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Un retrato de Espa?a

Huntington, Sorolla y Zuloaga en la Hispanic Society of America

Archer Huntington viajando por España en 1892, impresión a la albúmina.
Archer Huntington viajando por Espa?a en 1892, impresi¨®n a la alb¨²mina.The Hispanic Society of America

En 1916, Pilar de Zubiaurre albergaba la esperanza de que la Hispanic Society of America organizara una exposici¨®n de pinturas de sus hermanos Ram¨®n y Valent¨ªn. Hab¨ªa escrito una carta a su amiga Zenobia Camprub¨ª para interesarse por el modo de plante¨¢rselo a Archer Milton Huntington (?1870-1955?), fundador del museo. Zenobia le replic¨®:

Si yo fuera t¨², no titubear¨ªa en escribir directamente a Mr. H. porque es lo que hacen todos los pintores espa?oles (que no son pocos) que desean tener un ¨¦xito en los EE UU. Cuando Mr. H. recibe una de esas cartas y por alguna raz¨®n le interesa, se informa sobre la obra del pintor y si le parece bien, acepta. Ahora bien, la Hispanic lleva bastantes a?os de existencia y creo que no ha habido m¨¢s que dos exposiciones de pintores contempor¨¢neos: la de Sorolla y la de Zuloaga. Como ves, Mr. H. quiere que salga todo perfecto, porque cuando lanza un nombre, tiene mucha fe en ¨¦l. De todos modos, es el hombre m¨¢s afable, m¨¢s bondadoso y m¨¢s asequible que te puedas imaginar. Ya te cont¨¦ lo que me dijo sobre pintores espa?oles, pero no pierdes nada con escribirle. ?l nunca se molesta por una petici¨®n franca y noble; me consta porque ¨¦l mismo me habl¨® de varias solicitudes favorablemente, aunque sin decidirse a hacer las exposiciones que le ped¨ªan... Mr. H. es un hombre verdaderamente encantador.

Zenobia lo dec¨ªa por experiencia. Ella y su esposo, Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, acababan de visitar el museo, donde mantuvieron varias reuniones cordiales con Huntington. De ellas surgi¨® una estrecha amistad entre ellos. La Hispanic Society accedi¨® a publicar una edici¨®n de los poemas de Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, y Huntington le pidi¨® al escritor que firmara uno de los pilares del edificio, un honor reservado a las principales luminarias de la cultura espa?ola. Bas¨¢ndose en todo ello, Zenobia anim¨® a su amiga a escribirle una carta a Mr. H. Eso hizo Pilar, a la que Huntington respondi¨® con presteza y cortes¨ªa. Como era de esperar, le comunic¨® que el museo ya no organizaba proyectos de ese tipo. No obstante, tal y como Zenobia hab¨ªa predicho, se tom¨® la molestia de informarse acerca del arte de sus hermanos y, dos a?os despu¨¦s, los nombr¨® miembros de la Hispanic Society. M¨¢s tarde, su obra entr¨® en la colecci¨®n y sus retratos pasaron a formar parte de la galer¨ªa de figuras destacadas de la cultura que Huntington estaba reuniendo.

Este episodio muestra la importancia que la Hispanic Society hab¨ªa adquirido con suma rapidez tras su apertura en 1908. El encuentro es rese?able, pero, a d¨ªa de hoy, puede que lo m¨¢s interesante sea la carta de Zenobia a Pilar por el trasfondo humano que deja entrever en el museo y en su fundador. Es escaso el n¨²mero de documentos de este tipo que albergan los archivos de la Hispanic Society, un hecho que, por desgracia, refleja la forma de ser de Huntington: desde una edad muy temprana, hab¨ªa aprendido a guardar celosamente su intimidad y, justo antes de su fallecimiento, destruy¨® cuanta correspondencia y documentaci¨®n personal le fue posible.

