El ¡®Guernica¡¯ forma largas colas frente al Reina Sof¨ªa
La exposici¨®n por el 80? aniversario del cuadro de Picasso acumula colas y aspira a superar los 730.339 visitantes que reuni¨® la retrospectiva de Dal¨ª
En su 80 cumplea?os, las colas para ver el Guernica no envidian las hileras de penitentes de Semana Santa. Estos d¨ªas, los turistas aprovechan para visitar la exposici¨®n reci¨¦n inaugurada Piedad y terror en Picasso, El camino a Guernica, que conmemora tambi¨¦n los 25 a?os que el cuadro m¨¢s emblem¨¢tico del pintor malague?o, y quiz¨¢ el m¨¢s famoso del mundo, lleva expuesto en el Museo Reina Sof¨ªa de Madrid.
Pilar Abeledo estuvo en el Prado en 1981, cuando vino el mural a Espa?a, al Cas¨®n del Buen Retiro, como era el deseo de Picasso; luego volvi¨® para verlo una vez instalado en el Museo Reina Sof¨ªa en 1992 y hoy ha regresado para presentar el Guernica a los familiares que la visitan. En los primeros seis d¨ªas de exhibici¨®n de la muestra, que incluye otras grandes obras de Picasso, acudieron 47.003 personas, seg¨²n Concha Iglesias, jefa de prensa del museo. Una media de casi 8.000 diarios para una exposici¨®n que ha tenido repercusi¨®n global y que, antes de la clausura en septiembre, aspira a batir los 730.339?visitantes que obtuvo la retrospectiva dedicada a Salvador Dal¨ª en 2013.
Estos d¨ªas de vacaciones son, por ahora, los de mayor afluencia de p¨²blico; las colas se alargan lejos del edificio. Desde el lateral de la cubierta roja de Jean Nouvel se aprecia una normalidad que dura lo que uno tarda en doblar la calle Santa Isabel. Unas 200 personas caracolean pasado el mediod¨ªa en los pelda?os y alrededor de los bancos de la plazuela en una fila en continuo movimiento. Domenico Gangnemi, calabr¨¦s de 24 a?os, lleva una hora bajo el sol y est¨¢, calcula, a medio camino de cruzar el umbral del museo. Decidi¨® el destino de sus vacaciones en la ruleta rusa de las ofertas de vuelo de bajo coste pero, una vez en Madrid, se niega a retornar sin haberse plantado unos minutos delante del Guernica. La mayor¨ªa de los que esperan, como ¨¦l, son turistas extranjeros.
Pierre Leyss¨¦eux y su mujer, Carenine Rouviere, proceden de Par¨ªs. ?l lo vio hace 15 a?os y la impresi¨®n le perdura. ¡°Es enorme. Todos hemos visto la imagen: el toro, el brazo con el candil, la cabeza de caballo, pero contemplarlo de cerca es una experiencia distinta¡±. Tiene ganas, m¨¢s que de volver a verlo, de mirar a su esposa ante el mural de Picasso, de que ella le cuente qu¨¦ sinti¨®. Ambos han curioseado en los pormenores del recorrido que proponen los comisarios, T. J. Clark y Anne M. Wagner. Saben, por ejemplo, que se topar¨¢n con Las tres bailarinas, obra de 1925 cedida por la Tate de Londres, o que en los bocetos Picasso dud¨® sobre si incluir color. ¡°Es un icono, pero me apetece comprobar c¨®mo cambia mi percepci¨®n al tenerlo ah¨ª, a un paso, con el resto de obras que lo rodean¡±, concuerda Rouviere.
Personal con camisetas negras del museo dan consejos a la gente en las colas y advierten a los que han comprado las entradas por Internet de que con el c¨®digo QR en el m¨®vil les basta para ahorrarse buena parte de la espera. El atasco es entre los que necesitan comprar un pase, no tanto porque dentro se desborde el aforo. "No se trata de que no quepa m¨¢s gente", advierte Concha Iglesias, "sino de que no se pueden alterar las condiciones de temperatura y humedad de la sala para no da?ar las pinturas".
Aun as¨ª, una mujer se queja a la salida de haber tenido que observar los cuadros con un batall¨®n delante. ¡°Es conveniente que vengan a las nueve y media, un rato antes de que abramos. Si no, durante la ma?ana y hasta las dos pueden tardar hasta tres horas en entrar¡±, indica el personal del museo a una familia que no sabe si aguantar hasta la hora de la comida para que se aligere el tumulto o intentarlo de nuevo otro d¨ªa.
Fina Falc¨®n, de Gran Canaria, lleg¨® a las 10.30 del mi¨¦rcoles y observ¨® con estupor cuanta gente se le hab¨ªa adelantado. ¡°Llegaban hasta all¨ª¡±, dice, y se?alaba con el dedo, dibujando en el aire las vueltas que daba la fila a la plaza, hacia la esquina del Real Conservatorio Superior de M¨²sica con la calle del Doctor Mata. En la terraza de un bar, en esa esquina a la que apunt¨® Falc¨®n, dos aficionados del Leicester acumulaban vasos vac¨ªos de cerveza sobre la mesa. ¡°Era mucho peor hace un rato, s¨ª¡±, confirman, y preguntan a continuaci¨®n: ¡°?Qu¨¦ hay dentro?¡±. El Guernica. Picasso. El mayor de los dos, con perilla entrecana y gorra tambi¨¦n de su club, dice: ¡°Vaya, yo prefiero a Shakespeare¡±. Y r¨ªe. As¨ª se apellida el entrenador del Leicester, que en el Calder¨®n se enfrentaba ese d¨ªa con los muchachos de Simeone por una plaza en las semifinales de la Champions.
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