En el principio... era ¡®L¡¯Orfeo¡¯
Una propuesta muy fiel en la letra y en el esp¨ªritu a aquel original de Monteverdi que, hace ahora justamente 410 a?os, prendi¨® la lumbre del milagro de la ¨®pera.
¡°En el principio era L¡¯Orfeo¡±: as¨ª podr¨ªa empezar el primer cap¨ªtulo del evangelio oper¨ªstico. En puridad, no es del todo cierto, ya que la obra de Monteverdi no es tanto la primera ¨®pera como la primera conservada en su integridad. Orfeo estuvo detr¨¢s de casi todas aquellas primeras ¨®peras incipientes, como no pod¨ªa ser de otra manera en una ¨¦poca ?el tr¨¢nsito del Renacimiento al Barroco? a¨²n prendada de la Grecia cl¨¢sica y con una historia en la que se fund¨ªan atinadamente amor, vida, muerte y m¨²sica. De Virgilio y Ovidio a Rainer Maria Rilke, ¡°el osado marido que bajaba al triste reino de la oscura gente y la mujer perdida recobraba¡± que cant¨® Garcilaso ha sido durante siglos una inspiraci¨®n constante.
L¡¯ORFEO
M¨²sica de Claudio Monteverdi. Les Arts Florissants. Direcci¨®n musical y esc¨¦nica: Paul Agnew. Teatros del Canal, 10 de marzo.
Monteverdi consigui¨® el milagro de, cuando el g¨¦nero estaba todav¨ªa en mantillas, mostrando t¨ªmidamente sus credenciales, unir el mito del cantor tracio a una m¨²sica memorable, en el sentido de que, una vez escuchada, se queda aferrada para siempre en nuestro recuerdo: frases como Dal mio Permesso, Rosa del ciel, Ahi caso acerbo!, Possente spirto o Questi i campi di Tracia nos remiten de inmediato e indefectiblemente a las melod¨ªas y armon¨ªas que ide¨® Monteverdi, tan vivas hoy como cuando se estren¨® la obra ante la Accademia degli Invaghiti en Mantua el 24 de febrero de 1607. El recuerdo de aquella velada, fons et origo de cuanto lleg¨® despu¨¦s, resulta especialmente pertinente al comentar la versi¨®n de Les Arts Florissants que acaban de traer a Madrid, pues su propuesta tiene mucho de espect¨¢culo ¨ªntimo, dom¨¦stico casi, familiar.
La escena acoge solo un pu?ado de rocas, hierba desperdigada por el suelo y, a partir del tercer acto, un riachuelo pintado para remedar la Estigia y una luz rojiza al fondo del escenario para semejar el Hades. Los pastores llevan ropas sencillas, de colores suaves: todo es di¨¢fano, peque?o, sin pretensiones. Los m¨²sicos visten tambi¨¦n como los cantantes y, en el caso de violines, violas, flautas y la¨²des, se entremezclan con ellos tocando de memoria. A izquierda y derecha, sendos grupos de instrumentistas responsables de la parte del continuo. Paul Agnew, su director musical y esc¨¦nico, y que cant¨® el eco en Questi i campi di Tracia y el personaje de Apolo en el quinto acto, muestra sus cartas desde el principio, con una toccata nada enf¨¢tica, sosegada, apacible, poco vigorosa, pastoril. Tras el obligado homenaje a los Gonzaga, los patronos de Monteverdi en Mantua, la acci¨®n se sucede tambi¨¦n calmadamente, con pocos contrastes entre los episodios m¨¢s l¨ªricos y m¨¢s joviales, y poniendo ¨¦nfasis en los numerosos resabios madrigalescos que contiene a¨²n esta Favola in musica. No en vano, Agnew est¨¢ al frente del gran proyecto madrigalesco monteverdiano de Les Arts Florissants, del que ya nos ofrecieron una primera muestra hace unos meses en el Auditorio Nacional.
La virtud de concebir el espect¨¢culo como una representaci¨®n delicada, casi fr¨¢gil, se convierte a veces, sin embargo, en su principal lastre, pues se a?oran mayores contrastes y algo m¨¢s de mordiente en momentos que pecan de demasiado insulsos y contenidos (Lasciati i monti o la moresca final, por ejemplo). Por suerte, quien m¨¢s y mejor consigue levantar el vuelo es Cyril Auvity, que compone un Orfeo emotivo y cre¨ªble. No solo era la suya la voz de m¨¢s calidad sobre el escenario, sino tambi¨¦n la ¨²nica que logr¨® llegar, limpia y clara, a todos los rincones la conflictiva Sala Roja de los Teatros del Canal y la que transmiti¨® de forma m¨¢s convincente los afectos de Monteverdi. A su lado, Hannah Morrison compuso una Euridice casi hier¨¢tica, aunque muy musical, y todo el resto de los cantantes ray¨® a una altura pareja. Es un espect¨¢culo colectivo en el que las individualidades est¨¢n claramente fuera de lugar.
En el apartado instrumental, lo m¨¢s admirable fue la secci¨®n de continuo situada a la derecha del escenario, con un soberbio Thomas Dunford a la tiorba (fue ¨¦l quien improvis¨® brevemente en solitario al principio, sentado en el centro del escenario, para dar suavemente paso a la Toccata inicial), el violone rotundo y flexible de Richard Myron, y el arpa c¨¢lida imaginativa Nanja Breedijk. En conjunto, una propuesta de L¡¯Orfeo muy fiel en la letra y en el esp¨ªritu a aquel original mantuano que, hace ahora justamente 410 a?os, prendi¨® la lumbre del milagro de la ¨®pera.
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