Primer d¨ªa de la exposici¨®n de Sorolla en la Hispanic Society, febrero de 1909, impresi¨®n a la gelatina de plata.
Primer d¨ªa de la exposici¨®n de Sorolla en la Hispanic Society, febrero de 1909, impresi¨®n a la gelatina de plata.The Hispanic Society of America

Aunque lo logr¨® en buena parte, algunas cosas se salvaron, incluido un documento de gran valor: una extensa narraci¨®n que hoy en d¨ªa conocemos con el nombre de Diario de Huntington. Escribi¨® a su madre en 1920, recurriendo a cartas y diarios que luego quemar¨ªa para crear un relato sobre el modo en que hab¨ªa concebido y erigido el museo espa?ol. Pese a su car¨¢cter informal, el documento constituye un valioso testimonio de una serie de ideas que Huntington nunca plasm¨® en ning¨²n otro lugar. De hecho, Huntington siempre hizo gala de una exquisita modestia a la hora de dar a conocer sus logros, y ni siquiera bautiz¨® con su nombre su m¨¢s preciado proyecto, el de crear un Museo Espa?ol. Como ¨¦l mismo le dice a su madre: ¡°Poner el nombre de uno a una aportaci¨®n, ya sea un edificio o un donativo, es una endeble y vana puerta a la fama¡±. A lo largo de su dilatada vida, sigui¨® ese precepto, auspiciando numerosos proyectos de investigaci¨®n y museos, pero siempre de forma an¨®nima.

As¨ª pues, los pensamientos y las motivaciones de Huntington cuando acometi¨® el proyecto de la Hispanic Society contin¨²an siendo dif¨ªciles de desentra?ar, al tiempo que su recelo ha logrado ocultar no solo la magnitud de su haza?a, sino tambi¨¦n su rigurosa base intelectual. No obstante, si los examinamos con detenimiento, los escritos de Huntington y sus relaciones con Joaqu¨ªn Sorolla (1863-1923) e Ignacio Zuloaga (1870-1945), los dos artistas espa?oles por entonces m¨¢s famosos, pueden aportar datos relevantes. Al fundar su Museo Espa?ol, se revela como un hombre preocupado por los dilemas de su ¨¦poca, pero que hab¨ªa llegado a conclusiones muy personales. Por tanto, las colecciones que reuni¨® ponen de manifiesto la sorprendente visi¨®n de Espa?a de un hombre de su tiempo, a la par que adelantado a ¨¦l.

Cuando Huntington fund¨® la Hispanic Society en 1904, estaba haciendo algo que muchos de sus m¨¢s c¨¦lebres contempor¨¢neos hab¨ªan hecho ya o no tardar¨ªan en intentar. En 1913-1914, Henry Clay Frick (1849-1919) construy¨® en Nueva York la casa que hab¨ªa de albergar su colecci¨®n y que, a su muerte, se convertir¨ªa en un museo p¨²blico (aunque no empezar¨ªa a funcionar como tal hasta varios a?os des?pu¨¦s). La biblioteca de incunables y libros raros que reuniera J. P. Morgan (1837-1913) fue abierta al p¨²blico por su hijo en 1924. En Boston, la c¨¦lebre Isabella Stewart Gardner (1840-1924) supervis¨® personalmente la construcci¨®n de su museo, el cual inaugur¨® en 1903.

Si bien esas espl¨¦ndidas fundaciones se convirtieron en el sello caracter¨ªstico de los fil¨¢ntropos de la Gilded Age, la llamada Edad chapada en oro, la Hispanic Society se diferencia de estas en el singular planteamiento que subyace tras ella. Desde que comenzara a reunir su colecci¨®n, Huntington hab¨ªa perseguido siempre un objetivo concreto: una visi¨®n enciclop¨¦dica de Espa?a en todos los as?pectos de su cultura. Tal y como ¨¦l mismo le confesara a su madre: ¡°Mi af¨¢n de coleccionar ha tenido siempre ¡ªcomo t¨² bien sabes¡ª un trasfondo, un museo. Un museo que ha de abarcar las bellas artes, las artes decorativas y las letras. Ha de condensar el alma de Espa?a en contenidos, a trav¨¦s de obras de la mano y del esp¨ªritu. No ha de ser un mont¨®n de objetos acumulados al buen tunt¨²n hasta que todo ello parezca una asamblea art¨ªstica ¡ªlos vestigios medio muertos de naciones entregadas a una org¨ªa¡ª. Lo que quiero es ofrecer el compendio de una raza¡­¡°.

