El museo hidalgo
Una buena dosis de romanticismo y de vaga nostalgia inspir¨® el proyecto al que Archer Huntington dedic¨® su vida y una parte considerable de su fortuna
Puede que en el implacable y constante cambio de Nueva York resida parte de su encanto. Todo parece pasar tan r¨¢pido como los chirriantes vagones de las l¨ªneas expr¨¦s del metro que la recorren noche y d¨ªa. El asequible y delicioso local de venta de s¨¢ndwiches muta en 48 horas; la cl¨¢sica barber¨ªa se esfuma como un espejismo; el m¨ªtico restaurante que apareci¨® en varias pel¨ªculas es ocupado por una peluquer¨ªa para perros; y los museos remodelan y trasladan sus sedes hasta acabar pareci¨¦ndose a esas tiendas di¨¢fanas y enormes de tecnolog¨ªa de ¨²ltima generaci¨®n. Esta tiran¨ªa del perpetuo cambio convierte a los neoyorquinos irremediablemente en una legi¨®n de acelerados nost¨¢lgicos rom¨¢nticos.
Una buena dosis de romanticismo y de vaga nostalgia inspir¨® el proyecto al que Archer Huntington (1870-1955) dedic¨® su vida y una parte considerable de su fortuna. Como en una c¨¢psula del tiempo, la colecci¨®n de arte y la biblioteca sobre Espa?a que reuni¨® con esmero este fil¨¢ntropo --que bien podr¨ªa haber inspirado alg¨²n personaje de las novelas de Henry James, si su pasi¨®n coleccionista le hubiera llevado a Italia o Francia-- se conservan en el ex¨®tico y lujoso edificio neocl¨¢sico que Charles Pratt Huntington, un pariente arquitecto, dise?¨® en 1904. En poco m¨¢s de un a?o el edificio estuvo listo, pero la instalaci¨®n de la colecci¨®n llev¨® dos m¨¢s, tiempo en el que Huntington sigui¨® adquiriendo obras, como por ejemplo el retrato de la Duquesa de Alba de 1797 realizado por Goya.
No resulta del todo extra?o que para llegar a la sede de la Hispanic Society of America haya que olvidar cualquier ruta expr¨¦s y tomar el metro ¡°local¡±, es decir, la l¨ªnea que se detiene con parsimonia en todas las estaciones del oeste de Manhattan. Por encima de Harlem a la altura de la calle 155, entre Broadway y Riverside Drive, se alza el patio flanqueado por los edificios. Al museo y la biblioteca dedicados a la historia de la pen¨ªnsula ib¨¦rica, se sumaron el Museo de los Indios Americanos (trasladado a?os despu¨¦s al sur de Manhattan); la American Geographical Society (hoy en Wall Street); la American Numismatic Society (ahora ubicada en el West Village); y la Academia de las Artes y las Letras Americanas, ¨²nica instituci¨®n que mantiene su sede original junto a la Hispanic Society. El conjunto se construy¨® sobre los terrenos que ocupaban la granja del artista James Audubon, cuya viuda presionada por las deudas fue vendiendo parcelas hasta acabar deshaci¨¦ndose de este ¨²ltimo trozo, Audubon Terrace, donde ten¨ªa su casa.
No hay rastro de aquel pasado rural en el complejo que sufrag¨® Huntington y donde consigui¨® materializar el sue?o al que desde 1889 dedic¨® todas sus energ¨ªas: aquel a?o renunci¨® a dirigir la empresa Newport News Shipyards de su padre adoptivo para volcarse de lleno en la construcci¨®n de un ¡°museo espa?ol¡±. En 1898 le explicaba a su madre en una carta que su proyecto deb¨ªa ¡°condensar el alma de Espa?a en significados, a trav¨¦s de obras¡ Deseo conocer Espa?a como Espa?a y darle expresi¨®n en un museo. Si puedo hacer un poema de un museo, ser¨¢ f¨¢cil de leer¡±. A sus lecturas sobre Espa?a se sumaron los viajes que realiz¨® por el pa¨ªs en 1892, 1896 y 1898.
En la piedra blanca que recubre los edificios y las escalinatas de la Hispanic Society hay un eco europeo a la americana. Hoy los edificios rompen igualmente el paisaje de un barrio del norte de Manhattan con amplia poblaci¨®n latina de clase trabajadora, tiendas conocidas como bodegas en las esquinas, y pizzer¨ªas mal iluminadas de a d¨®lar la porci¨®n. Puertas adentro, ya en el museo la experiencia de la visita es ¨ªntima y extravagante. Los sepulcros renacentistas, procedentes del monasterio de San Francisco de Cu¨¦llar, las esculturas, cer¨¢micas ¨¢rabes, telas, joyas ib¨¦ricas y mosaicos romanos forman parte del tesoro. Una escultura de El Cid tallada por la segunda esposa de Huntington ocupa un lugar central.
En su siglo largo de vida no han faltado propuestas para trasladar el museo a la parte baja de Manhattan, para ampliar el horario de su biblioteca o abrir sus actividades a la comunidad que lo rodea. Un acuerdo con la Fundaci¨®n DIA permiti¨® durante tres a?os que unas salas del museo alojaran trabajos de artistas contempor¨¢neos como Francis Al?s o Dominique Gonz¨¢lez Foerster.
Las paredes color terracota, las columnas, los escasos bancos forrados de terciopelo rojo, la ausencia hasta hace poco de aire acondicionado, y las bellas galer¨ªas donde se muestran obras de Vel¨¢zquez, Sorolla o el Greco, transportan al visitante de la Hispanic Society a un tiempo detenido, a un museo casi desierto, a un fascinante secreto donde refugiarse de las masas y la mercadotecnia que asolan los centros de arte. Huntington dispuso que nunca se cobrara entrada y que las cuentas siempre se mantuvieran equilibradas. Hasta ahora no hab¨ªa cafeter¨ªa ni tienda, porque la Hispanic Society ha vivido orgullosamente ajena al bullicio y al ¨¢nimo de lucro que impulsa a otros, como digna representante de un pasado de hidalgu¨ªa. Decadencia orgullosa. Un tesoro.