Albert Camus, la mirada contemplativa
Ridao reivindica el rigor de la obra filos¨®fica del escritor frente a las cr¨ªticas de Sartre
En una carta que le escribi¨® a Francine, la que ser¨ªa su segunda mujer, en 1939 poco antes de abandonar Argel Albert Camus le confiesa c¨®mo anda borrando las huellas de sus or¨ªgenes. ¡°He pasado el mediod¨ªa vaciando dos maletas de correspondencia y quemando todas las cartas acumuladas¡±, dec¨ªa. ¡°Todo ha ardido. He restado cinco a?os de pasado en mi coraz¨®n¡±. En El primer hombre, la novela que estaba terminando cuando en 1960 muri¨® en un accidente, volvi¨® al lugar en el que pas¨® su infancia y primera juventud para detenerse en una mujer viuda y analfabeta que contempla la calle desde un balc¨®n. Y regres¨® tambi¨¦n al maestro que crey¨® en su talento, y visit¨® la tumba de su padre, que muri¨® en uno de los frentes de la Gran Guerra en 1914 poco despu¨¦s de su nacimiento.
Entre aquellas cartas quemadas y la reconstrucci¨®n de aquel mundo del que proced¨ªa, Camus tuvo tiempo de conquistar la fama con El extranjero y El mito de S¨ªsifo, combatir desde la Resistencia la ocupaci¨®n alemana y dirigir Combat, triunfar en el teatro, recibir el Premio Nobel, defender una postura heterodoxa ¡ªla defensa de la poblaci¨®n civil¡ª en la guerra entre los independentistas argelinos y el Ej¨¦rcito franc¨¦s. Y, tambi¨¦n, publicar El hombre rebelde en 1953, que termin¨® conduci¨¦ndolo al ostracismo, una vez que el c¨ªrculo de Jean Paul Sartre lo masacrara acus¨¢ndolo de que le faltaba una s¨®lida formaci¨®n filos¨®fica. En aquel ensayo, Camus condenaba la violencia revolucionaria ¡ªy al r¨¦gimen que la celebraba, la Uni¨®n Sovi¨¦tica¡ª, y aquellos guardianes de la verdad simplemente no lo toleraron. Y le reprocharon que no estaba preparado para los desaf¨ªos del pensamiento riguroso.
Jos¨¦ Mar¨ªa Ridao no comparte el diagn¨®stico del pomposo e intachable grup¨²sculo de intelectuales que lideraba Sartre, y defiende en El vac¨ªo elocuente (Galaxia Gutenberg) que Camus pertenec¨ªa, m¨¢s bien, a otra tradici¨®n filos¨®fica. ¡°A la de la contemplaci¨®n, opuesta a la filosof¨ªa de sistema¡±, explica por correo electr¨®nico, una tradici¨®n (que procede de Ibn Arabi, san Juan de la Cruz o el maestro Eckhart) ¡°que no gozaba de predicamento en la ¨¦poca en la que ¨¦l escribe¡±. Ridao procura distinguir en su ensayo entre ¡°filosof¨ªa de la existencia (Camus) y existencialismo (Sartre), tratando de deshacer el embrollo que, todav¨ªa hoy, quiere ver en Camus a un existencialista¡±.
El vac¨ªo elocuente recupera la hondura del pensamiento de Camus frente a quienes procuraron silenciarlo por haber querido zafarse de la tutela ideol¨®gica de quienes convirtieron la violencia revolucionaria en una pieza esencial de su sistema de referencias. ¡°El uno de los m¨ªsticos es Dios¡±, comenta Ridao; ¡°el de Camus es una situaci¨®n, la de S¨ªsifo, que, por as¨ª decir, se encuentra con un mundo heterog¨¦neo y sin sentido al pie de la monta?a, y que, para dotarlo de sentido, debe ascender hasta la cima, aun sabiendo que nunca la alcanzar¨¢ y que, por tanto, nunca alcanzar¨¢ el sentido¡±. Lo que importa es, as¨ª, ¡°la b¨²squeda¡± y la tarea del fil¨®sofo no es m¨¢s que ¡°un eterno deambular¡±.
?Abandon¨® sus or¨ªgenes y luego regres¨® a ellos? M¨¢s bien ese mundo abandonado y m¨ªsero, que Camus tan bien conoc¨ªa, estuvo siempre ah¨ª, y marc¨® decisivamente su obra. Eso s¨ª: no lo utiliz¨® nunca ¡°como argumento de autoridad¡±. Jam¨¢s se refiri¨® en sus disputas con Sartre a esa ¡°desposesi¨®n del proletariado¡±, que s¨ª hab¨ªa padecido. Lo que procur¨® fue ¡°buscar argumentos de alcance universal¡±.Como hizo Aza?a tras su discurso de paz, piedad y perd¨®n, Camus decidi¨® callar despu¨¦s de promover la tregua para los civiles de Argelia. Y es que, dice Ridao, ¡°una vez que se pronuncian desde una tribuna p¨²blica las verdades ¨²ltimas, las verdades que son de todos, s¨®lo cabe guardar silencio¡±.
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