Retrato de Juan Ramón JIménez, de Sorolla.
Retrato de Juan Ram¨®n JIm¨¦nez, de Sorolla.The Hispanic Society of America

Cuando Huntington hizo p¨²blico su prop¨®sito de mostrar la esencia de Espa?a y sus gentes, estaba expresando su particular interpretaci¨®n de diversos conceptos muy extendidos en esa ¨¦poca. En particular, lo que acapar¨® gran parte del debate intelectual y filos¨®fico a lo largo de todo el siglo XIX fue la cuesti¨®n de cu¨¢l era la verdadera Espa?a y cu¨¢l, el car¨¢cter nacional. Incluso mientras escritores y pol¨ªticos debat¨ªan acaloradamente la conveniencia de construir un estado espa?ol y definir la identidad de sus gentes, una sucesi¨®n de crisis pol¨ªticas exacerb¨® el problema. A finales del siglo XIX y comienzos del XX, surgi¨® un grupo de j¨®venes intelectuales conocido como la Generaci¨®n del 98. Entre sus miembros m¨¢s destacados figuraban Miguel de Unamuno (1864-1936), P¨ªo Baroja (1872-1956), Azor¨ªn (Jos¨¦ Mart¨ªnez Ruiz, 1873-1967) y Antonio Machado (1875-1939). Convencidos de que la naci¨®n estaba enferma, si no moribunda, se embarcaron en una profunda reflexi¨®n sobre lo que era Espa?a y sobre c¨®mo salvarla. M¨¢s notables por la calidad literaria de sus obras que por la viabilidad de sus soluciones, produjeron un excepcional corpus de ensayos, poemas y obras de ficci¨®n.

As¨ª pues, el debate relativo a lo que Huntington diera en llamar ¡°el alma de Espa?a¡± adquiri¨® una mayor intensidad y urgencia justo en el momento en que ¨¦l se hallaba creando la Hispanic Society; Huntington tocaba muchos de esos mismos interrogantes, solo que desde una perspectiva diferente. Para ¨¦l, uno pod¨ªa llegar a conocer mejor la verdadera Espa?a en sus rincones m¨¢s apartados, donde afloraban sus aut¨¦nticas virtudes:

Es en las zonas apartadas donde se puede conocer a Espa?a, en las tierras peladas que anta?o estuvieron cubiertas por grandes bosques y ahora est¨¢n habitadas por una poblaci¨®n dispersa y cargada de tradiciones, donde se ha conservado el tipo aut¨¦ntico mejor que en otros lugares.

Esos campesinos asombrosos, cuya lucha por la existencia es verdaderamente dura, son hombres y mujeres de otra edad, pero hombres y mujeres excelentes, bien plantados, que conservan una independencia y un fondo de autenticidad y honradez que te llena el alma de una impresi¨®n de frescura e integridad, si t¨² tambi¨¦n te acercas con integridad.

Yo hablo con todos, un o¨ªdo empap¨¢ndose de la forma de hablar, el otro intentando averiguar la ubicaci¨®n de alguna guarida llena de libros. En esas conversaciones aprendo mucho m¨¢s de lo que me pueden ense?ar muchos amigos m¨¢s instruidos. Ah¨ª est¨¢n las fuentes de los valores nacionales. La sangre que corre por esas venas es la sangre nacional, no diluida por contactos recientes con el mundo exterior.

Archer Milton Huntington con 20 años.
Archer Milton Huntington con 20 a?os.The Hispanic Society of America

Seg¨²n Huntington, esas zonas hab¨ªan eludido el contacto con el mundo moderno y, de ese modo, hab¨ªan permanecido fieles a los valores tradicionales. Toda la literatura presentaba estos rasgos caracter¨ªsticos, pero tal vez ninguna tanto como la de la Edad Media y su poes¨ªa. No es de extra?ar que la Espa?a medieval y, en particular, el h¨¦roe del siglo XI Rodrigo D¨ªaz de Vivar, conocido con el sobrenombre del Cid, no dejaran de interesar a Huntington durante toda su vida. En este sentido, se asemeja a hispanistas estadounidenses como George Ticknor (?1791-1871?) y Henry Wadsworth Longfellow (?1807-1882?), que asimismo compart¨ªan la idea rom¨¢ntica de que el car¨¢cter de una naci¨®n se revelaba en los romances populares.

