Cazador blanco, coraz¨®n tiniebla
Seidl muestra, sin atisbo de implicaci¨®n emocional, un microcosmos de men¨²s de piezas a abatir, incongruentes puestos vig¨ªa donde sestear y siniestras salas de despiece.
SAFARI
Direcci¨®n: Ulrich Seidl.
G¨¦nero: documental. Austria, 2016.
Duraci¨®n: 91 minutos.
En los cr¨¦ditos finales de Safari, documental de Ulrich Seidl sobre los cruentos juegos de caza de un grupo de austr¨ªacos en un resort africano, suena una versi¨®n a corneta de Kein sch?ner Land in dieser Zeit, Volkslied compuesto en 1840 por Anton Wilhelm von Zuccalmaglio que el destino fij¨® como paradigm¨¢tica canci¨®n de fogata. En los a?os del auge y ca¨ªda del nacionalsocialismo, la sentimentalidad nazi se apropi¨® de la canci¨®n, a?adi¨¦ndole unas perturbadoras connotaciones: es lo que cantan los ni?os de Goebbels en El hundimiento (2004), pero tambi¨¦n, en un gesto activista de reapropiaci¨®n, un tema usado como himno multicultural en campa?as en favor de la acogida a refugiados. La implacable neutralidad de Seidl hace que interrogarse sobre su sentido en la banda sonora sea algo tan complicado como pillarle un sobreentendido a Hal 9000: s¨ª, parece que Seidl est¨¢ delatando su condici¨®n de autor sat¨ªrico, aunque ?ad¨®nde van dirigidos sus dardos? Lo que estamos viendo ?es la versi¨®n degradada de la aventura, de la noble camarader¨ªa alrededor del fuego nocturno o la mutaci¨®n de los bajos instintos de una naci¨®n que fue el nido de lo que fue?
Combinando el seguimiento de los cazadores c¨¢mara en mano con sus caracter¨ªsticas tomas est¨¢ticas a la justa distancia, Seidl muestra, sin atisbo de implicaci¨®n emocional, un microcosmos de reglamentados men¨²s de piezas a abatir, incongruentes puestos vig¨ªa donde sestear, fotograf¨ªas-trofeo minuciosamente construidas y siniestras salas de despiece. Todo parece ordenarse seg¨²n una cierta progresi¨®n narrativa que culmina en la brutal agon¨ªa de una jirafa, su posterior descuartizamiento y las tremendas im¨¢genes de los nativos ¨Cpeones de esta s¨®rdida pervivencia de la era colonial- consumiendo los restos del cad¨¢ver que el cazador blanco no requiere para su decoraci¨®n de interiores o el fortalecimiento de su orgullo. Un nihilismo casi apocal¨ªptico va abri¨¦ndose paso en las palabras de los propietarios del resort y quiz¨¢ ah¨ª est¨¦ la verdadera clave de interpretaci¨®n: los objetos de estudio de esta declinaci¨®n terminal de La sangre de las bestias (1949) no est¨¢n ah¨ª como retrato sat¨ªrico, sino como espejo. De nuestra criminalidad como especie.
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