Barbieri contra Verdi
El compositor madrile?o rechaz¨® colaborar con el colega italiano en el "Don Carlos" porque se sinti¨® maltratado cuando estuvo en Madrid para el estreno de "La forza del destino"
Quer¨ªa Giuseppe Verdi que la m¨²sica de Don Carlos respirara a Espa?a. Que la partitura exudara la espa?olidad. Y se le ocurri¨® para ello abastecerse de ideas y de recursos que pudiera procurarle Francisco Asenjo Barbieri, si no fuera porque el autor de El barberillo de Lavapi¨¦s?se neg¨® a hacerlo con una resistencia que precipit¨® una pintoresca controversia al abrigo de los muros del Teatro Real.
Barbieri responde a Verdi que "no le da la gana facilitarle nada". Y no lo hace de manera directa, sino de forma interpuesta en una carta que remite al tenor Gaetano Fraschini, amigo com¨²n de los dos compositores y mediador sobrevenido de una disputa que tiene en su origen en el desprecio que sinti¨® Barbieri cuando Verdi recal¨® en Madrid para el estreno de La forza del destino?en el invierno de 1863.
Pretendi¨® entonces frecuentarlo, conocerlo. Se hizo el encontradizo. E hizo un esfuerzo para intercambiar una charla, pero el hermetismo del hura?o colega termin¨® por defraudarlo. Y arraig¨® un resentimiento que pudo vengar cuando Verdi necesit¨® auxilio.
Nadie mejor que Barbieri para documentar al maestro. No ya por su reputaci¨®n de compositor de zarzuela -Jugar con fuego, Pan y toros-, sino por su erudici¨®n musicol¨®gica y sus conocimientos de la m¨²sica espa?ola del siglo XVI. Que era periodo que hab¨ªa "acordonado" el propio Verdi como trasunto del drama hist¨®rico donde concibe la relaci¨®n de Felipe II y su hijo a la sombra de El Escorial.
Barbieri se jacta de ser la persona id¨®nea para contribuir a las emergencias de Verdi. Y se recrea de sus conocimientos musicales en su misiva a Fraschini, aunque sea como pre¨¢mbulo a un despecho corporativo inequ¨ªvocamente expresado: "Cuando estuvo Giuseppe Verdi en Madrid hace tres a?os, pas¨¦ repetidamente a saludarle y felicitarle con todo respeto que a ¨¦l le era debido y todo el entusiasmo que siempre he sentido por su talento, y no se dign¨® a tener una palabra de cortes¨ªa para un compositor que, aunque humilde, era al fin y al cabo un compositor de profesi¨®n".
El orgullo de Barbieri no alcanz¨® a disuadir la concepci¨®n de Don Carlos, ni contraindic¨® que Verdi perseverara en los hallazgos idiom¨¢ticos que pod¨ªan caracterizar la "¨®pera espa?ola", aunque fuera desde un cierto exotismo y eclecticismo. Escribe al respecto el music¨®logo Julian Budden que "la Espa?a de Verdi puede no ser particularmente aut¨¦ntica, pero tiene algo del encanto de la China de Tchaikovsky o de la Arabia de Grieg", no en su realidad, sino en su verosimilitud.
Un ejemplo elocuente es la canci¨®n del velo ("Chanson du voile") que ilumina el segundo acto y que acontece a las puertas del monasterio de Yuste. Naranjos y pinos ambientan a escena. Y comparece un paje cuya mandolina mece la voz de la princesa de Eboli en un aire de resonancias ¨¢rabes. Una canci¨®n sarracena con rasgos de bolero -realmente no lo es- que evoca el flamenco antiguo y que los expertos de este mismo patrimonio cultural vinculan a la seguidilla.
Se trata de un h¨ªbrido, de un efectivo y efectista h¨ªbrido que la cr¨ªtica francesa apreci¨® como una p¨¢tina de exotismo andaluz y que conten¨ªa la aspiraci¨®n de Verdi en su pretensi¨®n de que Don Carlos?pareciera muy espa?ola, aunque ya se ocupar¨ªa ¨¦l mismo con su poder dramat¨²rgico y melodram¨¢tico de extrapolar a la partitura sus experiencias en El Escorial -conoci¨® el siniestro monasterio, visit¨® las estancias reales- y en el Museo de Prado -tuvo delante de s¨ª los retratos de Felipe II que hicieron Sofonisba Anguissola y Tiziano-, su fatigoso viaje a Andaluc¨ªa, su sensibilidad al claroscuro, su empat¨ªa hacia el destino de los grandes hombres atribulados por los problemas que tambi¨¦n conciernen a los peque?os hombres: la lealtad, el amor, la fidelidad, la amistad, la duda, la venganza, la piedad, la magnanimidad. Y podr¨ªa a?adirse que el resentimiento. No el de Felipe II, sino el de Barbieri, aunque el rechazo de cooperar con Verdi no alcanz¨® a malograr Don Carlos, un gigantesco salto cualitativo en el melodrama verdiano. Y mi ¨®pera favorita de Verdi, disculpen ustedes.
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