En un plano m¨¢s general, la creencia de Huntington de que las gentes de Espa?a, al igual que las de cualquier otro pa¨ªs, compart¨ªan una serie de rasgos comunes se hallaba muy extendida en aquella ¨¦poca. Sin embargo, la cuesti¨®n de c¨®mo definir dichos rasgos divid¨ªa a los espa?oles seg¨²n criterios progresistas o conservadores. Huntington bebi¨® de ambas fuentes para ofrecer una respuesta que ning¨²n espa?ol contempor¨¢neo habr¨ªa propuesto. Al igual que muchos otros estudiosos de corte liberal, destac¨® la necesidad de recurrir a la investigaci¨®n y la experiencia de primera mano (tal como el trabajo de campo). Y tampoco vacil¨® en viajar a zonas remotas en su b¨²squeda de la esencia del pa¨ªs, como demuestra el hecho de que, en un viaje a Yuste en 1892, se viera obligado a recorrer a lomos de una mula el tramo final, desde Plasencia hasta el hist¨®rico monasterio. Pero su admiraci¨®n por aquellos ¡°campesinos asombrosos¡­ que conservan una independencia y un fondo de autenticidad y honradez¡± sugiere que los valores que atribu¨ªa al pa¨ªs se asemejaban m¨¢s a los de una visi¨®n conservadora, incluso cat¨®lica.

Sin embargo, Huntington se aleja de semejante postura en dos aspectos clave. En primer lugar, acept¨® y celebr¨® el legado isl¨¢mico derivado de los a?os de dominio del islam sobre amplias regiones de la Pen¨ªnsula Ib¨¦rica. Al igual que la mayor¨ªa de los intelectuales de su tiempo, conceb¨ªa la Edad Media de Espa?a en el sentido de la Reconquista, esa lucha en la que, poco a poco, los soberanos cristianos recuperaron el control sobre el conjunto de la Pen¨ªnsula para en ¨²ltimo t¨¦rmino expulsar a los invasores musulmanes. La interpretaci¨®n de esta parte de la historia resultar¨ªa harto problem¨¢tica para la Espa?a decimon¨®nica. Sin embargo, la admiraci¨®n de Huntington por la cultura ¨¢rabe lo distingui¨® de sus coet¨¢neos, si bien en este sentido tal vez se parezca a los lectores extranjeros de la obra de Washington Irving Cuentos de la Alhambra. No obstante, a diferencia de la mayor¨ªa de ellos, Huntington hizo un esfuerzo por aprender ¨¢rabe, un tiempo que consider¨® bien empleado. Acepta el legado morisco cuando escribe de Zaragoza: ¡°Ciudad romana, cristiana, morisca y aragonesa sucesivamente, acab¨® siendo, como las dem¨¢s, parte de una ¨²nica naci¨®n. Sin embargo, a trav¨¦s de tan cambiantes condiciones, se forj¨® y perdur¨® un car¨¢cter propio¡±. Su admiraci¨®n por la herencia isl¨¢mica se hace patente cuando elogia ¡°la delicadeza de la tracer¨ªa y los azulejos moriscos¡± o ¡°el sutil arte y la delicadeza del ¨¢rabe¡±.

Tambi¨¦n se diferenciaba de los pensadores tradicionales en su gran aprecio por las peculiaridades regionales. En cierto momento, llegar¨ªa a escribir que Espa?a:

Es, en m¨¢s de un sentido, una naci¨®n compuesta y, como tal, resulta tanto m¨¢s dif¨ªcil de ver y de conocer en su totalidad; aqu¨ª se repite la naturaleza medieval fragmentaria de Italia. Catalu?a, Arag¨®n, Castilla y Andaluc¨ªa no son simples denominaciones geogr¨¢ficas. Cada una presenta su car¨¢cter nacional y diferente. La tradici¨®n, las costumbres, los deportes y los trajes tienen toda su expresi¨®n peculiar y diferencia local.

