sonaron con una inc¨®moda rigidez, fr¨ªas y casi demasiado dirigidas (incluso en las piezas a solo, que poca direcci¨®n requieren), hasta que empez¨® a remontarse el vuelo en un Salve Regina que confirm¨® lo que ven¨ªa percibi¨¦ndose desde el principio: que las voces masculinas del Coro Balthasar Neumann superaban abiertamente en calidad, idoneidad estil¨ªstica y personalidad a las femeninas. Y el ¨²ltimo sustantivo no es gratuito, porque una carencia recurrente de gran parte del concierto fue que los solistas cantaban con esmero y disciplina, como buenos coristas, pero sin fantas¨ªa, como los solistas que la m¨²sica les reclama ser. Y el int¨¦rprete tambi¨¦n tiene que poner de su parte para que la milagrosa fusi¨®n de m¨²sica y texto que opera Monteverdi libere toda su carga emocional, porque el italiano fue un maestro no solo traduciendo emociones, sino instal¨¢ndolas en sus oyentes.
Los instrumentistas sonaron siempre como un bloque compacto, aunque los cuatro trombonistas y toda la secci¨®n del continuo (Margret K?ll al arpa y los dos tiorbistas protagonizaron los mejores chispazos de creatividad individual) son merecedores de una menci¨®n especial. El coro dio lo mejor de s¨ª cuando cant¨® como tal, es decir, en el Credo de la arcaizante Misa polif¨®nica que Heras-Casado decidi¨® deslindar en dos partes, para reforzar el contraste con las tres modernas secciones adicionales que Monteverdi someti¨® a un tratamiento concertante y que el granadino intercal¨® entre una y otra, una idea m¨¢s interesante sobre el papel que en la pr¨¢ctica, donde escucharlos de manera contigua habr¨ªa resultado tan o m¨¢s ilustrativo y no nos habr¨ªa privado de 42 compases de la Messa da capella.
El segundo Salve Regina, que se abre con una lecci¨®n magistral de c¨®mo conmover por medio de un sencillo canon a dos voces, fue el otro gran momento del concierto, coronado por el ya mencionado Magnificat, en el que, como en otras piezas, se ech¨® en falta una utilizaci¨®n m¨¢s imaginativa del ampl¨ªsimo espacio que ofrecen el escenario y las galer¨ªas cercanas de la Sala Sinf¨®nica del Auditorio Nacional. A falta de la deseable iglesia, haberse valido realmente de cori spezzati, separados y enfrentados, en la mejor tradici¨®n veneciana, o jugar con la distinta ubicaci¨®n de solistas e instrumentistas, habr¨ªa resultado no s¨®lo m¨¢s atractivo visualmente sino, con seguridad, muy eficaz musicalmente.
Para la inmensa mayor¨ªa de los cerca de dos millares de personas que acudieron al reclamo de este Monteverdi testamentario en una lluviosa tarde de domingo, se trataba muy probablemente de su primer contacto en vivo con la Selva morale e spirituale: cualquier peque?o reparo palidece sin remedio ante este logro. Concluido el concierto, y antes de ofrecer fuera de programa una magn¨ªfica versi¨®n de Quam pulchra es, de Hieronymus Praetorius, Heras-Casado alz¨® en el aire la partitura de Monteverdi y la bes¨®. Muchos, hasta los reci¨¦n convertidos a la religi¨®n monteverdiana ¡ªa un tiempo sacra y profana, con su conjunci¨®n predilecta¡ª debieron de salir del Auditorio con id¨¦ntico deseo. Tenemos a¨²n por delante once meses de felicidad.
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