Máxima Hernández, sombrerera, 1928.
M¨¢xima Hern¨¢ndez, sombrerera, 1928.Ruth Matilda Anderson (The Hispanic Society of America)

Su respeto por esas tradiciones inspir¨® su viaje por las provincias del norte, que describi¨® en su obra Note-book of Northern Spain (1898):

Se piensa que la parte de la Pen¨ªnsula descrita carece en cierto modo de ese inter¨¦s rom¨¢ntico que se ha desarrollado por el sur, pero Santiago, la antigua ¡®C¨®rdoba¡¯ cristiana, esa peque?a ciudad gallega donde se dice que a¨²n reposan los restos del ap¨®stol Santiago; Oviedo, Zaragoza y los pueblos desconocidos de los Pirineos tienen su propia riqueza de tradici¨®n y de inter¨¦s local sin igual, que incluso no supera ni el sur.

Al dedicar tanta atenci¨®n a estas regiones, Huntington se form¨® una imagen del pa¨ªs m¨¢s rica en matices. A este respecto, difiere de forma significativa de la mayor parte de los extranjeros que, por lo general, describen el pa¨ªs como una mezcla de Andaluc¨ªa y Castilla que combina, de hecho, la meridional decadencia de ¨ªndole orientalista de la primera con el austero militarismo y el misticismo de la segunda. Por tanto, Huntington trasciende esos estereotipos porque entendi¨® tanto la diversidad como la importancia de las tradiciones regionales. Por eso rechazaba la postura de la mayor parte de los turistas de su tiempo: ¡°La visitan [Espa?a] mucho menos y la encuentran menos agradable que otros pa¨ªses y, cuando lo hacen, siguen un camino demasiado trillado y no hablan el idioma. Para ellos, Espa?a responde a un patr¨®n fijo de sentimentalismo y desd¨¦n¡±.

Huntington fue capaz de integrar el aprecio que sent¨ªa por las tradiciones locales y el legado isl¨¢mico del pa¨ªs en su visi¨®n particular de la identidad nacional porque no se hallaba envuelto en la ret¨®rica pol¨ªtica de crear un sentimiento de naci¨®n unida entre sus ciudadanos. Un indicio de cu¨¢n distinta era la s¨ªntesis de Huntington se hace evidente cuando lo comparamos con sus coet¨¢neos. El regionalismo planteaba problemas a los liberales, que lo ve¨ªan como una amenaza para la consecuci¨®n de un estado centralizado. Cuando Huntington valora las regiones remotas o rurales como encarnaci¨®n del car¨¢cter nacional, su actitud se asemeja a la de un conservador como Unamuno, quien hablaba de la ¡°intrahistoria¡± y de la necesidad de preservar la virtud espa?ola. Como ¨¦l, Huntington discrepa de los liberales, que deseaban abrirse al mundo moderno y a la tecnolog¨ªa en un esfuerzo por revitalizar Espa?a moderniz¨¢ndola.

Mercado de cerdos en Plasencia, 1928, impresión a la gelatina de plata.
Mercado de cerdos en Plasencia, 1928, impresi¨®n a la gelatina de plata.Ruth Matilda Anderson (The Hispanic Society of America)

Por su parte, los conservadores renegaban de su pasado isl¨¢mico, pues lo consideraban una ¨¦poca her¨¦tica o simplemente desde?aban su importancia, casi como si se tratara de un par¨¦ntesis entre los reg¨ªmenes cat¨®licos de los visigodos y los reyes medievales, que de manera inevitable conduc¨ªan al triunfo de Isabel y Fernando. Siguiendo a Modesto Lafuente (1806-1866), el historiador m¨¢s le¨ªdo en el siglo XIX, los escritores sosten¨ªan que el car¨¢cter nacional espa?ol era anterior a la ocupaci¨®n isl¨¢mica, negando de hecho cualquier influencia, como si la experiencia no hubiera dejado huella alguna en los espa?oles.

Mientras que la cuesti¨®n relativa a este legado resultaba problem¨¢tica para muchos, Huntington admit¨ªa su importancia y, de hecho, la valoraba. Aunque no era el ¨²nico que la apreciaba, la suya no era una postura mayoritaria. Intelectuales del siglo XIX como Jos¨¦ Antonio Conde (1766-1820) y Pascual de Gayangos (1809-1897) hab¨ªan comprendido la importancia del periodo isl¨¢mico en Espa?a, pero los estudios ¨¢rabes avanzaban con lentitud en la Pen¨ªnsula. La zona se incluy¨® cuando se fund¨® el Centro de Estudios Hist¨®ricos en 1910, pero no fue hasta 1932 cuando se cre¨® la Escuela de Estudios ?rabes. Incluso es posible que un especialista como Francisco Javier Simonet (1829-1897), consumado fil¨®logo, pero tambi¨¦n reaccionario religioso, haya permitido que los prejuicios determinaran su obra. En t¨¦rminos m¨¢s generales, los escritores de la ¨¦poca no trataban el periodo de forma monol¨ªtica, sino que abordaban distintos momentos de forma diversa. Con todo, su perspectiva alberga vestigios de su propia experiencia de Espa?a y de c¨®mo defin¨ªan la naci¨®n.

'La familia del torero gitano', de Zuloaga.
'La familia del torero gitano', de Zuloaga.The Hispanic Society of America

La visi¨®n que Huntington ten¨ªa de Espa?a proporciona las claves para entender la colecci¨®n de la Hispanic Society. Al definir c¨®mo deseaba presentar el pa¨ªs, adopt¨® una perspectiva amplia de la cultura que abarcaba no solo la pintura, sino tambi¨¦n la escultura, las artes decorativas e, incluso, las artes populares. Tambi¨¦n fue uno de los primeros en defender la creaci¨®n de una exhaustiva colecci¨®n de fotograf¨ªa. Desde su m¨¢s tierna infancia, Huntington era consciente de la importancia de este nuevo medio y de su valor muse¨ªstico. Por tanto, decidi¨® que la Hispanic Society deb¨ªa coleccionar tambi¨¦n ese material para documentar todos los aspectos de la vida cotidiana en Espa?a, y no solo el arte y la arquitectura, as¨ª que envi¨® a fot¨®grafas profesionales (pues eran todas mujeres) a recorrer Espa?a.

Dado que, por lo general, no pod¨ªan adquirir esas im¨¢genes de los lugare?os, ten¨ªan que tomarlas ellas mismas, lo cual conllevaba, a menudo, viajar a zonas remotas. Entre las fot¨®grafas contratadas por la Hispanic Society destaca Ruth Matilda Anderson (1893-1983), que tom¨® m¨¢s de catorce mil instant¨¢neas a lo largo de una serie de campa?as realizadas en la d¨¦cada de 1920, siempre siguiendo las precisas instrucciones de Huntington. Puesto que este tambi¨¦n buscaba cuadros que reflejaran esos mismos temas, la iconograf¨ªa del arte de los siglos XIX y XX presente en el museo y la de la colecci¨®n de fotograf¨ªas son complementarias. All¨ª donde Manuel Benedito y Vives (1875-1963) pinta a unos vecinos que asisten a misa en Salvatierra de Tormes (Salamanca), Anderson documenta ritos y procesiones religiosas similares.

Archer Huntington en 1894.
Archer Huntington en 1894.The Hispanic Society of America

Igualmente, el cuadro de Eugenio Hermoso (1883-1963) que muestra a unas ni?as haciendo encaje describe un momento parecido a los fotografiados por Anderson y otra integrante de la plantilla de fot¨®grafos, Alice D. Atkinson (1896-1986). Adem¨¢s, aun cuando Huntington no coleccionaba trajes o joyas de la ¨¦poca, s¨ª quer¨ªa dejar constancia de ellos, de modo que Anderson viaj¨® a La Alberca (Salamanca), entre otros lugares, para retratar su atuendo. Dada su creencia en la importante contribuci¨®n de los ¨¢rabes a la cultura espa?ola, Huntington reuni¨® una colecci¨®n de arte isl¨¢mico que inclu¨ªa una p¨ªxide de marfil y un capitel procedente del califato de C¨®rdoba, as¨ª como tejidos de seda de la Alhambra procedentes de la Granada nazar¨ª. Sobre todo, destaca la cer¨¢mica producida por los alfareros de Manises y otras zonas de influencia isl¨¢mica, por lo que hoy en d¨ªa la Hispanic Society cuenta con una de las m¨¢s exquisitas colecciones de este material.

Este texto es un extracto del texto escrito por Patrick Lenaghan para el cat¨¢logo de la exposici¨®n Tesoros de la Hispanic Society of America. Visiones del mundo hisp¨¢nico, en el Museo del Prado hasta el 10 de septiembre.

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